Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Elizabeth Day, The Party, 4th Estate, Londres, 2017, 304 pp.


Cuando trabajas como reportera de sociales, como yo lo hice durante dos años, es muy común que acabes el día cubriendo una fiesta, exposición o cualquier tipo de reunión ostentosa. Y, aunque estaban muy lejos de parecerse a “The Black and White Ball” de Capote, ficcionalizada en Underworld, terminaba muchas veces recordando la pregunta de Don DeLillo: “Have you ever seen so many people gathered in one place in order to be rich, powerful and disgusting together?”. No me tomó mucho tiempo aprender que este tipo de eventos tiene, en su mayoría, un propósito velado. Más que comunicar algún logro o una fecha importante, dicen el estatus económico, las amistades, la influencia, los anhelos, el poder o los gustos, tanto de los invitados como de los organizadores.

En la literatura hay muchos ejemplos. Cuando Trimalción organizó su (extravagante y ridículo) banquete en El Satiricón, lo hizo porque quería publicitar su nueva riqueza: había pasado de ser un esclavo romano a un magnate naviero. Jean-Fréderic Traillefer, en The Wild Asss Skin, preparó un gran evento para que sus invitados, a través de sus conversaciones, le proporcionaran el material necesario para su nuevo periódico. Jay Gatsby, quizá el anfitrión más famoso de la literatura, ofreció innumerables fiestas lujosas con la esperanza de que Daisy Buchanan supiera que había regresado. Entonces, ¿qué buscaba comunicar Ben Fitzmaurice, uno de los personajes principales de The Party de Elizabeth Day, con su fastuosa celebración de cumpleaños?, ¿cuál era su propósito?

Desde un principio, el lector sabe que la historia gira en torno a una fiesta aristocrática, tema que la autora conoce muy bien porque también fue reportera de sociales cuando recién se graduó de la universidad. “During my 12 months in the job, I found that most people had a projected party persona, which was often at odds with the real person beneath […] At a party, there is a constant shifting strain between who someone wants to be and who they really are —the party self they are projecting and the real self they want to disguise. As the night wears on (and the drunker they get) the gap between the two states narrows to ultimate convergence”, escribió Day para Literary Hub. Es precisamente el choque entre apariencia y realidad el que establece la tensión principal entre los personajes.

La novela explora la amistad entre dos hombres a lo largo de treinta años: Ben Fitzmaurice y Martin Gilmour. Martin no pertenece a la elite que encabeza Ben; proviene de una familia pobre y ha tenido que sobrellevar, por un lado, la (dramática) muerte de su padre y, por otro, una relación bastante compleja con su madre. Ben, en cambio, creció en una de las familias más importantes de Inglaterra y, exceptuando la muerte de un hermano, ha tenido una vida bastante cómoda y privilegiada. Las cosas entre ellos, sin embargo, no están bien. En el trasfondo de cada una de sus interacciones hay una tensión bastante clara y esa sensación es la que la autora utiliza para analizar el poder que ejerce la clase más alta y poderosa en la sociedad y la política.

La perspectiva que aporta Martin, uno de los dos narradores de The Party, hace que pasemos de preguntarnos si la relación entre ambos se asemeja a la de Nick Carraway y Jay Gatsby, como parece al inicio de The Party, o si más bien estamos frente a una “amistad” como la de Tom Ripley y Dickie Greenleaf, en The Talented Mr. Ripley, o a la de Guy Haines y Bruno Anthony, en Strangers on a Train. Queda claro que Martin es un sociópata, aunque el resto de los personajes aparente no saberlo. El mismo narrador confiesa: “Within a month, my mother was dead from a stroke […] And although I wanted to feel anger or sadness or anything, really, to prove her wrong, to prove that I did have natural instincts, that I wasn’t simply pretending, what I felt instead was none of those things” (p. 128).

Su sociopatía ya hace que recordemos a Tom Ripley o a Bruno Anthony. Sin embargo, la similitud entre personajes va un poco más allá. Martin utiliza lo aprendido en The Art of War de Sun Tzu para hacerse amigo de Ben y cada una de sus maniobras estaba premeditada y analizada. Busca ocupar el lugar que el hermano fallecido dejó en la familia Fitzmaurice y lo logra, pero a un costo muy alto. Entonces, el juego de apariencias y de transformaciones de personalidad empieza, no en la fiesta que le da nombre a la novela, sino en la adolescencia. Martin siente, además, una fuerte obsesión por Ben, al grado de adoptar sus expresiones y manera de vestir. Los amigos que tienen en común lo apodan “Little Shadow” y, aunque ninguno lo dice abiertamente, saben que está enamorado de Ben.

Sin embargo, Ben está lejos de ser la víctima de las manipulaciones y juegos de Martin. Al contrario, si Martin tiene problemas sintiendo empatía o amor hacia los demás a causa de un trastorno de personalidad, Ben los tiene porque pertenece a una clase social a la que nada la “afecta” y a la que todo se le perdona. “You can’t take on a man with such powerful friends. You can’t possibly pit yourself against the power of the status quo. Reputation. Charm. Wealth. The knowledge of how things work. You’re born into it, if you’re one of the lucky ones. And if you’re not? You can waste all your life trying” (p. 279), reflexiona Martin sobre un crimen que cometió Ben, que por muchos años los ató y es la única razón por la que siguen teniendo una amistad.

La víctima, si debemos nombrar una entre ellos, es definitivamente Martin. Como sucedió en las obras de Fitzgerald, Waugh, Highsmith, McEwan y Hollinghurst, se trata de un protagonista que se vio seducido por la órbita que rodea a una persona rica, hasta que esta termina por asfixiarlo. “And then it strikes me with shattering force what a bloody fool I have been. All this time, I’ve been playing the cards without remembering the deck was stacked against me. Stupid, stupid Martin, I hear my mother saying. Always forgetting who’s really in charge” (p. 279), concluye. Sabe que Ben saldrá impune del crimen y que su vida continuará como siempre lo ha hecho, sin consecuencias negativas. Lo mismo sucede con los compañeros de Ben, quienes ocupan cargos políticos a pesar de ser bullies.

The Party comparte muchas similitudes con las novelas que he mencionado antes; sin embargo, tiene un detalle que la distingue y que aporta una perspectiva interesante: la segunda narradora de la novela es Lucy, la esposa de Martin. A diferencia de las obras anteriores, el lector puede ver la amistad entre los personajes desde la perspectiva de un testigo que, además, es mujer. Es relevante porque entre los tres hay una clara tensión de clase y género. Desde su punto de vista nos damos cuenta que Martin es un narrador poco confiable y que la máscara que utiliza para interactuar con el resto de las personas no es tan buena como él cree. La de ninguno, realmente. No se necesita estar en una fiesta ni estar borracho para que la personalidad que se quiere proyectar y la real se delaten una a la otra.

Finalmente, Ben deja en claro que busca presentar una personalidad y cara nuevas en su fiesta de cumpleaños. El lujo y el despilfarro del festejo sirven para exhibir su éxito como hombre de negocios; su lista de invitados, la influencia y conexiones que tiene en los niveles más altos de la política británica. Anuncia que se postulará para un puesto en el gobierno. Esto desde el nivel de los personajes y la trama. La autora, por su parte, utiliza este escenario para jugar con las tres definiciones que tiene “party” en inglés: (1) reunión social, (2) grupo político que intenta o forma parte ya del gobierno, y (3) personas que toman un partido ante una discusión o tema de debate. Las tres le dan forma a la novela y se van descubriendo y desarrollando, en ese mismo orden, dentro de la trama.

Elizabeth Day muestra cómo el círculo más privilegiado de su país utiliza sus recursos para salir ilesos de cualquier situación y la manera en la que la conciencia y las aptitudes de un individuo toman un papel secundario a la hora de obtener puestos políticos. No es una realidad ajena a otros gobiernos y otros países. Es por esta razón que la reflexión de Martin, una vez que esa sociedad termina por despreciarlo y exiliarlo, parece ser tan relevante en la actualidad: “I know that wealth and class can manipulate but I had never fully grasped the extent of it. The power it gives you is immense. Nothing is immune, not even the truth. Especially not the truth” (p. 289).

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