Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Salman Rushdie, Quichotte, Random House, New York, 2019, 416 pp.


Ismail Smile, un viejo vendedor de fármacos hindú (sin amigos, ni pareja, ni mascotas, ni familia, a menos que contemos a una hermana a quien no le ha hablado en décadas) se ha vuelto loco. De soledad y de ver demasiada televisión. Más específicamente, por ser adicto a la reality T.V. Ha perdido la noción de lo que es “real”, o lo que la televisión dice que es así, y lo que es real, es decir, lo que la gente a su alrededor se obstina en describir de esta manera.  Estar cuerdo no es indispensable para vender el tipo de medicamentos que él distribuye, pero cuando empieza a contarle a sus clientes que está enamorado de Salma R, la versión hindú de Oprah Winfrey, pronto pierde su trabajo. Pero no su determinación. Así que con todo ese tiempo libre del que ahora dispone, decide viajar por buena parte de Estados Unidos para conquistarla. Y, así como hace poco más de 400 años otro viejo llamado Alonso Quijano se cambió de nombre para emprender su viaje como el hidalgo Don Quijote de la Mancha, Ismail (“Call me Ishmael”) se convierte en Quichotte. En lugar de Rocinante, tiene un Chevy Cruze y, aunque también lo acompaña un Sancho, este es imaginario. Al menos al principio.

El Quijote, dentro de la ficción de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, es real. Eso, al menos, nos quieren hacer creer los variados y poco confiables narradores de la novela. Al mismo tiempo, en la segunda parte de esta, el Quijote está consciente de la existencia de un libro de sus aventuras. En el caso de la más reciente novela de Salman Rushdie, Quichotte es doblemente ficticio, porque es un personaje creado por Sam DuChamp (un escritor algo mediocre de obras de espías), quien a su vez es la creación de Salman Rushdie. Y, para hacer las cosas todavía más “meta”, Sancho es triplemente ficticio (creación de la creación de la creación de Rushdie). Al mismo tiempo, los cuatro (Sancho, Quichotte, DuChamp y Rushdie) comparten lugar de nacimiento, raíces, idioma, experiencias, cierto gusto por las mujeres, entre otros detalles. Este juego entre la realidad de la ficción, la ficción de la ficción y la realidad (que no es otra cosa para Rushdie que una ficción más) es el verdadero homenaje que hace el autor a Cervantes y a su obra. Los nombres de los personajes son más bien un préstamo literario, porque bien pudieran llamarse de cualquier otra manera.

Esta es la tercera novela de Rushdie en la que retoma un clásico para ubicarlo y contextualizarlo en la actualidad. Las dos anteriores son Two Years Eight Months and Twenty-Eight Nights (2015), en la que se convierte en una especie de Scheherazade moderno para homenajear a Las mil y una noches, y The Golden House (2017), que recuerda a El gran Gatsby de Fitzgerald y El asno de oro de Apuleyo. Quichotte (2019) podría considerarse la mezcla estilística y temática de ambos libros escritos por Salman. Para bien y para mal. En Two Years Eight Months and Twenty-Eight Nights, detrás de criaturas míticas, fábulas orientales, preguntas filosóficas y teológicas, parece estar escondida la trama de un blockbuster de superhéroes (tan complicada y revuelta como el universo de Marvel) en el que el bien y el mal se enfrentan después de que cuatro jinns abrieran un portal entre el mundo “real” y el suyo. En Quichotte sucede un apocalipsis algo similar, solo que en este caso Rushdie utiliza mastodontes, grillos parlantes y multimillonarios locos. Del lado de la realidad de la ficción, Sam DuChamp se da cuenta de que la novela que está escribiendo se va convirtiendo en realidad y que distinguir entre una cosa y otra es cada vez más complicado.

En The Golden House, un personaje que se hace llamar el Joker (a.k.a. Trump) está por ganar la presidencia de Estados Unidos después de un enfrentamiento con Batwoman (que podríamos suponer es Hillary Clinton). En Quichotte, el personaje que equivaldría a Trump ya tomó el cargo de presidente y su discurso racista ya ha influenciado la manera en la que las personas tratan a los inmigrantes. Están en la época en la que “todo puede pasar”, como que la estrella de un reality show terminé en el cargo más importante del país.  Quichotte y su hijo viven de cerca el peligro que representa tener, actualmente, el tono de piel equivocado y la apariencia de “extranjero”. De manera caricaturesca e hiperbólica, como lo hace en Golden House al utilizar características de los cómics, hace una crítica a los xenófobos, racistas, anti-vacunas, pro-armas, ignorantes, etcétera, que podemos encontrar cada vez más fácilmente en Estados Unidos. La novedad de esta última novela es que el autor se permite experimentar y jugar con el rol del escritor y su obra. Del papel de la creación y de la muerte del autor y, por ende, de su mundo real y ficticio. En las tres novelas, que podríamos quizá clasificar como su obra “estadounidense”, la realidad como la conocemos ha dejado de existir y en su lugar están “The Strangeness” y “the Era of Anything-Can-Happen”.

Si las cosas comienzan a sonar revueltas y sobrecargadas, es porque lo están. Rushdie parece haber descubierto en los últimos cinco años a Wikipedia y Netflix, quizá el síntoma más evidente de su residencia en Estados Unidos, y no puede evitar hacer (muchísimas, porque el autor no sabe ni ha sabido nunca medirse a la hora de escribir y de enlistar) referencias a la cultura pop, ya sea a The Voice, The Real Housewives of Atlanta, Men in Black, Candy Crush, Heidi Klum, Superman, Game of Thrones, Frazier, Starsky & Hutch, Mad Men, Doctor Who, entre muchas otras. Sin embargo, no los utiliza tanto para construir sus personajes o para dar vida al Estados Unidos en el que viven Quichotte y Sam DuChamp, sino para hacer listas. Un recurso que, si lo unimos a la gran cantidad de estilos narrativos que adopta (la picaresca, la sátira, las novelas de ciencia ficción, las de espías y los dramas realistas) y a los problemas que busca abordar (adicción a las drogas, los espías cibernéticos, la violencia, el uso de armas, los roles de género, los secretos familiares, las enfermedades mentales) satura la obra. El resultado es que se pasa de una cosa a otra indistintamente. O, como lo percibe uno de los personajes al reflexionar sobre su vida y el presente: “…a series of vanishing photographs, posted, every day, gone the next”.

La línea narrativa de Sam DuChamp equilibra un poco la novela. El “autor personaje” busca arreglar los problemas familiares con su hermana, después de años de haber perdido el contacto. Aunque de pronto tiene las vueltas narrativas de una novela de espías, por lo general en estos capítulos se describe cómo una familia puede fragmentarse con el tiempo, cómo el país que abandonas deja de existir tal como lo recuerdas y que, para vivir, muchas veces terminamos creyéndonos nuestras propias ficciones. La relación de DuChamp con su hijo y su hermana, a pesar de desarrollarse en menos capítulos que la de Quichotte y Sancho, es la que termina por darle al lector un respiro. Las intervenciones de un agente de la CIA y de un narrador al que le encanta el “authorsplaining”, sin embargo, nos recuerdan que estamos todavía en Quichotte. Y si en una línea narrativa cualquier cosa puede suceder (y sucede, todo al mismo tiempo y rápidamente), en la otra nos hacen el favor de pensar por nosotros. Rushdie termina por decirnos qué significan los mastodontes en la novela, por qué eligió el género de la picaresca y, que no se nos pase notar, que la fragmentación y deterioro del planeta en la ficción de Quichotte es un paralelismo de lo que sucede en temas climáticos, políticos, sociales y morales en el nuestro.

Todavía hay muchos más elementos que podría mencionar. El esposo de la hermana de DuChamp es un prestigioso juez y usa vestidos de gala para recibir a sus invitados; el primo de Quichotte, quien le dio trabajo, vende un medicamento que va dirigido a pacientes terminales y que es sumamente peligroso para su uso recreativo; aparece también un multimillonario llamado Evel Cent, basado probablemente en Elon Musk, que habla sobre crear portales a otros universos; etcétera, etcétera.

Leer Quichotte podría equipararse a pasar una tarde entera cambiando de canal cada cinco segundos: de pronto ves algo que podría estar interesante, pero para cuando te das cuenta ya lo pasaste. La novela es una crítica a la manera en la que consumimos televisión, en la que aceptamos como real lo que los medios nos quieren vender como verdadero y de cómo nos dejamos llevar por la irracionalidad. Y, así como existe un paralelismo entre el desmoronamiento del planeta dentro de la novela con los problemas que aquejan actualmente a Estados Unidos y al resto de los países, Quichotte es un espejo de lo que critica.

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