Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Elisa Díaz Castelo, Principia, Secretaría de Cultura, México, 2018, 86 pp.


Del agujero negro que es la tradición de la poesía actual en México, emerge un libro lúgubre y seductor, interesante en preguntas y curioso en analogías. Principia, ópera prima de Elisa Díaz Castelo, se publicó en 2018 por el Fondo Editorial Tierra Adentro y antes le valió a la autora obtener el Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal 2016. El libro es una apuesta por desdibujar los límites que con falsa erudición y en contra del acto imaginativo se han interpuesto entre literatura y ciencia; un principio de incertidumbre que deviene fe ante el misterio y asombro ante la desesperación. No es la última sorpresa de la autora, quien recientemente ganó el premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes con un poemario aún en puerta titulado El reino de lo no lineal.

Dividido en dos apartados: “Sobre el sistema del mundo” y “Sobre el movimiento de los cuerpos”, Principia da idea de ciertas obsesiones poéticas mediante reiteraciones temáticas: el tiempo y su relatividad, la ausencia que por ser aliada primigenia de la memoria imposibilita la existencia de la muerte, la enfermedad como expiación, la fascinación que ejerce lo improbable y el olvido, la relación estructural entre universo y cuerpo, entre origen y evolución.

A pesar del desarrollo del conocimiento, bien nos vale como especie aceptar con humildad que no hemos domesticado al caos y sus expresiones. La fe como acto continúa siendo un motor vital y, como un pez que nada en las cuatro dimensiones, ¿o eran cinco?, la poeta es consciente de la precisión de las leyes que nos rigen y celebra con entusiasmo lo que la física, la astronomía, la medicina, etc, tienen que revelarnos (puede hacerse poesía a partir de dichos hallazgos, como Elisa demuestra en estas páginas); mas no cree en la tiranía del conocimiento, ni en la necesidad de comprobar la medida de nuestra ignorancia para poder tener un lugar en el mundo. En Credo pone a dialogar imágenes de su experiencia, imágenes a las que accede mentalmente y no por los sentidos, imágenes que nos son dadas por el otro y por el lenguaje no por abstracto menos poético de la ciencia, logrando con ello entregar una unidad desordenada que nace sin duda de una inspiración religiosa, pero que no se casa con la ideología:

Creo en lo que no puedo
imaginar ni entiendo. En la distancia
entre la Tierra y el Sol o la edad del universo.
(…) Creo en las estrellas porque insisten en constelarse
aunque quizá estén muertas.
(…) Creo en la aspiradora descompuesta,
en las grietas de la pared, en la entropía
que lenta nos acaba.
(…) Creo en lo que me han dicho
aunque no sepa conocerlo.
(…) Creo, porque hay pruebas
(que nunca llegaré a entender),
en cosas tan improbables e ilógicas
como la existencia de Dios.

Este primer apartado indaga en la relación del ser con lo imperfecto de su cuerpo, en la memoria como una morgue en la que revisitamos una y otra vez nuestro pasado con el afán de alcanzar a saber quiénes somos, en la luz y sus descubrimientos, en sus renovaciones. En nuestro estar en el mundo somos dominados por un sistema de órganos, neuronas, parásitos y células equiparable en mitologías a la imagen de la primera madre, ancestro inmerso en un pasado inaccesible:

Celebro, al fin,
a esa primera célula organizada,
a la primera huérfana
y la última, a ella, inmaculada madre unicelular,
sin pecado concebida, bendita
entre toda la materia estéril.
A ella, he olvidado su nombre
Melusina, Laura, Isabel, Perséfona, María,
y bendito es el fruto de su vientre.

El cuerpo nos posee. El libro explora las formas que hay de contemplar las partes ocultas tras la piel que lo integran. En “Radiografías”, la autora poetiza el procedimiento médico de indagación que consiste en observar las sombras blancas, representaciones que dan una imagen solemne de “los husos horarios de las vértebras / el húmero, la curva perfección del cráneo / del enjambre de órganos (…) desgranado en vericuetos (…) de los jirones de músculo / y un nombre/ que se astilla: escápula, / bazo, vesícula, astrágalo. Nuestra anatomía es un sistema tan complejo como el universo. Su ley es el movimiento. Y quizá, como nos sorprende la naturaleza y su paisaje terrestre y estelar, a los parásitos que habitan nuestro cuerpo este les parezca “universo, / con sus nebulosas de células, / infiernos de ácido (…) tierra fértil, paraíso / de sangre en movimiento”.

Macrocosmos y microcosmos. En términos científicos, el mundo se rige por un sistema en el que poco importan las casualidades y mucho las conexiones, la unidad. Si ese sistema sufre perturbación y enfermedad, deviene infierno. Por ello, el poemario habla, no solo de la perfección del funcionamiento, sino de sus complicaciones. La enfermedad y la muerte problematizan la existencia física y espiritual. Lo saben los microorganismos en caos, el holocausto celular y la última fiebre. También los que contemplan cómo escapa la vida de sus seres queridos. Como prueba queda el poema “Acta de defunción”, uno de los más entrañables. En él, un documento burocrático se transforma en una exploración interior sobre la relación incierta y sorpresiva que tiene el yo poético con la muerte, en este caso la de su abuela:

Marcamos
tu muerte con su momento dado     referimos los datos
de fallecida y fallecimiento           hora y minuto
como se escriben las coordenadas
de una tierra fantástica                   una isla
a la deriva

Las asociaciones entre vida, poesía y ciencia, realizadas por medio del ingenio y la imaginación, son punto álgido en el poemario. También el decir, como un acto físico semejante al llevado a cabo frente a una hoguera, siglos atrás, a la hora de contar historias. Y, a un tiempo, el poema se presenta como un fenómeno que habita el umbral anterior a lo visible, territorio explorado con valentía y pasión, a veces con arrebatos de cierta ingenuidad infantil, por Elisa Díaz. A ese tema fascinante, lo que no se ve y está (en cuanto a tiempo y materia), dedicará líneas en el segundo apartado que atizan la curiosidad lectora. Las estadísticas, versa el poema “Materia oscura”, “indican que de 85% a 90% de la masa del universo no es visible”. Principia es un acto de resistencia inicial, una invitación a burlar los límites impuestos por la especialización en torno al conocimiento, una interrogante sobre si la muerte no estará hermanada con la permanencia en invisibilidades y metamorfosis:

esta oscuridad
un día dejarás de ser
pero eso ya sucedió
le sucedió a otros      escúchame
es sólo aquello que no vemos
lo que nos lleva de la mano y existimos

El ritmo de Principia fluye, aunque a ratos se entrecorta (“En la búsqueda de la forma / se me distrajo el cuerpo. Es eso / nada más, asimetría”). Es una flecha que se desvía, entre espejismos, ciudades de difícil acceso, nubes tecnicolor, galaxias niñas, cuerpos juntos, células caducas, gravedades ajenas y mercados vacíos porque solo así alcanza un blanco inesperado, una visión propia.

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