Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Valeria Luiselli, Lost Children Archive, Alfred A. Knopf, Nueva York, 2019, 400 pp.


Lost Children Archive, la primera novela escrita en inglés de Valeria Luiselli, empieza con un viaje en carretera. La ruta que la narradora seguirá, junto con su familia, es similar a la que podemos encontrar en las novelas más tradicionales de la literatura de viaje o road novel, género que tiene raíces muy arraigadas en la cultura popular estadounidense y en su identidad nacional. Por algo Phil Patton afirmó, y con muchísima razón, que: “There is nothing more American than being On the Road”. Basta ver la cantidad de novelas, canciones y películas estadounidenses que retoman los mitos del pionero, el vaquero, los indios, la frontera, la vida nómada, el sueño americano, etcétera. Es interesante, entonces, notar que Luiselli debuta en inglés en un género que es en esencia (muy) norteamericano. Lo hace, sin embargo, para hacer una crítica al país y a su postura ante los niños migrantes, desde una perspectiva y tradición extranjera o latinoamericana. Los personajes de Luiselli no viajan en una wagon gringa, como lo harían los personajes de este género, ni son hombres (privilegiados y blancos), como sería el caso en otras novelas de esta tradición, ni van en búsqueda del sueño americano, ni están escapando o rebelándose ante la vida doméstica o “burguesa”. Y, muy importante, no todos los que emprenden ese viaje son estadounidenses (sabemos que, al menos, la narradora es latina).

Por un lado, los personajes de Luiselli siguen la tradición –muy romántica– de dejarlo todo y salir a lo desconocido, afines al tan admirado espíritu pionero que “construyó” (pero que, a su paso, también conquistó y aplastó) lo que ahora es Estados Unidos; por otro lado, son personajes que salen de la norma: una familia que dejará de serlo al final del trayecto; siete niños migrantes que viajan a Estados Unidos para escapar de la crisis que aqueja a los países centroamericanos de donde provienen; y los últimos nativos libres en Estados Unidos, los apaches y su líder Gerónimo. Ninguno encontrará el “sueño americano”, pero sí serán de alguna manera sus víctimas. La narradora, quien busca encontrarle un sentido y un orden a estas historias, reflexiona: “In my tired mind, all I could think of was the list of all the relocations that had preceded this one: the four of us moving in together four years ago; my husband’s many relocations before that one, as well as my own; the relocations of the hundreds of people and families we had interviewed and recorded for the city soundscape project; those of the refugee children whose story I now was going to try to document; and those of the last Chiricahua Apache peoples, whose ghosts my husband would soon start chasing after. Everyone leaves, if they need to, if they can, or if they have to”.

El viaje de la línea narrativa principal no solo va a ser largo —se trasladarán de Nueva York al suroeste de Arizona—, también va a ser incómodo, tenso y muchas veces triste. Lo será no nada más porque van a estar confinados en una vieja camioneta Volvo por más de 3,750 kilómetros, o porque van dos menores de edad, la hija de cinco años de la mujer y el hijo de diez años del hombre, que harán las mismas preguntas una y otra vez y que se portarán como lo que son, niños. Lo será porque la pareja, que en la novela conocemos como “Ma” y “Pa”, sabe (o intuye) que muy probablemente estas serán las últimas semanas que convivan como “familia”. Como pista para el lector y para la narradora, Luiselli inunda de hormigas el departamento de la familia días antes de que lo desocuparan; un pequeño guiño a Cien años de soledad, en la que estos animales aparecen para anunciar el final de una etapa. Al concluir el recorrido, “Pa” planea quedarse en Arizona con su hijo, al que llaman simplemente “the boy”, para llevar a cabo un proyecto (muy) conceptual sobre Gerónimo y los últimos apaches, y “Ma” supone que regresará a Nueva York con su hija, “the girl”, para enfocarse en un audio-documental sobre los niños migrantes que cruzan solos la frontera de México con Estados Unidos.

En la cajuela de esa vieja Volvo, además de maletas y las cosas usuales que llevan las familias en este tipo de recorridos, van también siete cajas. En estas están guardados los libros, recortes, mapas, citas e informes que buscan darle orden y sentido a las diferentes historias que le interesan a la familia y que componen tres archivos: los apaches (Pa), los niños perdidos (Ma) y la última aventura familiar (“the boy” y “the girl”). Las primeras cuatro cajas son de Pa, la quinta es de Ma, la sexta de “the girl” y la última de “the boy”. Cada quien, a su manera, busca cómo documentar estas historias y capturar su esencia. Sin embargo, aunque físicamente puedan separarlas y numerarlas, en ese espacio tan pequeño en el que están obligados a convivir, las historias se entremezclan, se superponen y toman vida propia. La pareja se da cuenta cuando escucha a sus hijos jugar entre sí: “We realized then that they in fact have been listening, more attentively than we thought, to the stories of the Chief Nana, Chief Loco, Chihuahua, Geronimo —the last of the Chiricahuas— as well as to the story we are all following on the news, about the child refugees at the border. But they combine the stories, confuse them. They come up with possible endings and counterfactual histories”. Sin embargo, entrelazar el contenido de los archivos, escuchar los ecos de uno en los otros, es lo que le da forma y estructura a la novela.

Los ecos son un tema importante, y recurrente, en la novela. Hay ecos a otras obras: The Road, de McCarthy, cuyo audiolibro comienza a sonar cada vez que la narradora conecta su teléfono a la camioneta y que, como las hormigas en el departamento, augura el futuro de dos de los miembros de esa familia; Lord of the Flies, de Golding, que escuchan en el carro durante las largas horas en carretera y que trata de niños perdidos, diferentes a los que cruzan la frontera con Estados Unidos, pero expuestos también a un entorno hostil y aislado; Pedro Páramo, de Rulfo, con sus fantasmas andantes; On the Road, de Jack Kerouac, entre muchas otras. Incluso hay ecos a otros trabajos de Luiselli: la narradora de Lost Children Archive describe cómo se enamoró de su esposo casi de manera idéntica a como lo hace la protagonista de Los ingrávidos. También están los ecos que dejaron sucesos reales: el de la Cruzada de los Niños de 1212, en la que miles de menores salieron solos del Norte de Francia y Alemania para reconquistar Jerusalén y que terminó, como era de esperarse, en la desaparición de todos ellos; y el de Gerónimo y los apaches, los primeros “deportados” en Estados Unidos. Cada uno de estos, a su manera, nos lleva a los niños de la frontera y a los niños que van en la Volvo.

El eco más importante es el que existe entre los niños de la narradora y los que protagonizan Elegies for Lost Children, de una autora ficticia que Luiselli llama Ella Camposanto. El inicio de Lost Children Archive y de este metatexto es casi idéntico. Los personajes de ambas historias, sin embargo, se encuentran en extremos opuestos: los primeros están acompañados de sus padres, protegidos del hambre, del sol, de la sed; los segundos están acompañados por un desconocido que, por dinero, los llevará por junglas, los subirá a trenes, los encaminará al desierto; los primeros van de Este a Oeste; los segundos, de Sur a Norte; los primeros juegan a ser niños perdidos; los segundos, lo están. Dos visiones y dos experiencias de la infancia que son opuestas, pero que tienen un punto de encuentro. En un párrafo de 20 páginas, (o un capítulo de una sola oración, como prefiera verse) “the boy”, “the girl” y los niños de Elegies for Lost Children cruzan caminos. Por una noche, conviven, se cuentan historias, comen juntos. Y aunque sus vidas son completamente distintas, son niños. Como los que conforman las familias de los norteamericanos que ven en ellos una amenaza. Ponerlos en un mismo plano les devuelve la humanidad que los medios masivos les han arrebatado al usar términos como “aliens” o “illegal immigrants”.

Ma y Pa se dedican a documentar sonidos, a recuperar ecos. Pa graba los sonidos de los lugares que alguna vez ocuparon Gerónimo y los últimos apaches; Ma usa su grabadora para leer en voz alta fragmentos de Elegies for Lost Children; “the boy” prepara una serie de grabaciones en las que relata la última gran aventura que vivieron juntos como familia y su encuentro con los niños perdidos. Documentan, a través del sonido, las historias que quieren que perduren. Prestan atención a la música, a las noticias en el radio, a los ruidos de los pueblos que visitan, a los sonidos que hacen cuando duermen, etcétera. Enfocarse en esto obligó a Luiselli a: “To have a patience I do not. You cannot rush through a recording as you would through a text, you have to sit with it. It forced me to listen more carefully, and perhaps that came because I had been listening to testimonies for a long time. And I thought of the children listening to them, I mean, we all sit through school learning to listen. But because of that, we also learn how to stop listening». Por esta razón, esta es una novela que vale la pena escuchar y no solo leer. Audible lanzó, a principios de este año, los audiolibros de Lost Children Archive y Tell Me How it Ends, ambos narrados por la autora. El ritmo de lectura de Luiselli, las pausas, la voz del niño que retoma la segunda parte de la novela, los sonidos que la hija de la autora recrea casi al final de la obra, brindan un acercamiento especial a los personajes. Como cita Luiselli a Murray Shafer: “Hearing is a way of touching at a distance”.

Lost Children Archive se trata de cómo contar historias que no tienen un inicio, un desarrollo y un final claros o definidos. Que están repletas de ecos, de entramados políticos, de verdades difíciles de procesar. De cómo convertir el enojo y la frustración en algo que le dé sentido al caos. “This is very much a novel about storytelling. About how we compose in order to make sense of the world, and how we tell the story to others and how we explain it to children, and how children themselves recompose it”, explica Luiselli. Las preguntas que se hace la narradora, se las hace también la autora en Tell Me How it Ends: An Essay in 40 Questions, el ensayo que escribió mientras trabajaba en la novela y que le sirvió para verter su postura política y críticas más fuertes. ¿Cómo le puede explicar a sus hijos el estado actual del país?, ¿cómo puede relatarles el problema de migración que existe entre Estados Unidos, México y Centroamérica?, ¿cómo puede contar la historia de los niños perdidos sin exponerlos ni usarlos?, ¿cómo hacerles justicia? La novela, en parte, responde a estas preguntas al estar estructurada como un archivo. La narradora reflexiona: “I suppose an archive gives you a kind of valley in which your thoughts can bounce back to you, transformed. You whisper intuitions and thoughts into the emptiness, hoping to hear something back. And sometimes, just sometimes, an echo does indeed return, a real reverberation of something, boucing back with clarity when you’ve finally hit the right pitch and found the right surface”.

Publicar un comentario