Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Amos Oz, Judas, Siruela, Madrid, 2014, 304 pp.


En Judas, Amos Oz regresa a la novela después de una larga ausencia. Cuenta historia de Shmuel Ash, un joven que encuentra trabajo ayudando a un anciano pasar los días. Shmuel, alguna vez revolucionario, socialista y ahora apologista cristiano frente al resto de los judíos (forzado a serlo, más que guiado, por su director de tesis), se retrae en una pequeña casa olvidada en la que alguna vez vivió Shaltiel Abravanel, el único miembro del gabinete de Ben-Gurión que se atrevió a proponer una solución pacífica a la guerra que se avecinaba. Su hija, Yardena, acaba siendo deseada por Shmuel, como antes hicieron todos los inquilinos anteriores a él.

     Amos Oz, como el mismo estado que critica, se enorgullece de su procedencia: su cultura hebrea y judía es la argamasa de sus libros y la barrera más difícil de franquear. Cita las Escrituras una y otra vez. Con la Torá, a través del personaje de Gershom Wald, regaña, se lamenta, alienta y discute consigo mismo. Wald, el portavoz bíblico en la novela, es uno de los personajes tipo de Oz: el anciano sabio, culto y sumergido en el mundo judío, pero al mismo tiempo aislado del exterior, condenado al ostracismo.

    Los moldes de personajes de Oz llenan esta novela: Wald, Yardena y Atalia, Nesher Shereshevski, el hidrónomo, y Shmuel Ash son todos personajes que Oz ya había tratado. El mismo Shmuel es la muestra más obvia: un joven brillante y estudioso, bastante descuidado y en el punto más bajo de su vida. El mismo protagonista de Fima y uno de los protagonistas de Un verdadero descanso, la figura algo gastada del joven que Oz describe como más schlemiel que schlimazl, más inocente y torpe que estúpido y con mala suerte, y que aun con su supuesta madurez física requiere de cuidado similar a un niño, regresa con todo su espíritu. Si bien no resuena como lo hacía antes, Oz sabe bien cómo dirigir a su protagonista. Las peripecias de Ash, el representante del joven judío, básicamente forman la novela, desde sus tropiezos amorosos con Yardena hasta su fractura, lo cual lo lleva a entender mejor a su huésped, Wald.

     Oz utiliza sus moldes ya no como conceptos a investigar, discutir y con los cuales dialogar, sino como piezas conocidas que juntas le ayudan a compartir su mensaje. La falta de cambio en la novela es interesante, pues todos los hechos importantes ocurren antes del comienzo de la misma: la boda de Yardena, la ruina de los padres de Ash, la muerte del hijo de Wald, entre otros. Los personajes no cambian y se desarrollan, solo cambia su percepción del mundo y de los demás; se puede decir que aprenden a ver a los demás con sus ojos, pero sin moverse de donde están, una posición interesante para un judío que reside en un territorio en guerra.

     Uno de los aspectos que se le pueden criticar a Amos Oz es cómo representa a la mujer: todas son madres o amantes, y en la mayoría de los casos (como Yardena) fungen como ambas. Siguen siendo personajes muy importantes, pero su desarrollo es pobre y rara vez hacen más que consolar al hombre en turno, aunque esta crítica se puede extender sobre todos los personajes que no son el protagonista.

     Amos Oz es un escritor que pugna por la conciliación con cada palabra de su obra: conciliación de la situación entre Israel y Palestina, conciliación entre el nuevo y viejo Israel, conciliación entre padres e hijos, conciliación de las paradojas cotidianas. Oz las comprende bien y no solo entiende que las paradojas y contradicciones de la vida cotidiana son las que más pesan (como entiende Wald al vivir con Shaltiel Abravanel, dos completos opuestos políticos, pero cordiales consuegros), sino que es en estos resquicios y grietas donde el carácter se prueba de verdad.

     La posición de Amos Oz respecto a la guerra judeo-palestina es bien conocida: desde siempre ha sido el más vociferante abogado por la solución de dos estados, y en cada ensayo, novela, cuento y entrevista que da se esfuerza en recordar no solo a sus compatriotas, sino también al resto del mundo, que antes de ser un conflicto entre judíos y musulmanes (y algunos cristianos), entre árabes y judíos, entre los pocos y los muchos o entre los buenos y los malos (una distinción que siempre critica) es un conflicto entre personas, entre pueblos que han sido desplazados de su tierra natal por poderes extranjeros que ahora reclaman la tierra de sus padres como suya. Este es el hilo conductor más importante de la novela: la discusión entre Abravanel y Wald sobre el destino de Israel frente al mundo árabe y la investigación convertida en apología de Jesús frente a los judíos de Shmuel.

     Probablemente la parte más radical del libro es la defensa de Jesús como figura religiosa, de “ese hombre”, como le llamaban algunos judíos, que se convierte en la defensa de Judas Iscariote. En un giro que evoca el borgeano “Tres versiones de Judas”, la investigación de Shmuel Ash comienza como un judío tratando de entender el pensamiento cristiano, de comprender sin penetrar fronteras, y se convierte él mismo en el principal defensor de Judas como el primer y último cristiano, de cómo lo que hizo fue todo por amor a Dios y deber divino.

     Esta novela podría definirse como la defensa de lo extraño, de lo forastero: todos los habitantes de esta periferia (Jesús frente a los judíos, Judas frente a los cristianos, los judíos frente a los árabes, Abravanel frente al resto del gabinete de Ben-Gurión) todos se solazan en la cálida prosa de Oz. Si hay algo que lo distingue, después de su amor a cultura judía de Israel y su insistencia en ser escuchado, es la calidez con la que escribe. Sabe que es un extraño que jamás podrá entender por completo lo que sienten sus personajes. La falla más grande, en el mundo de Oz, es no querer escuchar y ceder. Todo lo que nos ha sucedido, todo lo que le ha sucedido al pueblo judío, ha sido porque alguien ignoró lo que le decían, o desoyó la vez de alguien que lloraba. La guerra judío-palestina, la muerte de Jesús, la demonización de Iscariote, la vida de Gershom Wald, la soledad de Yardena: todos son el producto de la falta de entendimiento. Al final de sus novelas, sus personajes jamás cambian al estilo del héroe que regresa de enfrentarse con el dragón, más bien tienen sus ojos abiertos y oídos destapados por cada vivencia. Amos Oz, a fin de cuentas, tiene fe en que el hombre puede avanzar desde donde está, si tan sólo decide escuchar al de al lado.

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