Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Homero Aridjis, Esmirna en llamas, Fondo de Cultura Económica, México, 2013, 116 pp.


En 116 páginas, Esmirna, la ciudad de la tolerancia, se convierte en escombros. En esta obra Homero Aridjis habla de un hecho histórico: la guerra greco-turca ocurrida entre 1919 y 1922. El protagonista es también testigo de la destrucción y el caos, del espacio reducido hasta la desaparición.

     Aridjis ha escrito poemas, ensayos, crítica, novelas, cuentos infantiles, etc., y ha abarcado una gran cantidad de temas (tal vez demasiados), desde la Santa Muerte hasta los zombies, pasando por los juegos de poder y el erotismo. Pero esta obra es distinta, aquí el autor habla de un tema personal, pues está estrechamente vinculado a su familia. Como cerca del final se descubre, el protagonista de la obra es su padre, y la historia es su historia del fin de Esmirna y de su exilio, un punto de vista muy personal. En los reconocimientos, el autor dice: “mi padre, Nicias Aridjis Theologos, de manera recurrente nos hablaba de la catástrofe de Asia Menor y de la masacre de griegos y armenios en 1922. De su ‘autobiografía’, escrita para sus hijos, y de sus conversaciones, he tomado datos” (p.115).

      Sin embargo, Esmirna en llamas es una obra que, aunque habla de la destrucción de esta ciudad, no puede ser reducida solo a la narración de un hecho histórico. Su trama es la trama de toda guerra, toda injusticia, toda indiferencia. El caos que se genera, el poder que se detenta, los intereses que se protegen, todo es conocido y nuevo a la vez, es particular de cada conflicto y general de toda guerra. A través de Nicias se conocen las atrocidades que se cometieron en aquella ocupación, pero a través de un narrador omnisciente se nos dan a conocer los hechos históricos y las decisiones que Francia, Reino Unido, Estados Unidos e Italia tomaron con respecto al conflicto. Es así como esta novela es también una denuncia de los sistemas de poder, esos que protegen intereses económicos pero no tienen el menor reparo en ver morir a miles de personas sin intervenir para salvarlas pudiendo hacerlo.

      La obra comienza con un ambiente tenso. Esmirna es la misma, pero diferente; Nicias es el mismo que vivía ahí y otro que no reconoce el lugar, que se siente rechazado por la ciudad y por su gente. La guerra lo ha cambiado y ahora vuelve tras haber luchado contra los turcos. Ahora los turcos lo persiguen por ser un ex-soldado, las mujeres lo rechazan por su ropa de militar, su familia ha huido y su hogar en Tire está en manos de los turcos. Por ello, la tensión aumenta constantemente, pero de una manera sutil. Al inicio, el rechazo que siente Nicias es solo un presentimiento, hay indicios de muerte: los asfódelos que son flores mortuorias, la comparación que el protagonista hace de “los ejércitos de sombras que deambulaban por las orillas del Aqueronte con los soldados griegos que vagaban por el muelle de Esmirna” (p. 24), las amapolas rojas que pisan los caballos de los turcos al llegar a la ciudad, su ir y venir del cementerio, las canciones del turco y de la judía que canta en ladino. La premonición más clara es cuando Nicias recuerda lo dicho por Eurídice: “‘Me he cubierto con un manto hecho de retazos de viejas mitologías. Cubierta con estos prestigios avanzo descalza hacia el asesino armado hasta los dientes que me acecha en la próxima esquina’” (p. 16).

      La llegada de los turcos es el inicio del caos. Las llamas que uno lanza y el asesinato de un cristiano cerca de una iglesia son el comienzo del terror que vivirá la ciudad en los próximos días. Por su parte, el errar de Nicias nos lleva a descubrir más acerca de la ciudad. Así, se ve el muelle lleno de gente que busca huir y que vivía con hambre y sed. Aparentemente, todo está tranquilo, nada parece indicar que se aproxima el desastre, pero el protagonista se siente vulnerable. Es así como Nicias comienza a confundirse con la multitud, cada vez que se aísla o es abordado por alguien de manera individual corre el riesgo de ser descubierto, perseguido y ejecutado, por lo que decide volverse invisible e inexistente. Esta fusión del protagonista con su entorno, que se lleva a cabo de manera paulatina, marca una pérdida de la capacidad individual de acción y con ello la pérdida de la libertad y la humanidad de Nicias. Esto lo hace pasar de protagonista a testigo. Se comienza narrando lo que Nicias hace y esto cada vez se vuelve más una reacción a lo que ve, hasta que solo se narra lo que ve y no lo que hace. Así, Nicias representa a su pueblo, mediante sus emociones y testimonio es que se conocen las emociones y el sufrimiento de los griegos y armenios. Aquello que hace que a veces vuelva a ser individuo es la búsqueda de Eurídice, pero con la muerte de esta, su individualidad se pierde.

      La narración que se divide por fechas cuenta claramente los hechos que llevan a Esmirna al estado de terror, muerte y caos al que llega en cinco días. Durante ese tiempo, el espacio abierto que es la ciudad se comienza a cerrar cuando los turcos impiden la huida de los cristianos por el ferrocarril y por otro lado los barcos extranjeros no reciben refugiados. Están atrapados y la ciudad comienza a ahogarse, ahora se divide en barrios: el turco, el armenio, el griego, el italiano, el francés, y los turcos proceden a masacrar y robarlos todos excepto el propio. Así, una ciudad unida queda fragmentada y se empieza a destruir por partes.

      A partir de entonces, los hechos comienzan a repetirse: violaciones, muertes, crueldad, robos, odio en todas sus formas. Nicias ve todo esto a dondequiera que va y lo ve cada vez con más frecuencia. La repetición es una forma en que se comienza a crear el caos porque no hay diferencia entre un día y el siguiente, entre un lugar y otro, todo está regido por el odio y la locura. Por ello se crea una confusión que no se puede explicar y de la que no se puede escapar. Los diálogos repetidos, las frases incoherentes, los hechos inexplicables, todo contribuye a crear este ambiente devastador e ineludible en el que perece Esmirna. Aridjis, además, utiliza la elipsis para crear mayor confusión. Los hechos no se narran de manera ordenada, sino que hay cambios de escena frecuentes que implican acciones del protagonista que no son narradas, o que muestran otras perspectivas. Un ejemplo es cuando, tras leer una carta que una niña muerta le hizo a las Erinias, se describe el horror que ve otro personaje y lo siguiente es Nicias expulsado de un barco y devuelto al desembarcadero.

      Aridjis recurre a los mitos griegos como metáforas. Estas son, en muchos casos, indicios de lo que sucederá después. Un ejemplo claro es el sueño que Nicias tiene en donde se repite el mito de Eurídice y Orfeo; al acercarse la partida de Esmirna, él vuelve a ver a Eurídice justo antes de ser asesinada: sale de la muerte para volver a ella inmediatamente. Esta recurrencia a los clásicos recuerda tanto a la Grecia antigua y su gloria como el hecho de que la historia se repite a sí misma: la crueldad de aquella época es la misma que hoy en día, las guerras son iguales, el odio es el mismo.

   Aunado a todo el caos creado por el odio de los turcos, el hecho culminante es el incendio de Esmirna. A fuerza de violaciones, muertes, crueldad y robos, el espacio pasa de cerrado a sofocante. Ya no hay espacio, no hay oxígeno, solo fuego y destrucción. Es así como Esmirna es aniquilada. La decadencia llega a su límite: “la intención de las tropas turcas al quemar la ciudad es para ocultar sus atrocidades” (p. 86). La naturaleza también refleja este caos, en especial la parvada de estorninos que forma figuras distintas en cada momento hasta que huye al mar, como los griegos y armenios.

     Esmirna ha perdido su esencia, su tolerancia; no resurgirá tras su destrucción, no renacerá de las cenizas. Ante la intolerancia y la crueldad de un bando y la indiferencia de los aliados, cae hecha cenizas. “Dile adiós a Esmirna, que te traiciona, dile adiós a esa ciudad a la que no volverás, aunque sus despojos estén allí, porque la Esmirna que conociste nunca será la misma” (p.112). Esmirna arde y su espacio desaparece. Pero no solo es Esmirna: es cualquier zona de guerra. Las guerras vuelven la patria en contra de sus habitantes, el espacio abierto y unificado se cierra, se fragmenta y  se destruye, dejando como únicas opciones la muerte o el exilio.

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