Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Iván Repila, El niño que robó el caballo de Atila, Libros del Silencio, Barcelona, 2013.


Desde una lectura literal, El niño que robó el caballo de Atila relata la historia de dos hermanos pequeños que se ven atrapados en un pozo de siete metros de profundidad; no cuentan con los medios para salir y, aunque tienen una bolsa con comida, no se alimentan de otra cosa que de los bichos y gusanos que logran atrapar de la tierra porque la bolsa es para la madre que los espera en casa. La anécdota recuerda al cuento folclórico, sobre todo por la vaguedad geográfica y temporal, la reducida cantidad de personajes, la sencillez de la trama y la atmósfera lóbrega. Tiene la nouvelle de Iván Repila, sin embargo, una segunda lectura, la alegórica. En ésta, el lector se encuentra en los personajes con dos arquetipos, uno pragmático, en el hermano mayor, y otro soñador e inocente, en el pequeño, que se enfrentan, al saberse encerrados, a un proceso de revolución interior. Ya desde esta perspectiva, el pozo y la madre ausente no son meramente un lugar y un personaje, sino un estado económico y un sistema político. Esta novela corta es, como lo explicó el autor, una llamada a la desobediencia civil y a un compromiso revolucionario que lleve a los españoles a tomar las riendas y la palabra.

A través de la interacción entre los hermanos se descubren las características principales de cada uno, más allá de la descripción física que se ofrece y que servirá para nombrarlos, Grande, para referirse al hermano mayor y más fuerte, y Pequeño, para el hermano delgado y débil. Se expone, de igual manera, el deterioro emocional y psicológico por el que atraviesan. Es en el episodio del juego de adivinanzas, que ocurre en el día 67 del encierro, donde se demarca de manera más explícita las diferencias de carácter y de visión del mundo de los dos personajes. De su hermano, el Grande, “envidia su indolencia y su egoísmo, y todos los matices de gris que parece tener su mundo” (p. 98). El Pequeño, por otra parte, se sabe inmediatamente las respuestas a las adivinanzas del mayor porque lo conoce y sabe que éste “no puede ver nada más allá porque mira como los perros” (p. 99). Todo es blanco y negro para el Grande y cuando busca un objeto para el juego solo ve lo que está frente a él. Al decirle a su hermano que está viendo algo que empieza con ‘erre’, éste sabe que se refiere a raíces y no a palabras abstractas como rabia, realidad, rebeliones, etc.

El Grande, que desde el principio de la novela tiene un plan para salir del pozo, va preparando al Pequeño para lograr su objetivo y, a la vez, enfrentarse a las injusticias que se viven afuera. Lo educa sobre la importancia de la ira: “Debes cargarte de razones para el odio, despreciar cuanto veas a tu alrededor y más aún, convencerte de que esa rabia es necesaria” (p. 55). El Pequeño, por su parte, adopta estos consejos y deja ver cómo su infancia da lugar a la madurez. Es el primer paso que toma el personaje hacia la revolución interior. El Grande, por otro lado, tiene ya la ira y la determinación de ese primer paso, habla de luchas con piedras, antorchas y cadalsos, por lo que el proceso en él es muy distinto al de su hermano. De ser un niño serio, frio y disciplinado se convierte en uno que, aunque algo envejecido por la soledad en el pozo, comprende la importancia del sacrificio y de la solidaridad. En una de las pláticas el Grande confiesa: “Hay veces en que la vida te propone condiciones tales que el único recurso es un movimiento radical, un sacrificio extraordinario, y yo puedo asumirlo. Lo que no podría soportar, sin embargo, sería verte crecer en una tierra yerma, como este pozo” (p. 88).

El Pequeño, que es enfermizo y está débil por el hambre, no tarda mucho en tener alucinaciones. Éstas y los sueños, que aparecen desde el quinto día del encierro, cumplen dos funciones. La primera es aportar un tono poético a la obra; las descripciones e imágenes, además de contrastar con las descripciones crudas de los hábitos alimenticios y el deplorable estado físico de los hermanos, crean pequeñas historias en sí mismas que le permiten al lector salir de la claustrofobia y decadencia del pozo y, al mismo tiempo, encontrar nuevas interpretaciones o líneas narrativas. Se establece, así, un balance entre el lenguaje poético, ligado a los procesos mentales y emocionales de los personajes, sobre todo del Pequeño, y el que tiene bases más reales, en los físicos. Sin embargo, las metáforas y los símbolos van ganando peso conforme avanza la novela y la impresión realista de los personajes y de la misma situación termina por desvanecerse. La segunda función de estos delirios es ser el medio por el que el lector observe el desarrollo del hermano menor y comprenda qué significan los cambios en el carácter del personaje, tanto a nivel literal como alegórico.

Entre todos los sueños y alucinaciones que tiene y sufre el Pequeño, que van desde una luciérnaga gigante que está a punto de sacarlo del pozo hasta hombres cargando bebés en su bolsa marsupial, hay dos en los que el proceso interno del personaje se manifiesta de manera más pronunciada. Uno de ellos es cuando el pozo se convierte, para él, en un útero. “¿No sientes el líquido que nos rodea como si fuéramos fetos? Estas paredes son membranas y flotamos entre ellas, nos damos vuelta a la espera de nuestro alumbramiento prorrogado. Este pozo es un útero, tú y yo estamos por nacer, nuestros gritos son los dolores del parto del mundo” (p. 87). No es la única vez que este tema aparece en la novela, el Pequeño hace constantes referencias al nacimiento que concuerdan con la culminación de su revolución interior. Para nacer, en este caso, es necesario estar preparado, dejar atrás la inocencia y salir, no como un niño, sino como un adulto. En el día 41, al Pequeño se le avería el habla, como lo describe su hermano, pero lo que en realidad está sucediendo es que sustituyó un lenguaje, una visión del mundo, por otro nuevo. A esta adquisición le sigue la pintura, con la que retrata los sucesos más importantes de la vida dentro del pozo; sus obras tienen nombres como Primer gusano y El pájaro de la buena muerte. Encuentra, por lo tanto, nuevas maneras de comunicarse. Todos estos cambios lo llevarán a tomar decisiones importantes una vez que salga del pozo.

El segundo delirio relevante a este proceso interno es el que le da nombre a la obra. El Pequeño despierta un día explicándole a su hermano que ha robado el caballo de Atila. “Debes saber hermano, que soy el niño que robó el caballo de Atila para hacer unos zapatos con sus cascos y lograr así que la hierba nunca más creciese por donde yo pisara. Muchos hombres viles me temieron como al azote de un dios, porque sequé su tierra y su semilla en mis largos paseos por el mundo” (p. 63). En este capítulo se utiliza la metáfora para criticar al neoliberalismo y al grupo de poderes que controlan la economía, y que, como explica Repila, han ido destruyendo las conquistas sociales logradas a lo largo del siglo XX. El Pequeño se roba el caballo con el que los hunos habían estado ‘secando’ al mundo, con el propósito de hacer lo mismo, pero por su cuenta. “Caminé durante años por todo el mundo, y las huellas de mi peregrinaje podían verse desde el cielo como una herida espantosa que no cicatrizaba” (p. 65). Su paso por el mundo, además, tuvo efectos similares en las personas, sobre todo en los pobres y en los adultos. Sin embargo, una vez viejo, el Pequeño, dentro del delirio, decide guardar los zapatos en una caja y la entierra en un pozo “… para que nadie, nunca, pudiera llevárselos” (p. 66). La cita de Margaret Thatcher sobre el libre comercio y el libre mercado, que aparece al comienzo del libro, cobra especial relevancia en este capítulo.

Las constantes imágenes, símbolos y referencias, en definitiva, permiten diferentes lecturas. Los temas detrás de todas éstas parecen girar en torno a la solidaridad, la cooperación, el cambio y la revolución. Al final de la  novela, sin embargo, el trasfondo político se torna más evidente, sobre todo en la resolución entre el Pequeño y la madre y, más tarde, entre éste y el Grande. Cierra la novela con una clara llamada de atención que, al no estar situada la historia en ningún lugar en específico, puede dirigirse a todos sus lectores. La esencia de la novela podría resumirse en una frase de Camus, influencia importante para Repila: “¿Qué es un hombre? […] Es esa fuerza que siempre termina derrocando a los tiranos y a los dioses”.

  • Elena marzo 12, 2014 at 8:57 pm / Responder

    Excelente reseña. Muy bien escrita y aunque no he leído el libro, lo leeré pronto por la intriga que me causó al leer esta reseña.

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