Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Rodrigo de Souza Leão, Todos los perros son azules, Sexto Piso, México-Madrid, 2013.


“Soy un loco light, versión diet. A pesar de que mi problema con el chip es muy heavy” (p. 54), cuenta el protagonista de Todos los perros son azules, un hombre de 37 años diagnosticado con disturbio delirante y delirios persecutorios. Light si se compara con los demás pacientes que lo rodean en el hospital psiquiátrico: un hombre que daba cabezazos en las paredes y que, de jugar futbol, “reventaría todas las pelotas que cabeceara. A lo mejor la selección brasileña lo convocaría” (p. 27), un psicópata y asesino conocido como Temible Loco, la Señora de Todos los Gritos, poseída por un grito crónico posiblemente causado por un amor perdido, entre otros. Heavy porque, a pesar de ser un hombre reflexivo y poseer una buena articulación discursiva, vive como adolescente, sin trabajo y sin una familia propia. No hay, dentro de la novela, una enfermedad romantizada; el protagonista está consciente tanto de su padecimiento como de los efectos que éste tiene en sus seres queridos. Rodrigo de Souza Leão se vale de este personaje, con el que comparte nombre y enfermedad, para criticar, algunas veces, y encarnar, otras, al estereotipo del loco.

          Luego de que Rimbaud, una de sus alucinaciones, le diera la idea de destruir su casa, Rodrigo es internado en un manicomio en Río de Janeiro, donde se desarrolla la mayor parte de la novela. La narrativa, sin embargo, no sigue un orden cronológico, hay constantes regresiones a la juventud e infancia del protagonista. Se reconstruye así, de manera fragmentada y caótica, la vida de Rodrigo, desde los cinco o seis años, cuando se manifiestan los primeros signos de su enfermedad, hasta el momento de enunciación, una vez tragado el grillo que, como explica Juan Pablo Villalobos, en el argot brasileño, además de un insecto, se refiere a una preocupación, y el chip con el que la CIA y la KGB lo “controlan”. Siguiendo las observaciones y vivencias de un personaje de este tipo, el lector se encuentra con un narrador nada confiable y, al mismo tiempo, con un lenguaje distinto al convencional. Al intentar aproximar la prosa a la esquizofrenia –explica de Souza Leão– acerca la poesía a la prosa, ya que el lenguaje natural del loco es, según el autor, algo poético. Las repeticiones, el uso de expresiones y referencias regionales y las metáforas, además de darle un ritmo a la novela, reflejan la condición mental del protagonista.

          Rodrigo juega constantemente con la “verdad”, algunas veces porque la percibe desde su locura, como el entretejido que tiene de recuerdo y alucinación de su primera experiencia sexual, y otras, porque simplemente no le da valor. El protagonista, por ejemplo, habla sobre sus viajes a Japón, China y Corea, incluso menciona detalles que, más que comprobar la veracidad de estas anécdotas, terminan por mostrar imágenes poco reales de estos países y funcionan como “pistas” para hacer dudar al lector; aclara después, sin darle mucha importancia, que estas supuestas visitas habían sido, más bien, a través de la televisión y no físicamente. Su postura ante la verdad proviene de su locura, pero también de la falta de legitimidad que tiene su discurso a causa de su condición. Asegura que “nadie cree en una persona con disturbio delirante y delirios persecutorios. Esa persona puede estar siendo perseguida realmente y nadie cree en su historia” (p. 46). A fin de cuentas, “la verdad puede ser una invención muy mal hecha y, aun así, convencer a todo el mundo. Basta usar la fuerza. O abusar de las supersticiones” (p. 53).

          Irónicamente, al salir de la clínica, Rodrigo adopta ciertas características que juntas construyen la típica imagen del loco que, hasta ese momento en la novela, no se había personificado. Para de Souza Leão, el loco que interesa y seduce es el que está encasillado en un estereotipo y es fácil de señalar, se viste y habla de tal manera que su demencia queda, en todo momento, expuesta; es precisamente este tipo de locura la que predomina en el epílogo. Rodrigo recibe mensajes que, en código, le indican que debe crear una nueva lengua, el Todog (homenaje a Beckett y a Esperando a Godot). Ésta debía lograr que todos los seres, incluyendo a los animales, pudieran comunicarse entre sí. Pronto se convierte no solo en un lenguaje, sino en una religión. El discurso de Rodrigo, una vez que ha perdido toda relación con la realidad, gana validez. Él lo describe como “tener el poder de hablar y que el otro haga lo que estás pidiendo” (p. 95). Igual que la institución que había criticado con anterioridad, abusa de las supersticiones de sus seguidores. Rodrigo explica: “como el Todog sólo era revelado a mí, yo era quien castigaba” (p. 99). Los creyentes de Todog además, visten batas Todog. La locura queda expuesta en el discurso, la vestimenta y las actitudes. Esta transformación, en la que un personaje tan complejo se simplifica adoptando un estereotipo, expone justamente la “seducción” que tiene este tipo de locura.

          El espacio del hospital psiquiátrico es, dentro de la novela, igual de importante que la representación de la locura. Por un lado, sirve para mostrar los tratamientos a los que son sometidos los enfermos, las condiciones en las que se encuentran después de haber tomado grandes cantidades de medicamento, los grupos religiosos que reclutaban creyentes, o jodidos, como son descritos por Rodrigo, y la dinámica entre enfermeros y pacientes. Por otro, el manicomio funciona como alegoría de Brasil. Entre canciones de Teodoro y Sampaio, referencias a Doña Redonda, ritos afro-caribeños y citas literarias, aparecen temas como la pobreza y la inseguridad brasileñas. Rodrigo describe este espacio como un desastre: “estaba toda esa gente pobre, superpobre: aquello era Brasil. […] Gente caída en el piso. Gente llegando muerta. Gente muriendo” (p. 22). De la misma manera, las alucinaciones de Rimbaud y Baudelaire, más que representar la condición mental de Rodrigo, parecen ser una crítica cultural. Para de Souza Leão, Brasil todavía en el 2002 continuaba produciendo literatura moderna, pero no se había adentrado al posmodernismo; la caracterización de estas alucinaciones son ejemplo de la coexistencia de opuestos y del caos que buscaba el autor y que pretendía reivindicar.

          Decir que Todos los perros son azules es, únicamente, una deliberada autoficción sobre la locura, significaría restarle importancia a muchos de los temas que la conforman. Es, claro, una novela que exhibe a los hospitales psiquiátricos, a la Iglesia y a las mismas personas que padecen este tipo de enfermedades, pero, al mismo tiempo, muestra un país, una cultura híbrida y más de una tradición literaria. La novela está formada por mezclas, tanto en la forma como en el contenido, característica que la envuelve en un caos de temas, referencias literarias, juegos y contradicciones. Rodrigo de Souza Leão nos presenta el interior y el exterior de un manicomio brasileño, donde el ambiente demencial dentro del hospital no parece cambiar, ni siquiera disminuir, una vez afuera. Ante esta realidad, el personaje no se equivoca al preguntar: “tratar con locos o con gente normal. ¿Cuál es la diferencia?”.

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