Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Luis Jorge Boone, Tierras insólitas, Almadía, México, 2013.


Sabemos de antemano que el cuento fantástico es un género difícil de aprehender o explicar pues, por su propia naturaleza, escapa a reglas fijas o convenciones claramente definidas: sus límites son los de la fantasía misma. En México, podemos hallar las primeras vetas de lo fantástico en los relatos de José María Roa Bárcena y Vicente Riva Palacio; sobra señalar, no obstante, que esta “tradición” ha ido evolucionando y su descendencia es, en la actualidad, heterogénea. Tierras insólitas, antología de cuentos fantásticos compilada por Luis Jorge Boone (Monclova, 1977), pretende ser una muestra de la diversidad del género en el panorama de la narrativa mexicana contemporánea.

            Basta echar un vistazo a otras antologías del cuento fantástico en México (como Miedo en castellano de Emiliano González o la reciente Ciudad fantasma de Bernardo Esquinca y Vicente Quirarte) para constatar que, pese a su complejidad, sí es posible llevar a cabo una compilación seria y rigurosa de la materia. Esto no sucede, en cambio, con Tierras insólitas, que parece más bien hecha al vapor, con un facilismo que Boone justifica aduciendo lo “laberíntico” del género. Para empezar, la pregunta con la que inicia el libro: “¿Para qué tratar de definir un territorio tan rebelde e impredecible como el de la narración fantástica?” (p. 9). Para qué, si es suficiente barajar algunos nombres, elegir al azar unos cuantos relatos fantásticos y elaborar un prefacio con frases que sorteen de un tiro las posibles recriminaciones de la crítica: “En estas páginas no se perfila una generación o un grupo” o “Los autores incluidos apuestan desde sus trincheras particulares por la expansión de los lindes del cuento fantástico” (p. 11). El prólogo es, en muchos sentidos, inconsistente: por una parte, Boone elogia esa insumisión inherente al cuento fantástico, y por otra, procura rebelarse contra supuestos “lindes” y “principios generalmente aceptados” que no especifica en ningún punto.

            Se advierte que los relatos de este libro no serán canónicos, ni se incluirán tampoco a “los mejores autores o ficciones”. Por algo se trata de “Tierras insólitas” (o bien, de manera análoga a la Tabla Periódica, “Tierras Raras”): “elementos artificiales […] cuya capacidad de existencia en ocasiones se redujo a minutos, segundos o milésimas de segundo; lo suficiente para dejar una huella desestabilizadora en el acomodo de la materia” (p. 11). Nos consta que toda antología tiene algo de capricho; en este caso, se eligió a autores novísimos y heteróclitos para presentar definiciones muy particulares de lo fantástico (a los que, por cierto, el compilador no dedica ni siquiera una breve nota biográfica o bibliográfica). No cuestiono este criterio de selección, ni mucho menos la pertenencia o no de estos autores a un canon determinado (dicho sea de paso, no me sorprendería que eventualmente algunos de ellos llegaran a ser exponentes representativos del género). Lo que sí cuestiono es que, al finalizar el libro, sean muy pocos los relatos que verdaderamente logren dejar en nosotros esa “huella desestabilizadora” que el prólogo promete.

          Entre los cuentos más notables de la antología se encuentran “Video Alzheimer” de Gonzalo Lizardo y “El jardín interior” del propio Boone. Los define un anhelo más permanente, la búsqueda de una relectura inagotable. En el primero, un hombre entra en un video club y posteriormente, cobijado por una amnesia sutil que le permite escapar del mundo, encuentra una biblioteca que lo transporta a los orígenes del mito y de la fantasía: “Este disco es la fuente de toda epopeya, la semilla de toda novela […]. Por ello su escritura, partiendo de un centro intangible, se expande en espiral hasta envolver en su vértigo nuestra memoria, nuestro presente, nuestro diálogo incluso” (p. 20). El tema es la vitalidad de la ficción y la plena consciencia de que el olvido es siempre parcial, de que la imaginación y la escritura nos permiten recrearnos a través del tiempo. En el segundo cuento, un músico se instala en un edificio antiguo con una advertencia: “Sólo le diré una cosa: no confíe en los recuerdos que guardan sus paredes, porque nunca le pertenecerán” (p. 137). Sin embargo, en el jardín interior de la casa se aparece una mujer que lo arrastra a una abominable pasión amorosa; el personaje no sólo termina por ser víctima de este espejismo, sino que debe también resignarse a la ruptura brutal y definitiva con su propia realidad.

          Otros relatos de la antología son menos afortunados. Estériles y banales, su elección sólo se podría justificar a partir de una premura ingenua, pues parecen más bien el producto directo de algún taller literario adolescente. Señalo, al menos, “Ojos de lagarto” de Bernardo Fernández, BEF, y “La cosa del otro milenio” de Jesús de León: dragones que beben Coca-Cola, skatos que salvan al mundo, un hombre que viaja en el tiempo para entrevistar a un amodorrado Conde Drácula. La parodia es válida, claro está, pero no encuentro en ellos nada que trascienda la “clave irónica” y se instale en el terreno de lo perdurable.

          En el resto de los cuentos de Tierras insólitas nos encontramos cara a cara con personajes al borde de la locura, el castigo o la muerte; con otros que buscan dejar marcas de una existencia desplazada, e incluso con algunos que imploran desesperadamente la comprensión de la naturaleza insólita de sus crímenes. Pese a sus deficiencias, la antología logra, hasta cierto punto, el propósito que persigue: recordarnos que el cuento fantástico seguirá reinventándose mientras existan el terror y la extrañeza. Si no fuera por esto, quizá nos sucedería a nosotros, lectores, lo que a Alicia en A través del espejo: “Desaparecerías. Eres una figura de su sueño. Si se despertara ese Rey te apagarías como una vela”.

  • Juan Luis Nutte junio 25, 2013 at 4:32 pm / Responder

    Coincido contigo. Es un libro ridículo en ciertas páginas… creo que la mayoría de esos escritores allí incluidos son el producto de sus lectores mediocres y viceversa.

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