Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


J. M. Coetzee, The Schooldays of Jesus, Viking, New York, 2017, 272 pp.


Ningún escritor contemporáneo ha hecho del ascetismo una cuestión de estilo tan radicalmente como John Maxwell Coetzee. Todo es austero en The Schooldays of Jesus, desde la descripción del mundo material hasta los diálogos, externos e internos, de los personajes. Quizá no podía sino ser así para un escritor que, durante más de cuarenta años, ha explorado obsesivamente el lado oscuro de la pasión humana. No es difícil imaginar que para Coetzee la escritura no es ya sino otra forma de la sobriedad y la renuncia. The Schooldays of Jesus continúa esta compleja exploración del deseo y además retoma otras obsesiones fundamentales del escritor sudafricano: la historia y la memoria, la relación padre-hijo, la culpa, el arrepentimiento, el castigo y la posibilidad de la salvación.

The Schooldays of Jesus fue precedida por The Chilhood of Jesus, publicada en 2014. En aquella novela, Coetzee nos introducía en un mundo fantasmal y ambiguo, una tierra innombrada a la que se llega solo después de haber hecho un largo trayecto por el océano. Este viaje conlleva la pérdida de la memoria y todos aquellos que llegan reciben la oportunidad de una vida nueva, limpia de las injurias del pasado: “When you travel across the ocean on a boat, all your memories are washed away and you start a completely new life. That is how it is. There is no before. There is no history”. Aquí, a esta tierra cuasi-alegórica en la que todos son exiliados en el sentido profundo de la palabra, llegan Simón y David, un hombre de mediana edad y un niño de cinco años. Entre ellos no existe relación de sangre, pero Simón se ha autoimpuesto el deber de encontrar a la madre de David y efectuar la reunión entre la madre y el hijo. David, sin embargo, resulta ser un niño extraordinario, poseedor de una fuerte personalidad, una rápida inteligencia y un encanto personal que le permite ganarse fácilmente a quienes lo rodean. Conforme la novela avanza, su figure adquiere tintes de religiosidad y misterio: en cierto momento se muestra seguro de poder resucitar un caballo que ha muerto; en otro, cuando un profesor le pide que escriba la oración ‘Esta es la verdad’, el niño escribe ‘Yo soy la verdad’.  La búsqueda de la madre, la problemática relación filial que se va construyendo entre Simón y David y la exploración de la compleja figura mesiánica de este último conforman la mayor parte de The Childhood of Jesus.

The Schooldays of Jesus se ocupa primordialmente sobre la educación de David. Por una parte, Coetzee continúa su investigación de la figura del padre y de las relaciones padre-hijo. Simón es, en muchos sentidos, un protagonista típico de Coetzee, semejante por ejemplo a David Lurie de Disgrace o al Señor C. de Diary of a Bad Year. Un hombre de mediana edad, más viejo que joven, cansado vitalmente aunque todavía aferrado al sexo, entre irónico y pesimista, a veces indiferente e irresponsable y a veces gravemente moral: “Unable to see his soul, he has not questioned what people tell him about it: that it is a dry soul, deficient in passion. His own, obscure intuition – that, far from lacking in passion, his soul aches with longing for it knows not what – he treats skeptically as just the kind of story that someone with a dry, rational, deficient soul will tell himself to maintain his self-respect”. La presencia de David, el carisma y el carácter del niño, lo lleva a lo largo de la novela a cuestionarse irónicamente su papel como autoridad moral: “He, Simon, thinks of himself as a sane, rational person who offers the boy a sane, rational elucidation of why things are the way they are. But are the needs of a child’s soul better served by his dry little homilies than by the fantastic fare offered at the Academy?”. Conforme la novela avanza, Simón constatará en sí mismo de forma cada vez más profunda esta suerte de mediocridad espiritual que finalmente se traduce en la imposibilidad de ser padre: “The child turns to him for guidance, and what does he offer but glib, pernicious nonsense. Self-reliance. If he, Simon, had to rely on himself, what hope would he have of salvation? Salvation from what? From idleness, from aimlessness, from a bullet in the head”. En esto, de nuevo, Simón emprende el recorrido moral característico de los protagonistas de Coetzee, que van de una vida sustentada en la apatía placentera al descubrimiento, a través de una crisis o evento extraordinario, de una carencia fundamental en sí mismos y en el mundo que habitan.

Por otra parte, el problema de la formación de David se plantea en la novela a través de una original reflexión en torno a la naturaleza de los números y de las matemáticas. David, como una prueba más de su singularidad misteriosa, es reacio a la enseñanza tradicional de los números, puesto que rechaza la existencia de categorías abstractas. Cuando un profesor privado, en las páginas iniciales del relato, intenta enseñarle a sumar con dos pares de objetos, el niño responde: “Two. Two for the pens and two for the pills. But they aren’t the same two”. El profesor, al finalizar la clase, informa a Simon que David quizá pueda tener un defecto cognitivo y recomienda la visita a un doctor, pero David pronto revela ya saber sumar y que sus diferencias con el profesor de matemáticas son puramente filosóficas: “Because, his way, you first have to make yourself small. You have to make yourself as small as a pea, and then as small as a pea inside a pea, and then a pea inside a pea inside a pea. Then you can do his numbers, when you are small small small small small”. Este rechazo, conformado en la misma medida por ansiedad y desafío, se corresponde con el temor que siente David por los huecos, las grietas y los espacios entre las cosas: “He is full of anxiety about gaps. Sometimes paralyzed. I have seen it. It is a phenomenon not uncommon among children”. En el primer caso, el vértigo de una serie infinita; en el segundo, el vértigo de la infinita distancia entre las cosas, la paradoja de Aquiles y la tortuga. A partir de este rechazo de toda forma de lo abstracto, David, en otro gesto mesiánico, pronuncia la irrealidad de las matemáticas – “Because his numbers are not real numbers”, y obliga a sus padres a buscar un paradigma alterno de formación.

Después del incidente con el profesor privado, David es inscrito en una academia de baile, “The Arroyo Academy of Dance”, dirigida por una pareja de esposos, los Arroyo. Una pedagogía distinta rige el funcionamiento de la academia: “It is an academy devoted to the training of the soul through music and dance”. En la academia, donde el señor Arroyo es pianista y la señora Arroyo instructora de baile, David entra en contacto con una interpretación distinta de la naturaleza de los números: “Yes, here in the Academy we dance, not in a graceless, carnal, or disorderly way, but body and soul together, so as to bring the numbers to life. As music enters us and moves us in dance, so the numbers cease to be mere ideas, mere phantoms, and become real”. El baile y la enseñanza del baile representan la posibilidad de alcanzar la armonía, de reconciliar los tiempos y los movimientos del universo con la vida humana. El baile es, en primer lugar, educación del ‘alma’, un concepto de especial importancia para la novela: “It is an academy devoted to the training of the soul through music and dance”. Además, el baile es el único lenguaje capaz de religar a la persona con la memoria perdida, con el recuerdo del origen: “As we know, from the day when we arrive in this life we put our former existence behind us. We forget it. […] The child, however, the young child, still bears deep impresses of a former life, shadow recollections which he lacks words to express. He lacks words because, along with the world we have lost, we have lost a language fit to evoke it”.

La concepción del baile expuesta en The Schooldays of Jesus abunda en resonancias filosóficas y mito-poéticas: pensemos en ‘logos’, esa brisa de sentido que para algunos filósofos griegos recorre y construye el mundo; en la memoria platónica y la experiencia directa de la realidad de las ideas; en el dogma cristiano de la encarnación, el matrimonio pasional de espíritu y materia. El niño David no tarda en demostrar una maestría inusual del baile, una gracia y una autoridad que obligan a sus maestros y compañeros a reconocer su naturaleza extraordinaria.

A lo largo de su carrera, Coetzee no he tenido miedo de exhibir y utilizar abiertamente sus influencias literarias. The Schooldays of Jesus presume de una línea argumental puramente dostoievskiana. Dmitri, encargado del museo que se encuentra junto a la academia, se encuentra obsesivamente enamorado de Ana Magdalena, instructora de baile y esposa del señor Arroyo. Ana Magdalena representa para él, y para Simon también, una suerte de perfección al mismo tiempo real e ideal: “He is not her equal: of that he is sure. If she were blindfolded and put on exhibition, like one of the statues in Dmitri’s museum or like an animal in a cage in a zoo, he could spend hours gazing at her, rapt in admiration at the perfection she represents of a certain kind of creaturely form”. En el clímax dramático del libro, Dmitri asesina a Ana Magdalena, supuestamente agobiado por la imposibilidad de poseerla. Un juicio –las escenas de juicio son una de las especialidades de Coetzee, como muestran además Waiting for the barbarians y Disgrace– se inicia en su contra, pero pronto Simon descubre a través de unas cartas que Ana Magdalena y Dmitri eran efectivamente amantes. El motivo del crimen resulta ser, no la frustración del deseo amoroso, sino el sentimiento de subordinación y esclavitud frente al objeto amado: “As I said, I was unworthy of her, of Ana Magdalena. That’s what it comes down to in the end. I should not have been there, sharing her bed. It was wrong. It was an offence – against the stars, against something or other, I don’t know what. That was the feeling I had, the obscure feeling, the feeling that wouldn’t go away”. Dmitri profesa una admiración que raya en la entrega por David, el niño prodigio. Mientras que Simon representa un modelo moral fundamentado en la racionalidad, la ironía y la distancia, Dmitri es un hombre entregado completamente a la pasión y a la paradoja: “Killing the one you love: that is something that old Simon here will never understand”. Después de ser condenado a pasar una temporada en un hospital psiquiátrico, Dmitri escapa con el propósito de ir al norte, a las minas de sal donde espera encontrar el trabajo y la muerte. Personaje dostoeivskiano, Dmitri busca el castigo como expiación de la culpa, pero el lector nunca sabe con seguridad si se encuentra frente a un pecador o frente a un neurótico.

The Schooldays of Jesus finaliza con dos escenas de baile. La primera se desarrolla  en medio de un debate público entre el eminente académico Dr. Javier Moreno y el Sr. Arroyo, ahora viudo. El académico realiza una alabanza del concepto de ‘medida’, encarnado en la figura de Metros, un antiguo pensador: “The arrival of Metros marks a turning point in human history: the moment when we collectively gave up the old way of apprehending the world, the unthinking, animal way, when we abandoned as futile the quest to know things in themselves, and began instead to see the world through its metra”. El Sr. Arroyo, músico, defiende una tesis contraria, según la cual la música y el baile representan una vía directa de conocimiento de la realidad, en contra de la irrealidad del número y la medida. Se trata también de un conocimiento a través del cual se reconcilian el cuerpo y el espíritu, en contraposición al conocimiento puramente ideal de Metros. Como prueba de su argumento, el Sr. Arroyo no ofrece razones, sino que invita a sus dos hijos al escenario a realizar un baile que, a través de la experiencia estética, ilustrará de forma definitiva su tesis. Una vez finalizado el baile, sin embargo, el niño David, hasta este momento espectador silenciosos, levanta la voz y exige que se le permita bailar a él también. Lo que sigue es para Simon una experiencia difícil de aprehender y explicar: “The numbers are integral and sexless, said Ana Magdalena; their ways of loving and conjugating are beyond our comprehension. Because of that, they can be called down only by sexless beings. Well, the being who dances before them is neither child nor man, boy nor girl; he would even say neither body nor spirit. Eyes shut, mouth open, rapt, David floats through the steps with such fluid grace that time stands still. Too caught up even to breathe, he, Simon, whispers to himself: Remember this! If ever in the future you are tempted to doubt him, remember this!

A través del baile, David revela con mayor plenitud su carácter mesiánico, y Simon por primera vez abandona su postura de autoridad paternal y se rinde espiritualmente al niño.

En la segunda escena de baile, el protagonista es el mismo Simon, quien se entrega al baile en un gesto de renuncia, abandonando momentáneamente su escepticismo: “I stumble along behind, hoping for the day to come when my eyes will be opened and I will behold the world as it really is, including the numbers in all their glory, Two and Three and the rest of them. You offered me lessons in the dance, which I declined. Can I change my mind now?”. El baile ocupa las últimas páginas de la novela, que parece terminar con un gesto de optimismo: “…there is only the music. Arms extended, eyes closed, he shuffles in a slow circle. Over the horizon the first star begins to rise”. Pero si The Schooldays of Jesus es convincente, es porque nada en ella puede ser interpretado de forma inequívoca. J. M. Coetzee es capaz de abordar temas tan grandes como la culpa y el anhelo mesiánico, precisamente porque la posibilidad o la amenaza de la ironía nunca desaparece del todo. La última escena de la novela es profundamente ambigua: el lector comparte la necesidad de rendirse de Simon, pero también siente todo lo ridículo de su situación. Alegoría y parodia de la alegoría, The Schooldays of Jesus exige de nosotros una radical toma de partido.

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