Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Cine


Jim Jarmusch, The Dead Don’t Die, Estados Unidos, 2019.


Si algo tiene The Dead Don’t Die, película irreverente donde las haya, es la capacidad de dejar al espectador con una sensación de desconcierto en medio de una serie de gags cómicos en los que, además de risas, también hay espacio para el debate político de la era Trump, la alarma sobre el cambio climático y una fuerte crítica al abuso de las redes sociales.

The Dead Don’t Die, que tuvo el honor de inaugurar la pasada 72ª edición del Festival de Cannes, es la primera incursión del director Jim Jarmusch en el género de terror a modo de comedia zombie. Como sabemos, no es el único director que ha apostado por este género tan discriminado dentro del panorama cinematográfico: lo hicieron antes Peter Jackson y su ya mítica Braindead (1992) o Tarantino y Robert Rodríguez con From Dusk Till Dawn (1996) y Planet Terror (2007), por mencionar algunos. Y es que Jarmusch, además de hacer hartas referencias al maestro del terror George A. Romero, ha querido parodiarse y homenajearse a sí mismo.

Y digo que es un homenaje indiscutible a la obra de Jarmusch por las claras referencias a sus trabajos anteriores. Tenemos a Tilda Swinton haciendo de maestra samurái como en su día lo fue Forest Whitaker en Ghost Dog (1999), al trío de hípsters provenientes de Cleveland haciendo un road trip a lo Stranger than Paradise (1984) y hasta a unos chavales en un centro penitenciario que experimentan su propia visión de los acontecimientos y que no nos deja de recordar a Down By Law (1986).

El alucinante elenco que Jarmusch eligió para esta película a ratos se nos antoja como fruto de una reunión del director con sus amigos más íntimos, como si la película pasara a un segundo plano y en realidad solo fuera una excusa para verse con todos ellos. Y es que además de tener a Bill Murray como protagonista, tenemos a su compañero de patrulla Adam Driver (Paterson, 2017), Chloë Sevigny (Ten Minutes Older, 2002), Steve Buscemi (Mystery Train, 1989), Rosie Perez (Night on Earth, 1991), Tom Waits (Down By Law, 1986), Iggy Pop (Gimme Danger, 2016), Tilda Swinton (Only Lovers Left Alive, 2014) y, por último, a una actriz que, aunque sea la primera vez que se pone en manos de Jarmusch, no necesita presentaciones, Selena Gomez.

¿Pero de qué trata realmente The Dead Don’t Die? La película narra la historia de Centerville, típico pueblo pequeño del centro de Estados Unidos con su diner, su motel, su morgue y su par de policías, encarnados por Murray y Driver, patrullando el municipio a golpe de café. Pero algo huele a podrido en Dinamarca y nuestro protagonista sabe que “This is all gonna end badly”, frase que le veremos repetir hasta el último segundo del film. Y es que la cosa no podía acabar de otra manera en un pueblo en que la única gasolinera que alberga, regentada por Caleb Landy Jones, también tiene un espacio para souvenirs locales y estos son precisamente muñecos zombies.

Pero volvamos a la trama: en la radio del diner el nuevo presidente de los Estados Unidos da un discurso desmintiendo la crisis ecológica y la existencia de un cambio climático real. Al mismo tiempo, fenómenos extraños parecen suceder en la localidad y sus alrededores: los días parecen no tener ya veinticuatro horas sino muchas más, los aparatos eléctricos no paran de estropearse e incluso los gatos del redneck del pueblo, Steve Buscemi, se han escondido debido a la amenaza que se cierne sobre ellos. Hasta lo sabe Bob el ermitaño, encarnado por Tom Waits, quien se percata de que hay unas plantas creciendo fuera de temporada cerca del cementerio de Centerville. Pero nada se da por sentado hasta que vemos claramente a los muertos despertarse de sus tumbas y al más célebre de ellos, el zombie Iggy Pop, contorsionándose al estilo del líder de los Stooges y yendo a por café al diner. A partir de aquí, prácticamente la noticia corre como la pólvora y nadie tiene duda de que todo lo que sucede es obra de los muertos.

Está claro que lo que asalta a Centerville es una plaga de zombies, de los de toda la vida, solo que estos en particular se sienten atraídos por aquello que les gustaba cuando eran humanos, como el café, las redes sociales o la televisión. Fuera de esto, nada hay de extraordinario en ellos. Sin embargo, con lo que las autoridades competentes no contaban era con la aparición de la extranjera y extravagante tanatopráctica Tilda Swinton, a quien en su tiempo libre aún le queda espacio para ser samurái y quien no deja de emplear la catana a diestra y siniestra contra los infelices que diez minutos antes eran los vecinos de su aburrido pueblo. Y si Dead Man (1995) tuvo la suerte de contar con Neil Young para su banda sonora, en esta nueva entrega de Jarmusch el leitmotiv que no parará de escucharse es Sturgill Simpson y la balada country “The Dead Don’t Die”, elevada ya a himno municipal, y que parece tener a todo el pueblo hipnotizado. Y no solo la conocen en Centerville, ya que Selena Gomez, de viaje con un par de amigos en un coche “muy George Romero”, llega a comprarle el CD al chico friki de la gasolinera.

Una vez el pueblo se ha infectado prácticamente en su totalidad, pasa lo inevitable: vecinos aún humanos reconocen entre los zombies a sus seres queridos que llevaban muertos desde hacía tiempo. ¿Cómo vas a enfrentarte a un monstruo caníbal si en vida fue tu querida abuela? Es así como algunos personajes acaban rindiéndose a los brazos de los difuntos, como le sucede a la agente Mindy (Chloë Sevigny). En realidad, pocas sorpresas nos depara el final: Centerville deviene Zombieville, tal y como auguraba aquella memorabilia de la gasolinera, y poco más que añadir al margen del avistamiento de un gran platillo volador que parece abducir al único personaje que no se había convertido en zombie, pero que tampoco parecía del todo humano.

En definitiva, esta es una película que huye del academicismo, que no intenta complacer al público más conservador, que se ríe del propio espectador en varias ocasiones y que aun con ello se ha vuelto a ganar la admiración de todos sus seguidores. Es una de las apuestas más disparatadas de Jarmusch, que volvió a recuperar su esencia gracias a su penúltima película, Paterson, y que ahora se encuentra en el mejor momento para permitirse hacer un film estrafalario que a primera vista nos parece más absurdo de lo que en realidad es. Tal vez el director nos haya querido mostrar su pronóstico más pesimista para la humanidad: el de ser cada día menos humana y más “zombie”, un futuro en el que acabaremos por invertir las leyes de la física y de la naturaleza humanas, y en el que la única salvación posible vendrá, con suerte, de una abducción alienígena.

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