Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Jonathan Franzen, Purity, Farrar, Straus & Giroux, New York, 2015, 567 pp.


La protagonista de la última novela de Jonathan Franzen va por el mundo haciéndose llamar Pip. Quizás sea esta la menos sutil de las referencias que en la obra se hacen a Dickens, figura con la que está más endeudada de lo que el nombre de un personaje y los chistes que los demás hacen al respecto podrían dejar entrever. Incluso se podría decir que dichos chistes están de más, pues parece que en lugar que cumplir una función cómica, están ahí para acentuar una referencia obvia; después de todo, ¿cuántos Pips célebres hay en la literatura (o fuera de ella)? Sin embargo, también existe la posibilidad de que el autor esté haciendo un comentario sobre el lector moderno que en muchas ocasiones no va a estar familiarizado con el referente y por ello necesita que se le extienda una mano amiga, aunque al final solo sirva para enterarlo de que hay una referencia y no las implicaciones de ésta. En un nivel más profundo, lo dickensiano en Purity consiste en que al igual que el autor inglés, Franzen se sirve de la pieza literaria para hacer una crítica aguda del que es a la vez el mejor y el peor de todos los tiempos a través de las manías de sus personajes.

La riqueza de la obra recae en la caracterización, mientras que la trama más bien parece una excusa para presentarlos. Dejando a un lado la excentricidad de los acontecimientos que la conforman, se puede reducir al tópico del hijo (en este caso hija) que sale de su hogar para buscar a su padre. Pip es una joven adulta que da sus primeros pasos en el mundo con un empleo miserable en una empresa de desarrollo residencial que no paga lo suficiente para para saldar sus deudas universitarias. Viviendo en la miseria en una casa compartida con una tropa de personajes desadaptados que solo sirven para prefigurar a los que vendrán después, fantasea con la idea de buscar a su padre, quien abandonó a su madre antes de que ella naciera, con la esperanza de que este pague sus años de ausencia y con ello poder arreglar sus finanzas. Esto, sin embargo, es imposible debido a que su madre ha hecho todo por ocultar su identidad, llegando al punto de vivir bajo un nombre falso y deshacerse de todos sus documentos personales para evitar que su hija encuentre un lugar por dónde empezar a investigar. Claro que la solución no podía ser permanente y la oportunidad de llevar a cabo sus planes se le presenta a la protagonista cuando un grupo de alemanes que trabajan para al proyecto Sunlight (una suerte de Wikileaks que es competencia de Wikileaks y que comparte el nombre con la empresa que lo originó, Sunshine Press) se aparece para reclutarla. Es entonces que empieza una odisea en que por primera vez actúa en contra de los deseos de su madre y pasa de un círculo a otro llevando a cabo en cada uno una especie de dinámica familiar que difiere de la que vivía en su casa con una figura matriarcal que limitaba no solo las posibilidades de conocer sus propios orígenes, sino las diferentes dimensiones de sí misma.

El planteamiento en su nivel más básico es casi tan viejo como la literatura misma, sin embargo, tiene la particularidad de que en lugar de desarrollarse parece descubrirse, pues cada sección del libro se enfoca en un personaje diferente en un momento que no corresponde al presente de la narración (marcado por los fragmentos en los que aparece Pip). El hilo que conecta a todos es Pip, cuyo verdadero nombre es Purity, término que además de darle título a la obra se refiere a una de las obsesiones principales de un repertorio de personajes caracterizados, dickensianamente, por sus manías. Entre ellos están: Andreas Wolf (que es una especie de Julian Assange megalomaniaco), Tom Aberant (periodista atormentado por la sombra de un matrimonio anterior), Dreyfuss (hacker autista) y una cornucopia de madres tóxicas y manipuladoras. De entre ellas destaca la ya mencionada de la protagonista, que en algo recuerda a la Miss Havisham de Dickens. Es su voz la que abre la novela y es ella la responsable de crear las incógnitas que llevan a Pip a abandonar su casa. Más adelante se revela que el nombre con que bautizó a su hija es a su vez un ideal que ha terminado por destruir todas sus relaciones con el mundo más allá de la heroína, a quien ha intentado formar según sus propios ideales. La protagonista parece cumplir con todos la misma función que cumple con su madre, pues en su búsqueda de una identidad propia termina confrontándose con la que los demás quieren imponerle y la forma en que cada uno intenta implementar lo que entiende por pureza.

Purity es una novela grande y americana que intenta seguir el camino de todas las aspirantes a ser la gran novela americana. Por un lado, están las románticas descripciones de las maravillas naturales que arañan los cielos azules de estados tan disímiles como Texas y Colorado. Lo mismo ocurre con los rascacielos de San Francisco y Washington que contrastan con el basurero de la llamada “Republic of Bad Taste” que es la Alemania socialista en que suceden varios episodios de la obra. Sumado a esto, hace su aparición estelar el locus amoenus exótico que es Bolivia, tan cerca del paralelo ecuatorial y tan alejado de las garras malvadas de la industrialización. Más allá de los espacios, el contexto en que la historia se desenvuelve parece un mundo reducido a las problemáticas que obsesionan a los periódicos americanos: terrorismo, filtración de información, préstamos estudiantiles, calentamiento global, políticas externas y un no tan largo etcétera. Lo increíble es que a pesar de todas estas americanadas, la novela se salva de caer en lo panfletario y lo alarmista al no poner a los personajes en función de su entorno sino de su mundo interior que se ve afectado tanto por estas cuestiones como por las particularidades de su vida personal. Esto, sin embargo, en ocasiones funciona en detrimento de la verosimilitud del total de la narración cuando por profundizar en la psique de algún personaje específico, su historial convulsiona con tantos momentos significativos que una vida no parece suficiente para englobarlos tods (la propia madre de la protagonista llega a un nivel de excentricidad que haría pensar en una Holly Golightly académico-liberal con aspiraciones conservadoras, si es que eso tiene sentido).

Quizás no sea la gran novela americana, pero es posible que precisamente en eso consista el logro de Purity, especialmente si se considera que muchas de las obras que cargan esta insignia parecen no decir mucho cuando se enfrentan a un público no estadounidense. Tómese como ejemplo The Great Gatsby de Fitzgerald, que en el canon universal difícilmente tiene el peso que se le da en su país de origen, donde siempre encabeza las listas de Las 100 mejores novelas que sacan a la luz organizaciones como Times o Modern Library. La novela de Franzen, si bien no va a ser canónica, tiene a su favor que, a pesar de la especificidad de las obsesiones y rasgos culturales que expone, trata problemáticas con las que cualquiera se puede identificar, quizás porque a pesar de las diferentes situaciones que se puedan vivir, todos contamos con las mismas emociones básicas que despiertan la empatía del lector cuando el autor tiene la habilidad de expresarlas mediante la palabra.

Publicar un comentario