Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Cine


Carlos Reygadas, Post tenebras lux, México-Francia-Países Bajos-Alemania, 2012.


Si hubieras leído los primeros apuntes de los críticos-cinéfilos norteamericanos acerca de Post tenebras lux tras su estreno en el festival de Cannes –en donde Carlos Reygadas ganó el premio al mejor director y donde anteriormente sus cintas Japón y Stellet licht tuvieron una buena recepción–, sin conocer la obra de este cineasta, sin duda el más ambicioso de todos los directores jóvenes mexicanos, tendrías que esperar que fuera una película incomprensible, absurda y aburrida; para algunos de los espectadores más hostiles se trataba de un ejemplo perfecto de las pretensiones vacías de Reygadas en particular y de ciertos sectores del cine contemporáneo en general. No hay forma de responder a estas acusaciones hasta que lleguemos al análisis de la obra en sí, pero vale la pena mencionar que, meses después, cuando Post tenebras lux tuvo su estreno en México (primero en el festival de Morelia a principios de noviembre y en las semanas posteriores en distintas ciudades del país), la situación no resultó mucho más alentadora. Los comentaristas locales reconocieron ciertos detalles con más facilidad que los extranjeros (hacen referencias a lugares como Tepoztlán y ven en la violencia de la película una respuesta directa a la realidad actual del país), pero no van mucho más allá de unas cuantas observaciones básicas o, lo que es peor, se enfocan en la supuesta polémica que ha ocasionado en lugares como Cannes y Toronto, sobre la que ya he hablado, como si aquello fuera importante para entender la obra. Se quedan en la superficie o, mejor dicho, ni siquiera la alcanzan (la superficie, las cosas materiales, los cuerpos concretos dicen bastante en el cine de Reygadas) y dado que Post tenebras lux es, entre otras cosas, una película de movimientos constantes (no sólo a través del espacio, sino también por el tiempo: algo nuevo para este director) hay que esforzarnos para llegar a ella, para no quedarnos atrás.

     Con este fin quizás sea una buena idea dar un recorrido fugaz, aunque no en un orden preciso, por los espacios de la película, para luego poder retomarlos, parte por parte, cuando sea necesario en nuestra búsqueda de interpretaciones, respuestas y significados (provisionales, tentativos, etc.). El comienzo espléndido de Post tenebras lux hace recordar el amanecer y el anochecer que dan inicio y concluyen Stellet licht, con la diferencia de que en la nueva obra hay una figura humana en estos espacios naturales (en la película anterior sólo se lograban escuchar algunos sonidos de animales): Rut Reygadas, hija del director, camina por el campo entre los animales (perros, vacas, caballos) y le da nombres a las cosas. Es una representación muy bella, pero no carente de violencia: los movimientos bruscos de los animales llegan a ser alarmantes y poco después comenzamos a oír los truenos que anuncian la oscuridad del título de la película, que Reygadas nos presenta en tres pantallas negras sucesivas, una para cada una de las palabras. Dos de las escenas más enigmáticas (aunque, como verán, esa palabra pronto pierde su significado en una obra compuesta casi exclusivamente de imágenes impresionantes) ocurren al principio y se repiten hacia el final, lo cual, más allá de su contenido, les otorga un papel clave dentro de la estructura simétrica de la obra, algo que siempre es relevante en las películas de Reygadas (el amanecer/anochecer de Stellet licht, el ascenso/descenso de la bandera del Zócalo en Batalla en el cielo y otros ejemplos más): vemos a la figura de un diablo (hecha de luz roja) en una casa; da la vuelta en un pasillo, observa a un niño y luego entra al cuarto de los padres con su caja de herramientas y cierra la puerta detrás de él. La escena que concluye Post tenebras lux es de las más complejas en cuestión del montaje, ejemplificando de otro modo la violencia que vimos en su estado natural en las tomas del campo al inicio de la película: un partido de rugby entre dos escuelas inglesas, en una de las cuales Reygadas estudió. La introducción a esta secuencia es aún más fragmentada: tomas aisladas de las rodillas de los jugadores mientras se preparan para el juego.

     Entre esas dos escenas que enmarcan la película se desarrolla el drama familiar que es el verdadero núcleo de Post tenebras lux, específicamente la crisis de un hombre llamado Juan (Adolfo Jiménez Castro), el padre de la niña que vimos en la secuencia inicial. Vive en una casa de Tepoztlán con su esposa Natalia (Nathalia Acevedo) y sus dos niños (Rut y Eleazar, ambos hijos de Reygadas). Salvo unas cuantas escenas que no se desarrollan en los alrededores del hogar (una reunión con los parientes burgueses que probablemente sucede en algún lugar del D. F.; un viaje con su esposa a Bélgica para ir a “baños de intercambio de parejas,” según la descripción que el director dio en una entrevista; una escena en la playa en la que no queda claro si Juan está presente), solo los vemos interactuar con sirvientes o gente humilde que vive a cierta distancia de la casa lujosa y moderna de la familia, algo que será importante cuando lleguemos a analizar la visión que Reygadas tiene de México. Por ahora nos podemos preguntar: ¿cuál es la crisis de Juan? Es un hombre insatisfecho, sin duda. La única referencia a su trabajo en toda la película viene de un familiar: se refiere a Juan, con cierto desdén, como un “arquitecto new age” a quien le ha hecho mal irse a vivir al campo. Nunca lo vemos trabajar, por supuesto, pero sí tiene una discusión con su esposa acerca de las cortinas de la casa. Es obvio que Juan debe pensar que su rechazo de la vida urbana es uno de sus grandes logros (ése es el contexto de la larga cita de Guerra y paz que recita en esa misma reunión), pero tenemos razones para cuestionar si se trata de un acto honesto. Vive en Tepoztlán, como otros miembros de la burguesía capitalina, con todas las comodidades de una gran ciudad. Se queda en su casa aislado y su único contacto con la gente de la localidad es desde una postura de autoridad (no sólo con sus sirvientes, sino también cuando va a una fiesta rural con su familia; un hombre ebrio dice que Juan no es mexicano y Natalia huye temprano porque observa que esas personas “ya se están poniendo borrachitas”). La otra parte del problema, la que no tiene que ver con la relación entre Juan y el mundo exterior, es un conflicto interno con su familia y, en última instancia, consigo mismo. En una de las primeras escenas de la película vemos a Juan azotar a uno de sus perros. Poco después acompaña a un tipo que antes trabajaba para él, a quien le dicen el Siete (Willebaldo Torres), a una junta de Alcohólicos Anónimos en donde escucha a varios hombres de la comunidad dar una explicación larga de sus vicios; cuando el Siete le pregunta cuáles son sus problemas, Juan sabe que sería inútil tratar de explicárselos a alguien que vio a su padre violar a su hermana, que ha sido drogadicto y ladrón y que abandonó a su familia, por lo que solo dice que son “detalles” y el ejemplo que le da es curioso pero relevante para el contexto de la crisis: dice que tiene una obsesión con la pornografía en línea y que ya no puede dormirse ni acostarse con su esposa sin esa ayuda. Este detalle ilumina la dinámica entre la pareja en distintas escenas, principalmente en la secuencia extensa de los baños en Bélgica, en la que vemos a Juan y a Natalia caminar, con cautela e incómodamente, entre grupos de cuerpos desnudos. Podemos ver que el viaje fue idea de Juan: Natalia siempre se queda atrás, le pide a Juan que abra las puertas (a habitaciones con nombres como Hegel y Duchamp, referencias carentes de explicación a menos que las interpretemos, junto con la discusión de los autores rusos en la reunión familiar, como un intento de Reygadas de abstraer de la crisis de Juan una conclusión general acerca de los límites de la tradición occidental, un tema que el director menciona constantemente en sus entrevistas) y cuando llega el momento de unirse a las actividades, éste le quita la toalla a su esposa y observa desde una distancia, una extensión del placer de voyeur que experimenta frente a su computadora.

     Los protagonistas de los primeros tres largometrajes de Reygadas también han sido hombres enfrentados a una crisis (Éste es mi reino, su excelente contribución a la colección desigual de diez cortometrajes llamada Revolución, por tratarse de la negación más agresiva de las divisiones entre documental y ficción de toda su filmografía y por carecer de una figura central, no entra en este esquema, pero por esas mismas razones aclara ciertos aspectos de la visión general de Reygadas y anticipa varias escenas de Post tenebras lux), por lo que resulta útil comparar la naturaleza de estos conflictos para evaluar, en conjunto, el desarrollo de su obra. En Japón un hombre (Alejandro Ferretis) sale de la Ciudad de México y se dirige al campo con la idea de suicidarse en un lugar remoto. No averiguamos mucho sobre él a lo largo de la obra, pero sabemos que es un hombre inteligente (es pintor y trae consigo libros de arte y grabaciones de música de Shostakovich) y Reygadas dice que es la única figura occidental de toda la película, una observación algo problemática, ya que la mayoría de esos campesinos realmente no parecen adherirse a una tradición (o cosmogonía, para utilizar la expresión que el director menciona una y otra vez cuando se enfrenta a la prensa) arcaica, aunque sí pertenezcan a una clase social distinta a la de aquel hombre. En Batalla en el cielo ya se logra vislumbrar de una forma más directa la ansiedad tan opresiva de ciertos momentos de la nueva obra (junto a esas dos Japón y Stellet licht son bastante serenas). Dejando a un lado la violencia extrema de las últimas secuencias, la escena en la que el protagonista, un chofer llamado Marcos (Marcos Hernández), es insultado por otro conductor, nos dice más acerca de la tensión de vivir en este país que la mayoría de las películas mexicanas recientes. El conflicto de Marcos es el de un hombre de la clase baja (y, por lo tanto, no-occidental, según Reygadas) tratando de mejorar su situación a través de varios actos, que en última instancia resultan fallidos: junto con su esposa secuestra a un bebé, pero éste muere accidentalmente; comienza una especie de relación con la hija de su jefe (un general que habla como niño, uno de esos pequeños indicios del humor negro y agudo de Reygadas que la mayoría de los críticos ignora), interpretada por Anapola Mushkadiz, a quien termina acuchillando en otro momento de desesperación. Stellet licht, la película de Reygadas más elogiada por la crítica internacional, elucida las ideas del director acerca de su país por ser, en gran medida, una evasión de estos asuntos. Se trata, formalmente, quizás de su película más perfecta, pero por el mismo hecho de ser una obra deliberadamente hermética (se desarrolla en una comunidad menonita de Chihuahua en la que sólo se habla Plautdietsch) no se enfrenta directamente al gran tema del cine de Reygadas, sobre el que he estado hablando sin darle nombre: llamémoslo, tentativamente, los dos Méxicos. Sin embargo, lo que sí nos presenta es una vistazo paradisiaco de la vida terrenal a la que no pueden acceder ni los burgueses como Juan ni los no-occidentales como Marcos. Los menonitas de la película, como nos los presenta Reygadas, están felices con sus labores (no se trata ni del trabajo enajenado de las clase baja ni del aburrimiento ocioso de la burguesía) y sus relaciones con los demás y con ellos mismos están en armonía. La idea central de Reygadas es que solo en este contexto tendría sentido hacer una obra abstracta acerca del amor puro, y con Stellet licht casi lo logra. El problema de Johan (Cornelio Wall) es el de elegir entre dos mujeres: su esposa llamada Esther (Miriam Toews) y una mujer igual de hermosa llamada Marianne (Maria Pankratz). No se trata, por lo tanto, de una preferencia estética o de engañar a alguien con malas intenciones (Johan le ha contado todo a Esther desde que comenzó su romance con Marianne), sino del misterio del amor, de las emociones y de la posible relación de estas primeras dos con la fe religiosa. Es con este último aspecto que Reygadas se mete en problemas. Tomó la conclusión de la película directamente de Ordet, la gran obra de Carl Theodor Dreyer, lo cual no sería un error en sí mismo (ambas tratan acerca de comunidades rurales en las que los personajes son protestantes) si aquel desenlace aportara algo a su propia historia, más allá de ser una escena extremadamente bella (que indudablemente lo es), pero mientras que la película de Dreyer sí es una investigación profunda acerca de la fe en todos sus aspectos, el tema de Stellet licht es el amor, y una solución a través de un milagro religioso, aunque no necesariamente arruina la película (la religión sí juega cierto papel en la vida de los personajes), resalta como una referencia a otra obra en vez de ser la conclusión orgánica a todo lo anterior.

     Para hablar acerca de la solución que Reygadas presenta en Post tenebras lux sólo hace falta aislar los términos del título y preguntarnos qué significan dentro de la obra. La oscuridad es, claramente, la crisis de Juan. No es tan fácil explicar la luz del título. No se trata de un regreso idílico a la primera escena de la película, a aquella comunión inmediata con la naturaleza que Rut aún puede experimentar (es significativo que Reygadas decidió no retomar esa secuencia en otra parte de la obra, como lo hizo en el caso del diablo y los jugadores de rugby), lo cual sería imposible para un adulto tras su pérdida de inocencia. Si la luz existe para alguien como Juan se trata de una conciencia retrospectiva íntimamente relacionada con el descenso al lado oscuro de la existencia (los vicios, la insatisfacción, la agresividad, etc.). Por lo tanto tiene sentido que ese momento de claridad suceda, no entre los árboles o en el campo, sino en su habitación, junto a su familia, en un espacio artificial que él ha creado y que fue puesto en peligro por su enfermedad, como la define el propio Juan. Es una de las mejores escenas de todo el cine de Reygadas, ciertamente de las más íntimas y cálidas: Juan está en su cama recuperándose de las lesiones que sufrió después de que el Siete le disparó (a diferencia de la situación correspondiente en Batalla en el cielo, este hombre no busca a Juan con la intención de herirlo, sino que el acto desesperado es una consecuencia accidental de un robo, lo que será relevante para nuestra opinión final del Siete); mirando hacia el vacío relata su sueño, que lo lleva a concluir que ya no está enfermo y al menos puede imaginar un tiempo en el que “sólo tenía que existir.” Es importante que no lo veamos llevar esto a cabo, sino que solo lo dice; la luz para alguien que ha visto la oscuridad tendrá que ser un recuerdo de la luz. Esto le da otro significado a la canción que Natalia canta y toca en el piano en esta escena: “It’s a Dream” de Neil Young. Juan puede decir, triunfante, que su enfermedad no fue más que un sueño, que ya desapareció; sin embargo, su salida a este problema es en sí misma un sueño, que seguirá siendo amenazado por las fuerzas destructivas del mundo que nos incluye a todos y que Reygadas resume en las imágenes de los árboles que siguen cayendo en la penúltima escena de la película.

     Más que cualquier otra obra de Reygadas, Post tenebras lux nos presenta a dos personajes con historias que son, hasta cierto punto, paralelas. Juan es sin duda el protagonista, pero comparte varias experiencias con el Siete (quien a través de un acto violento ocasiona indirectamente el cambio de perspectiva de Juan), al menos potencialmente. Ambos están pasando por una crisis, aunque los detalles de cada una de sus situaciones están determinados por su posición social. Hay un punto en el que parece que Juan podría perder a su familia, como le sucedió al Siete, pero se salva. La familia del Siete regresa hacia el final de la película, pero lo abandonan sin explicaciones una vez más (quizás tenga algo que ver con el hecho de que saben que hirió gravemente a Juan) y esa nueva pérdida mezclada con la culpa de haberle disparado a su antiguo jefe lleva directamente a su final trágico. Las últimas imágenes de Post tenebras lux son la continuación del juego de rugby y escuchamos las palabras de uno de los jugadores: “El otro equipo está compuesto de individuos; nosotros somos un equipo.” Juan, el burgués, logra salvarse con la ayuda de su equipo (Natalia, Rut y Eleazar) mientras que el Siete, el no-occidental, muere solo en el campo, bajo la lluvia. No habría por qué expresarlo de esta manera si no se tratara de una parte esencial de todo el cine de Reygadas y del concepto que tiene de México, o los dos Méxicos, como dije anteriormente. El punto de vista de este director se puede reducir a este contraste que se ha dedicado a explorar en todas sus películas (con la excepción de Stellet licht). Se trata de una división interesante que expresa algo fundamental acerca de la vida en este país, pero hay razones para cuestionar si es la idea más honesta o realista. Cabe mencionar que estos problemas no surgirían si Reygadas no estuviera intentando llegar conscientemente a una verdad última y total acerca de México (¿qué otro significado le podemos dar a imágenes tan formidables como las banderas de Batalla en el cielo o a títulos como Éste es mi reino?); él mismo lo ha dicho en sus entrevistas: una de sus metas es seguir el ejemplo del gran director Yasujirō Ozu, quien creó obras que, por ser tan japonesas en todos los sentidos, se convierten en algo universal. Post tenebras lux es una película sumamente mexicana, pero como sus primeras películas no va mucho más allá de un concepto excesivamente esquemático de la realidad del país: para Reygadas en México sólo hay burgueses como Juan e indígenas como el Siete; en las palabras del director el problema es “consecuencia de la tensión de cosmogonías que existe en el país, y que no se ha resuelto desde la destrucción de México hace 490 años.” El proceso de mestizaje y su desarrollo no le interesan y nos debemos preguntar por qué para averiguar qué nos dice esto acerca de su perspectiva. Es complicado criticar a un director por no resolver cuestiones específicas en sus películas en vez de solo atenernos a lo que vemos en la pantalla, pero en este caso se trata de asuntos a los que el propio cine de Reygadas se acerca sin reconocer explícitamente. Llega un momento en el que este tipo de omisiones se convierten en mentiras (y pienso que estoy siendo más justo que cuando este director dice cosas como “Hitchcock me parece un director irrelevante, que no habla de las cosas importantes” o afirma que The Tree of Life de Terrence Malick es una obra católica e imperialista). Reygadas es nuestro mejor cineasta, pero nos presenta una visión contra la cual tenemos que seguir luchando y no una que podríamos aceptar inequívocamente.

  • JLGL agosto 8, 2013 at 3:42 am / Responder

    Brillante crítica-reseña, aunque estoy en desacuerdo con algunos significados o situaciones en las películas de Reygadas.
    Algo que todavía no puedo esclarecer en mi visión de Reygadas es donde existe verdad y donde es un mentiroso intencional.
    Llama la atención el cambiode tiempo en narrativa con respecto a las previas y creo también que este tiempo más «veloz» es porque ya no lograría soportar los tiempos «tarkovskianos» que en alguna entrevista que vi, se encargó de negar como escuela…

  • John Betancourt mayo 9, 2014 at 3:35 pm / Responder

    Algo es seguro, las películas de Reygadas siempre crean este aire de incertidumbre, expectativa o realidad a medias. Post Tenebras Lux, no es la excepción, una obra tan intimista y desgarradora no podría ser menospreciada. Desde mi punto de vista, la narrativa visual es adecuada, que sutilmente transportan a esa atmósfera en la cual Juan vive. Es cierto que se ve descaradamente lo que Reygadas piensa de la gente de México (de sus clases sociales claro).
    La médula del filme es evidente y toca fuertemente esas fibras: el aislamiento, el dominio propio, frustraciones e inseguridades que hacen presa a todos los personajes que en ella convergen. El momento inolvidable, Natalia toca el piano y canta «It´s a Dream» de Neil Young junto a Juan que le responde desde la recamara.
    Carlos Reygadas podrá ser un director muy «hipster» como muchos lo han señalado, pero fuera de ese término tan fuera de lugar adjudicado, estamos ante uno de los mejores directores de cine que tenemos en México, un genio conceptual que pese a las críticas en contra de sus filmes sigue creando historias que nos sumergen en la psique del ser humano y nos hacen reflexionar de manera profunda.
    Saludos.
    Ensenada, Baja California.

    • victor morcillo noviembre 17, 2016 at 12:24 pm / Responder

      Después de ver 4 películas de Reygadas, puedo opinar como alguien, no profesional, pero sí amante del cine de arte que he devorado por años: considero que Reygadas sufre de un egocentrismo cinematográfico que es coherente con su modo de dirigir y su modo de actuar, pensar y al abrir la boca. No me agradan sus películas, y no por el hecho que no me agrade él como persona, ya que opina de la gente con experiencia en el cine como unos novatos o carentes de una visión que solo Él puede tener. Es tan narcisista: su imagen, sus respuestas en entrevistas, contestando a una crítica con la clásica respuesta: no hago cine para agradar a todos, solo para los amantes de mis películas. Sectarismo.
      En mi opinión, lo único real y valioso en sus imágenes son el entorno y la gente de dicho entorno. Los personajes centrales parecen sacados de una realidad que él solo ve. Como cinéfilo solo rescato Luz silenciosa. Se me hizo bella, sin pretensiones, simbólica, hasta agradable…
      Pregunto por qué Reygadas está en un nicho de culto y solo eso.

      Mérida, Yucatán.

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