Revista de Crítica ISSN 2954-4904


Lenny Abrahamson y Hettie Macdonald, Normal People, Irlanda, 2020.


Normal people, estrenada el año pasado y producida por Hulu y BBC Three, adapta la novela homónima de Sally Rooney. Es una coming of age que retrata la relación de dos adolescentes, Marianne (Daisy Edgar-Jones) y Connell (Paul Mescal), y su evolución con el paso del tiempo. Es una historia del primer amor, pero también una exploración de esa costumbre tan humana de interpretar el mundo que nos rodea a partir de nuestros miedos y expectativas.

Los primeros episodios, que muestran la relación en su etapa inicial, están cargados de ingenuidad (para bien y para mal), y de planos desenfocados que resaltan la delicadeza y determinación de Marianne y la ternura mezclada con angustia que esconde la mirada de Connell. Un miedo casi infantil a qué dirán los amigos de él hace que mantengan su relación en secreto y se vean solamente fuera de la escuela. Al mismo tiempo, este ocultamiento les da mucha mayor libertad para vivir el primer amor y su despertar sexual lejos de la mirada externa: Connell y Marianne parecen siempre estar solos y, cuando están juntos, el pueblo entero es para ellos una suerte de locus amoenus.

Ambos personajes se presentan, en su época formadora, como dos caras de la misma moneda. En Sligo, Connell se desarrolla con aparente naturalidad y parece seguir las reglas de la preparatoria, aunque no las comprenda del todo. Sin embargo, detrás de la máscara se revela que sus acciones están plagadas de inseguridades y miedos, y su personalidad complaciente es en realidad producto de una fuerte necesidad de encajar. Todo esto se hace patente en las escenas en que está solo: tiene ataques de pánico y llora cuando ha perdido a Marianne por tratar de mantener la relación en secreto. La cámara captura su estado más frágil y vulnerable, hace zoom in a su rostro y el fondo se desvanece, reflejando su turbulento estado interior. Marianne, por el contrario, se encuentra al margen en todos los sentidos: la escuela es para ella un territorio hostil y su franqueza no es bienvenida, creando cierta animosidad y distancia entre ella y el resto de las personas. Es altiva y mordaz, y se sabe superior en inteligencia, por lo que desprecia a compañeros y maestros por igual. Esta actitud, aunque contraria a la de Connell, es también producto de su miedo al rechazo y al mismo tiempo una especie de coraza que usa frente al mundo.

No resulta extraño, entonces, que una vez que llegan a Dublín, los roles se inviertan y veamos a Marianne triunfar en la universidad y a Connell luchar contra este ambiente que en su mirada se lee tan artificial y ajeno. Las amistades de Marianne replican la dinámica del Trinity College: son competitivos, vienen de familias acomodadas, tienen una vida académica intensa y performativa. Connell, por otro lado, se resiste activamente a formar lazos con los estudiantes del Trinity y, además, trabaja en su tiempo libre para costear su estancia. Ambos estudian en la misma universidad, pero sus experiencias, o más bien sus realidades, son fundamentalmente distintas. Las escenas de ambos en Italia ilustran esta dinámica explícitamente, en una charla donde Connell habla sobre el dinero y cómo vuelve al mundo real; hay también una toma muy reveladora en la que ambos miran hacia el mismo plano pero separados por una distancia considerable, en un esfuerzo de la fotografía por sintetizar simbólicamente su relación.

Un aspecto esencial del vínculo entre los protagonistas es el silencio, la ausencia de comunicación. Los problemas y malentendidos de la pareja son el resultado directo de la proyección de sus inseguridades. A pesar de esto, el sexo crea un puente entre ambos, ajeno a las palabras, pues se permiten ser realmente vulnerables y expresar lo que sienten sin necesidad de verbalizar o racionalizar. Es un territorio en donde son verdaderamente iguales, lo cual es evidente en las escenas sexuales, en donde predomina el dinamismo y ambos personajes se ven igualmente involucrados. Por el contrario, se observa un claro contraste con otras parejas, especialmente en el caso de Marianne, en las que se establece una dinámica de poder: las escenas son cortas y ella no participa en estos encuentros sino que asume un rol pasivo y, en ocasiones, sumiso. Esta diferencia, además, se pone de manifiesto cuando habla con Connell sobre Jaime: “M: Desde su perspectiva, eres el tipo alto que solía cogerse a su novia. / C: Claro. ¿Así es como me describes a todos tus amigos? ¿El tipo alto que te cogía? / M: Estoy bastante segura de habernos cogido mutuamente”. En esta escena la conversación se muestra a través de planos frontales, un indicador de que en su relación han empezado a verse, a escucharse realmente.

Los vínculos familiares de Marianne también juegan un rol fundamental en su aproximación a las relaciones de pareja: viene de una familia disfuncional, una madre distante y un hermano violento que ha tomado el lugar del padre ausente, también violento. Las figuras masculinas y la indiferencia de la madre ante estos han convencido a Marianne de que merece ser tratada de esa forma. En el fondo, el modo en que se relaciona con los hombres, progresivamente más crueles con ella, está afincada en que el hecho de que ha interiorizado estas actitudes familiares hacia sí misma. Se muestra complaciente con las actitudes de su hermano, quien es agresivo y amenazante en sus miradas, sus palabras y sus acciones. Esta misma dinámica es la que luego replica Marianne en su relación con Lukas. Aunque Connell inicialmente refuerza esta idea al mantener su relación en secreto, evoluciona y se vuelve una figura muy importante en el proceso de separar la humillación y el dolor del amor y el deseo, pues encuentra en él un espejo que refleja los mejores atributos que ella tiene, y así ayuda a Marianne a encontrar el amor propio que no había hallado en otros espacios.

Los capítulos más oscuros de la serie reflejan el aislamiento de Marianne quien, durante su semestre de intercambio, lejos de todo lo que conoce, se abandona a una relación destructiva. De manera paralela, la muerte de un amigo de la preparatoria, recordatorio de que la vida que alguna vez tuvo en Sligo se ha perdido irremediablemente, sume a Connell en un episodio depresivo. La estructura narrativa se vuelve también más fragmentada y caótica, un espejo de la vida interna de ambos personajes. En estos momentos, la relación entre ellos ha mutado en una de apoyo mutuo: la conexión que siempre han tenido les permite comprender lo que el otro está viviendo y, poco a poco, se ayudan a volver a cierta normalidad.

Quizás lo más conmovedor de esta historia es que lo que empieza como el retrato de un romance juvenil, en ocasiones codependiente, se torna en una amistad en la que ambos logran comunicarse y crecer de manera paralela. Eventualmente, comprenden que se han hecho mucho bien el uno al otro y que pueden tomar caminos distintos: Connell acepta el ofrecimiento de la maestría en NYU y Marianne decide quedarse en Irlanda. Ella se siente parte del pueblo que antes le fue tan ajeno y él por fin está listo para iniciar una nueva vida lejos de casa.

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