Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Valeria Luiselli, Los ingrávidos, Sexto Piso, México, 2011.


“Hay dos tipos de personas: las que viven y las que diseñan su vida”, señala la narradora. Los protagonistas se contraponen y se complementan: la narradora vive su vida, pero ésta no le basta; Owen la diseña (“tenía la secreta esperanza, o mejor, la secreta certeza, de que un día me terminaría de convertir en mí mismo, en la imagen que durante años me había elaborado de mí”), consciente de que jamás llegará a ser quien desea. El resultado es, a fin de cuentas, el mismo. Ambos miran hacia el pasado, incapaces de habitar el presente; eligen la ingravidez porque solo al desprenderse de su peso lograrán asimilar que la realidad les resulta insuficiente, que es necesario recrearla, enriquecerla, por medio de la escritura. El subterráneo permite el encuentro; gracias a él contemplan sus respectivas apariciones. En un intervalo de tiempo, tan breve y estremecedor como los versos de Pound que la protagonista rememora (“the apparition of these faces in the crowd; / petals on a wet, black bough”), se encuentran con sus fantasmas futuros. Extraviados en el subterráneo, se observan mientras los trenes corren en direcciones opuestas; los unen objetos y espacios remotos. Saben, de alguna forma, que el otro existe o ha existido antes.

Todo en Los ingrávidos es mentira. Creemos que la vida de un personaje se va borrando a medida que el otro la escribe, pero conforme avanzamos en la lectura podemos constatar que, en realidad, cada uno conserva sólo algunos ecos de sus vidas pasadas: “mis recuerdos de esa vida no podrían tener mayor contenido. Son andamiajes, estructuras, casas vacías”, escribe, no sin cierta nostalgia, la narradora. La teoría de las muchas muertes que Owen desarrolla con Homer parece ser la clave para comprender esta novela: “la gente se muere, deja irresponsablemente un fantasma de sí mismo por ahí, y luego siguen viviendo, original y fantasma, cada uno por su cuenta. […] ¿Y cómo se puede saber quién es fantasma de quién?”. Y es que, a fin de cuentas, todos –personajes y lectores– somos fantasmas, de otros y de nosotros mismos.

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  • teresita ramos octubre 1, 2012 at 6:45 pm / Responder

    me parece una novela interesante, que cautiva al lector, la autora ha de tener una gran imaginacion, ojala reciba un reconocimiento por ella.

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