Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Hiromi Kawakami, Los amores de Nishino, Alfaguara, Barcelona, 2017, 202 pp.


Para describir Los amores de Nishino (2017), la más reciente obra de Hiromi Kawakami (Tokio, 1958) traducida al español, Alfaguara eligió una desafortunada crítica. En palabras de DozoDomo: “Si te gusta Haruki Murakami, adorarás [esta novela]”. Mentira. Para empezar, la autora ya se había hecho un lugar entre el público hispanohablante desde El cielo es azul, la tierra blanca y promoverla como la contraparte femenina de Murakami no podría distar más de la realidad. En segundo lugar –y por fortuna–, ninguno de los personajes de Kawakami se asemeja a los hombres torturados o a las mujeres artificiales del primero.

Es cierto que hablar de literatura nipona contemporánea, implica, de manera casi forzosa, traer el nombre de cierto sexagenario japonés a la discusión. La llegada de traducciones al español a nuestras estanterías ha proliferado en años recientes y nombres como Mishima, Kawabata, Söseki, Akutagawa, Abe, Dazai o Tanizaki no le son desconocidos al lector, pero podría decirse que el éxito comercial de Tokio Blues sentó un precedente, cimentado después por Un grito de amor desde el centro del mundo, de Katayama.

Para bien o para mal, Haruki Murakami se ha convertido en el estandarte de una nueva generación de escritores que han permitido al público el acercamiento a otra cultura –su cultura–, marcada por el fetichismo occidental en medio de la creciente ola del niponismo (animes producidos por Netflix, una sección de manga en las librerías y en el OXXO, películas como Isle of Dogs, ciclos de cine japonés aquí y allá). La otredad de los japoneses, en escenarios que son más o menos familiares para los lectores occidentales, pero siempre con un contrapunto de extrañeza, ha encontrado un nicho entre el público que busca narraciones lentas y asombro en la cotidianeidad.

Además del experto de las dimensiones alternas y los protagonistas inadaptados, pensemos en la pasión arrebatada que Kyoichi Katayama retrata en el mencionado Un grito de amor desde el centro del mundo; en la Mikage de Banana Yoshimoto y su hábito de dormir en la nevera (Kitchen); en el matemático desmemoriado (La fórmula preferida del profesor) o la pequeña asmática que se transporta en hipopótamo (La niña que iba en hipopótamo a la escuela) de Yoko Ogawa; y, por supuesto, en Hiromi Kawakami y su exploración cabal de las relaciones humanas.

Así, tópicos habituales en la literatura japonesa, como venganza, honor, decadencia o muerte, son desplazados a otro plano en la narrativa contemporánea, que se decanta por una temática concreta: el amor. Claro, no se trata de meras historias sentimentaloides, pues, casi sin excepción, se desarrollan en universos extraños, con personajes extravagantes o, cuando menos, con hábitos peculiares.

Es en esta esfera donde se insertan las historias de Nishino y sus amantes. Frente al vértigo de la aceleración y el ensimismamiento, cada mujer que se ha cruzado con Yukihiko Nishino narra ese momento de su vida con detalle, con parsimonia diríase, rememorando un encuentro que superó la intrascendencia de los romances fugaces: “El eco de la palabra Nishino, que salió repentinamente de su boca, atrajo hacia mi corazón un montón de algo que no sé cómo explicar. Sentí, por primera vez en mucho tiempo, que un agujero se abría en mi vientre y se me escapaba el aire” (p. 13).

El universo de Kawakami es primordialmente femenino, son las mujeres quienes orquestan su destino, las que hacen las preguntas, las que toman decisiones. Nishino es el protagonista de la historia que comparten, sí, pero ninguna se define por la presencia o ausencia de esta figura masculina. En este sentido, Nishino es una sombra, un recuerdo guardado en el rincón de la memoria de aquellas que siguieron adelante. Cada gesto, palabra o temor que conocemos de su persona, es adjudicado. El Nishino real no existe, lo que se nos presenta es el esbozo de un hombre construido desde diferentes miradas, desde distintas circunstancias, pero una misma situación: todas, sin excepción, lo han amado.

Seductor, indescifrable, contenido, Nishino podría presentarse como el agotado estereotipo de hombre inalcanzable que ejerce una atracción malsana en la protagonista de la chick flick promedio: “Que yo estuviera enamorada de Nishino no significaba que Nishino tuviese que estar enamorado de mí. Aun sabiéndolo, me disgustaba que no me quisiera tanto como yo lo quería a él. Y como me disgustaba, cada vez lo necesitaba más y más” (p. 10). Sin embargo, es difícil odiarlo. Nishino era frío, piensa Natsumi; Yukihiko era violento, opina Manami; tenía una voz monótona para todas las estaciones, comparte Kanoko. En diferentes etapas de su vida, Nishino ha representado un papel distinto y reducirlo a un mujeriego cualquiera sería injusto. Entre sus mejores cualidades está la honestidad; él no pretendía ocultar sus encuentros a la amante en turno ni impedía que esta fuera igual de especial que la siguiente. Lo que sucede es, simplemente, que Nishino no es capaz de amar. Al pronunciar la frase: “Yo quería seguir queriéndote para siempre” (p. 71), entendemos, quizá por primera vez, el abismo que hay entre los verdaderos deseos de Nishino y su manera de navegar por la vida.

Ahora, sus relaciones llegan a prolongarse desde una noche hasta años. De hecho, es siempre el despechado: “Si las chicas no aguantaban demasiado tiempo con él no era porque Nishino se cansara de ellas. En todos los casos, al final, eran ellas las que lo abandonaban” (p. 152). De esta forma se reafirma el poder que tienen las mujeres en un universo donde los hombres son un mero reflejo o catalizador para entenderse a sí mismas.

Como confiesa Sayuri en “Marimo”, Nishino es un tipo odioso, tanto para los hombres como para las mujeres, porque “en el fondo de sus corazones, las personas odian a quienes sobresalen en todo” (p. 151). El magnetismo de Nishino es la cualidad que termina por aislarlo. Nishino, con toda su perfección y su misterio, debe ser temporal. Es ese algo al que se acude por necesidad o curiosidad, no más.

En este escenario dominado por mujeres que se apropian de su historia, la palabra condescendencia no pinta para nada. Entre el variado grupo de amantes se hallan una madre casada, una amiga infiel, una adolescente indecisa, una escritora que cambia de cepillo dental cada semana, una empresaria exitosa, una ama de casa aburrida. Si algo no hay en Los amores de Nishino, son víctimas. Todas y cada una de estas mujeres, establecen las reglas del juego: “Había decidido que quería ser suya” (p.54), énfasis en el verbo decidir.

Entre parfaits de fresa, besos tristísimos, cursos de ahorro energético, sushi de caballa, cilindros de hormigón y el sonido zumbante de un refrigerador, asistimos a encuentros humanos profundamente íntimos que poco o nada tienen que ver con el amor o el placer. Los amores de Nishino no es una reflexión sobre estas cuestiones, menos sobre el deseo de poseer a un individuo. Lo que tienen en común las historias es la soledad que dicta las acciones de sus personajes. El sexo es el último recurso de dos seres que no saben cómo comunicarse o no tienen otra cosa que ofrecer: “Lo hicimos allí mismo, en el suelo. Nishino tenía los brazos duros. Duros y fuertes. Cuando terminamos, me sentí triste. ¿Por qué conmigo?, le pregunté. Porque yo a ti te gusto, Tama-chan, contestó él con voz triste. Este hombre está tan triste como yo, pensé”. (p. 123). El amor, por su parte, es un paliativo ante la soledad.

Tanto en Manazuru, que sigue la historia de una mujer abandonada por su esposo, como en El cielo es azul, la tierra blanca, donde dos seres solitarios encuentran la manera de redimirse en el otro, o en Los amores de Nishino, queda claro que todo amor surge de una necesidad y nadie tiene la intención de ocultarlo: “Aunque tú no me quieras, me basta con quererte. Creo que eso fue lo que dije después. Yukihiko esbozó un gesto de desesperanza. Siento asco de mí mismo por hacerte decir esas cosas, dijo, y me abrazó. Das asco, sí, pensé. Y yo también lo doy” (p. 64).

En la narrativa de Kawakami, los hombres no están ausentes, pero de una forma u otra, son inaccesibles. Más allá de seres corpóreos, son fantasmas, apariciones, memorias. Sin sus amantes, Nishino no es nadie, porque el otro masculino no existe sin una mujer dispuesta a recrearlo.

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