Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Margaret Drabble, Llega la negra crecida, Sexto Piso, México, 2017, 338 pp.


Hablar de la tercera edad implica caer en un conteo de los días vividos y enfrentarnos, cara a cara, al ocaso de nuestra existencia. Comúnmente se le concibe como el estadio previo a la muerte, como ese punto en el que lo único que resta es aguardar a que el tiempo se detenga y pasar a formar parte de la nada. No obstante, Margaret Drabble, en Llega la negra crecida, ofrece una perspectiva diferente, pues para ella esta etapa es sinónimo de recordar, y esperar es la actividad más desgastante, aunque no involucre mover dedo alguno.

Francesca Stubbs, mejor conocida como Fran, es la protagonista de la historia y, de cierta manera, quien logra dotar de un sentido a la vejez. Para ella, los setentas no significan nada más que eso: seguir viviendo en todo su esplendor, oponiéndose a tomar el “pasaporte del mundo laboral a la inutilidad de la tercera edad” (p. 26). Vive cada día intensamente, visitando distintos sitios de descanso para ancianos a lo largo y ancho de Londres. Ciertamente no desea formar parte de un lugar como esos, en los que la autonomía e individualidad humana se intercambian por la vida en comunidad. Desea mantener, hasta el último instante, su esencia, y ser fiel a sí misma, valiéndose por sus propios medios, sin requerir de alguien que le lleve comida semanalmente como sucede con su ex esposo, Claude Stubbs, desde que este ha caído enfermo.

Fran concibe la vejez como un acto de heroísmo, no solo porque involucra tener que vivir toda una vida para experimentarla, sino porque no es algo que muchos puedan (y estén dispuestos) a realizar. No se opone a morir. Todo lo contrario: reconoce que se acerca su final, pero, en todo caso, desea una muerte digna de una heroína épica que lo entrega todo en el campo de batalla: “sus palabras preferidas eran las palabras de despedida de Siward el Danés, ‘levantadme para que muera de pie y no tumbado como una vaca’ ” (p. 14).

En un tono irónico y a la vez desdeñoso, Fran nos introduce a diferentes individuos con quienes comparte esta nueva, y última, etapa de su vida. Más allá de intercalar historias dentro del argumento principal, Drabble, por medio de personajes tales como Claude, Josephine, Christopher, Poppet, Ivor y Beckett, comparte diferentes maneras de percibir la vejez. Confronta de esta manera la visión heroica y ajetreada de Fran con otras un tanto más convencionales como la de Claude, quien “se la toma con estoicismo, calma y filosofía y se ha procurado todas las comodidades posibles” (p. 139). En este sentido, no busca imponer una forma de observar la vejez e idealizarla, sino que pretende poner sobre la mesa diferentes caminos en los que esta puede ser vivida.

A diferencia del resto, Poppet y Christopher Stubbs, hijos de Fran y Claude, junto con Ivor, no entran en la categoría de “personas en la tercera edad”; ellos, más bien, forman parte de aquella etapa a la que banalmente se le llama “flor de la vida”. En otras palabras, son jóvenes. A pesar de esto, en ellos se observa una singular forma de envejecer que no sucede en los últimos años y que ocurre paulatinamente, a medida que se transita por los estadios anteriores.

Tanto Poppet como Christopher viven sin hacerlo, se han vencido en el curso de su vida. La primera prefiere vivirla en una instancia atemporal en la que su única compañía es la naturaleza misma; ni el narrador es capaz de revelar lo que ha acontecido en la vida de Poppet como para que esta haya acabado justo al iniciarla. En contraste con Fran, es ella quien se encuentra al borde de la muerte, completamente envejecida de espíritu, pues su vida “se sitúa en el pasado. Por eso es que parece tan mayor, porque vive en una prolongada y extensa vida después de la muerte” (p. 154). Por otra parte, Christopher, luego de la repentina muerte de su novia Sara, se ha rendido ante el paso del tiempo y ha optado por ver los días pasar sin llegar a comprender cómo es que el destino puede llegar a ser tan injusto, al grado de dejar morir a quien menos lo merecía y mantener con vida a quien hace todo lo posible por perecer.

Es en este punto en el que Ivor es presentado en la compañía vitalicia de Beckett, un historiador retirado y escritor de avanzada edad. Ambos viven en las Islas Canarias, lugar donde tuvieron la fortuna de conocer a Christopher y Sara días antes de que esta enfermara y muriera. Difícilmente Ivor y Beckett podrían ser categorizados como una pareja, pero, de igual modo, resulta insuficiente definirlos como amigos. Se encuentran en un estado intermedio del que no desean salir por falta de energía, pues en este punto de sus vidas no requieren de etiqueta alguna para vivir en compañía del otro: “los unen las necesidades que suceden al amor, las necesidades que suceden al sexo y al cariño” (p. 64). Envejecen día con día al son de la naturaleza que los rodea, juntos en su aventura final como lo estuvieran en los años previos.

La idea de un lugar de descanso para ancianos adquiere una forma difusa en el momento en que son presentadas las realidades de los personajes ya mencionados. Si estos recintos son espacios en los que las personas pueden descansar de sus vidas y esperar la muerte mientras distraen sus mentes, entonces cualquier lugar puede convertirse en nuestra vivienda de descanso. Así pues, Drabble nos presenta cómo cada persona busca aquel lugar seguro en el que pueda bajar la guardia y entregarse por completo a la espera y el descanso. Este no tiene que ser un asilo o un internado, sino que bien puede ser nuestro departamento de solteros, la casita que hemos conseguido cerca del litoral o las Islas Canarias.

Es en la vejez donde, irónicamente, más nos acercamos a nosotros mismos. Pasar a esta instancia es tener la libertad de ser y hacer lo que se desea, teniendo, por supuesto, al tiempo y la salud como los peores enemigos. En ella, la vida finalmente completa su ciclo: se tiene la oportunidad de reencontrarse con aquellos que el destino ordenó dejar atrás, y con uno mismo y las pasiones que nos dotan de vitalidad. Es de admitirse que la vejez requiere de valentía, dado que es, como relata Fran, históricamente temida. En esta se nos libera justo cuando nuestro cuerpo y alma empiezan a andar sin ataduras. Ella misma revela, no sin resentimiento, que la vejez nos vuelve, paradójicamente, más pueriles, absurdos y egoístas. Es el momento perfecto para vivir para sí mismo y preocuparse por cualquier cosa que se desee, sin importar que se trate de la comida del día –o semana– siguiente, de la música que será reproducida en la radio por la noche o del próximo dibujo que se tendrá la suerte de pintar.

Desde las primeras páginas de la novela, Fran nos revela que la única manera de escapar a los tormentos de la tercera edad es muriendo joven; sin embargo, una vez pasados los cincuentas, como en su caso o el de Claude y Josephine, esta alternativa no figura nada en lo absoluto y no se tiene más remedio que enfrentarla de la manera que mejor se pueda. Para Francesca, vivir implica tener una función en el mundo; por lo tanto, no pretende que la vejez sea un estado de completa pasividad en el que la persona pase a ser objeto de mera decoración. Decide vivir su vejez justo como vivió su adultez y, muy probablemente, sus primeros años: intensamente, “no tiene ninguna gana, ninguna de dar marcha atrás para salir de ese punto muerto por el estrecho carril. Ella quiere seguir avanzando” (p. 205). Y es que justo frente a la concepción tradicional de la tercera edad, Fran se presenta como una excepción al aferrarse a vivir sus últimos años con plenitud y alegría.

Llega la negra crecida es una nueva manera de aproximarse a la vejez y, por tanto, a la dignidad humana. En ella se reconocen los problemas que trae consigo la tercera edad, como la pérdida de la identidad y utilidad en el mundo moderno. Drabble presenta una nueva forma de enfrentarse a la última etapa, en la cual, según la costumbre, no queda sino esperar a que el destino nos tome por completo. Al mismo tiempo, ofrece una alternativa para habitar la vejez: una en la cual se llega victorioso a la muerte gracias a nuestras pasiones y las de las personas que nos rodean. En esta novela, morir trae consigo una connotación diferente: ya no significa rendirse, sino entregarse al descanso, pero solo cuando de verdad hayamos consumido toda la energía que nos queda en nuestra alma.

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