Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Cine


Alex Ross Perry, Listen up Philip, Estados Unidos, 2014.


“Siento que es mi responsabilidad decirte la verdad”, explica Philip Lewis Friedman a una admiradora (el término que la chica emplea es book-groupie) en una de las primeras escenas de Listen Up Philip, el tercer largometraje del cineasta neoyorquino Alex Ross Perry (Impolex, The Color Wheel). Philip (interpretado por Jason Schwartzman) es un joven escritor de Brooklyn a punto de publicar su segunda novela. Su lucha por la causa de la honestidad se manifiesta principalmente bajo el aspecto de ataques verbales en contra de aquellos que considera intelectual o moralmente inferiores: su ex novia (por llegar tarde al almuerzo y no exaltar adecuadamente su genio literario), su mejor amigo de la universidad (por no realizar sus ideales juveniles y haberse convertido, según el veredicto de Philip con respecto a su atuendo, en “just a combination of strange fucking colors”) y la book-groupie que conoció en la sesión fotográfica para la contraportada de su nuevo libro (por haberlo ignorado tiempo atrás cuando publicó su primer libro).

     De estos adversarios relativamente inofensivos y marginales Philip pasa a distanciar a Ashley Kane (Elisabeth Moss, Peggy Olson en la serie Mad Men), su novia actual, con tácticas pasivo-agresivas que forman solo una parte del rechazo más general, ideado por el autor de Join the Street Parade y Obidant, del carácter de la vida contemporánea en la ciudad de Nueva York. Philip tiene la oportunidad de huir del ruido y de la distracción hacia un refugio en el campo: la casa de verano de Ike Zimmerman (Jonathan Pryce), un novelista eminente que leyó Obidant y, después de conocer al autor y exponer sus ideas acerca del entorno ideal para un escritor (“no se puede trabajar en la ciudad; posee una energía creativa, pero poco productiva”), invita a Philip a pasar varias semanas en su hogar.

     Como planteamiento para una investigación de las relaciones cuasi-paternales entre jóvenes escritores y autores ya de una obra considerable (“viejos, sabios y ricos”, como los describe uno de ellos en otra parte de la película), junto con la indagación paralela de los riesgos involucrados en la transformación de la vida cotidiana en materia narrativa, Listen Up Philip deriva ciertos aspectos del argumento de The Ghost Writer (1979), una novela breve de Philip Roth, a quien Perry ha llamado una influencia formativa. La sensibilidad literaria de Roth marcó, más oblicuamente que en el caso directo de Listen Up Philip, la estética de The Color Wheel (2011), el filme anterior de Perry. Aquella comedia ácida, filmada al estilo vérité en 16 mm y blanco-y-negro, estaba compuesta casi en su totalidad de los insultos recíprocos entre un tipo patético y su hermana manipuladora (interpretados hábilmente por Perry y Carlen Altman, quienes seguramente improvisaron gran parte de sus diálogos), sublimaciones verbales y agresivas de deseos vagamente incestuosos que hacen recordar la temática de Roth en los años sesenta (Portnoy’s complaint) y su profundización posterior, evidente en The Ghost Writer, de la relación entre los impulsos “bajos” o sexuales y los impulsos “altos” o literarios.

     The Ghost Writer de Roth narra, centralmente, los hechos de un periodo de menos de veinticuatro horas; es diciembre de 1956 y Nathan Zuckerman (el alter ego predilecto de Roth), un escritor de veintitrés años que ha publicado hasta ese momento cuatro cuentos en revistas literarias, llega al santuario bucólico de E. I. Lonoff ubicado en las montañas de Massachusetts. El autor ilustre (la mayor parte de la crítica considera que se trata de un retrato ficticio de Bernard Malamud) lo ha invitado a observar a lo largo de una tarde, que finalmente termina prolongándose hasta la mañana siguiente, el carácter de una vida retirada dedicada únicamente a la literatura. Tanto para Nathan como para Philip, en sus respectivas etapas de desarrollo artístico, la amistad con una figura como Zimmerman o Lonoff implica una especie de rito de iniciación, como el honor de haber recibido ciudadanía plena en la República de las Letras. La postura de Roth frente a esta temática es, al menos en una de sus facetas (me atrevo a decir que el universo rothiano es de los más multiformes, por no decir antitéticos, de la narrativa contemporánea en lengua inglesa), un poco nostálgica y, en un sentido sutilmente matizado, hasta reverencial en sus elogios de la dimensión casi espiritual de la vocación literaria. Perry, al contrario, adopta un tono más satírico, y en momentos hasta cínico, al retratar la rutina de una vida consagrada a la escritura.

    Podemos adjudicar esta diferencia básica de perspectivas, en primer lugar, al temperamento individual de Perry y de Roth respectivamente, o también a la peculiaridad del momento histórico –en ambos sentidos de la palabra: historia personal e historia cultural– en el que abordaron estos temas. Listen Up Philip es el tercer largometraje de un cineasta de treinta años, en el que se propuso no solo imaginar a un protagonista de prácticamente su misma edad que está pasando por una etapa profesional análoga a la suya (es la primera película de Perry protagonizada por actores reconocidos, ha sido elogiada por la crítica internacional y recibió premios en diversos festivales), prestando a la obra un toque ligeramente autobiográfico, sino que también amplía su marco narrativo para dedicarle secciones extensas de la película a la observación de otros personajes. Los discursos internos (principalmente de Philip, Ashley y Zimmerman) están filtrados a su vez a través de la narración (recitada estoicamente por Eric Bogosian), complicando todavía más el asunto; es un texto que termina generalizando demasiado –curiosamente, todos los personajes están “incapacitados emocionalmente” para alguna tarea cotidiana y todos carecen de “relaciones significativas” con los demás– y sirviendo únicamente como decoración artificialmente literaria, más cercana al estilo de escritura de Wes Anderson (por ejemplo, la narración de Alec Baldwin en The Royal Tenenbaums) que a las meditaciones formales y narrativas de un maestro como Roth, quien hasta los cuarenta y seis años se sintió preparado para retratar, en aproximadamente cien páginas, una versión de sí mismo (transfigurada en Zuckerman a los veintitrés años) enfrentándose a una autoridad literaria que potencialmente también podría ejercer el papel de padre espiritual.

    Además de la situación central (un joven escritor suplicando frente a su ídolo), Perry también tomó ciertos detalles del argumento de The Ghost Writer a los que asignó una finalidad distinta a la que originalmente cumplían en el texto de Roth, por lo que resulta instructivo ampliar la relación un poco más y esclarecer estas diferencias. En la casa de Lonoff, el joven Nathan conoce a (y se enamora de) una chica llamada Amy Bellette, quien fue alumna de Lonoff en Athene College (otra analogía con Listen Up Philip: Zimmerman consigue un puesto para Philip como instructor de escritura creativa en Lambert College, una pequeña universidad privada ciertamente similar a Athene o a instituciones parecidas descritas ampliamente en otros libros de Roth) y ahora está organizando sus archivos para trasladarlos a la biblioteca de la Universidad de Harvard. En el filme de Perry, Philip conoce a Melanie (Krysten Ritter), hija de Zimmerman de un matrimonio que terminó años antes, quien vive intermitentemente en casa de su padre a pesar de no tener una relación muy comunicativa o cordial con él. Ella, además, considera que Philip es en el mejor de los casos como una versión menos destructiva y egoísta de su padre. Una de sus primeras respuestas a algún comentario de Philip lo resume a la perfección: “Qué bien que [Zimmerman] haya encontrado a un sustituto más joven para encargarse de deambular abatido por aquí”.

     Philip, incapacitado emocionalmente para regresar a Brooklyn con Ashley, pero listo para una situación más permanente que deambular abatido por la residencia Zimmerman, acepta el empleo en Lambert College que Ike facilitó (no sin antes pronunciar la siguiente advertencia: “no es como en la ciudad. Son un tipo distinto de snobs en este lugar. Es el mundo académico”). El retrato humorístico, aunque teñido de melancolía y plasmado en colores otoñales, de la vida en un campus universitario es de los aspectos más logrados de la película. Es un estilo vinculado, en última instancia, a Rushmore (1998) de Wes Anderson, en la que Schwartzman tuvo su primer papel notable hace más de quince años; es curioso realizar el experimento mental de pensar en qué medida Max Fischer, el protagonista adolescente de aquella película (un estudiante becado muy consciente de su clase social en una escuela privada), pudo haberse convertido en Philip Lewis Friedman, un novelista y académico particularmente vengativo y dispuesto a sacrificar todo vínculo humano para servir, primero, su propia vanidad y, en segundo lugar, las creaciones imaginativas que enaltecen esta misma vanidad. En efecto, dialogando con una colega de la facultad de literatura en Lambert, una joven académica francesa llamada Yvette Dussart (Joséphine de La Baume), esta pregunta a Philip si “solo prefiere que la gente lo conozca como un buen escritor y no como una persona real”. El autor de Obidant, un poco perplejo ante tal pregunta –¿en qué precisamente radicaría el valor o la distinción de ser “una persona real”?–, responde afirmativamente.

    Siendo una obra que es imposible no comparar con The Ghost Writer de Roth, por ser tan profundas las similitudes en argumento y temática, aun teniendo en cuenta que Perry está trabajando en un medio artístico distinto (y que es solo cuando depende en mayor medida de un mero texto abstracto, como la narración que Bogosian lee, que la precisión de su estilo realmente fluctúa,) es difícil negar que el cineasta intentó realizar, en Listen Up Philip, un proyecto que no estaba listo para concebir intelectualmente y mucho menos para imaginar con la densidad de pensamiento expresado claramente (el estilo de escritura de Perry es indudable e innecesariamente enredado, mientras que Roth evita ante todo usar palabras de más) característico de las novelas de Zuckerman. Es cuestionable, sin duda, que un crítico de cine haga este tipo de pronunciamientos sobre las capacidades de un director o sobre qué camino su carrera debería seguir. Reconociendo estos límites, añadiría sin embargo que una adaptación de algún libro de Roth, escrita por alguien que no sea Perry (por ejemplo, el mismo Roth, ya que existe un guión suyo que jamás fue producido basado en The Prague Orgy, el epílogo a la trilogía de la que The Ghost Writer forma la primera parte) y dirigida por este, sería una espléndida idea.

     Es afortunado, sin embargo, que justo al final de Listen Up Philip, cuando el protagonista está pasando por lo que el narrador llama “el punto más bajo de su vida adulta”, el texto de la narración por primera vez alcance un tono de retórica hiperbólica digno del momento aprehendido y digno de la imagen que Perry (con la ayuda de Sean Price Williams, el cinematógrafo de sus tres largometrajes) plasma en la pantalla: Philip, desafiante, marcha por las calles de Brooklyn en una noche de invierno cargando en sus manos todas sus pertenencias. Bogosian, apresurando su entonación, condena a Philip a una existencia deplorable (repleta de numerosos éxitos literarios, claro está) que lo convertirá, finalmente, en un “espectro aislado e inmóvil”. Philip, ante este prospecto, sonríe sardónicamente, porque sabe que su victoria frente a esa vida consiste en haberla ya abandonado para habitar en un mundo fantasmal donde, como afirma Roth en The Ghost Writer, solo se escriben frases, que se contemplan y se reacomodan, interminablemente.

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