Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Gabriel Zaid, Leer, Océano, México, 2012.


Cuando era joven, Gabriel Zaid (Monterrey, 1934) concibió la ambición de leer todos los libros. En más de un sentido, la empresa parecía imposible; sin embargo, sumergido en el silencio de la lectura, Zaid desafiaba los límites de la realidad y se embarcaba en viajes remotos, ajeno por completo al famoso desencanto mallarmeano. Tiempo después encontró una solución conciliadora: trascender la página escrita y empezar a leer la vida. Leer, la más reciente antología de los ensayos de Gabriel Zaid sobre la lectura es, justamente, un homenaje a esta ambición.

            En el prólogo, Fernando García Ramírez describe la singular concepción que Zaid tiene de la lectura como “una actividad vital, creadora, liberadora y práctica que compromete a la totalidad de la persona”. Leer está dividido en cuatro capítulos que contienen algunos de los principales textos del autor: 1) Lectura y realidad, 2) Práctica de la lectura, 3) Lectura, conversación y cultura, y 4) Leer la realidad. Incluye, además, un ensayo inédito titulado “Curriculum vitae”, en el que Zaid describe la profunda emoción que le provocó el primer encuentro con los libros: “Desde que empecé a leer, la vida (lo que la gente dice que es la vida) empezó a parecerme una serie de interrupciones. Me costó mucho aceptarlas, y a veces pienso que sigo en las mismas. Que en vez de dejar el vicio, lo llevo a todas partes. Que si, por fin, salí a la realidad (lo que la gente dice que es la realidad) fue porque también me puse a leerla”. Para Zaid, la lectura ha sido un vicio, pero también un llamado, la respuesta a una necesidad. Famosamente, San Agustín escuchó una voz que le dijo: “Tolle et lege” (toma y lee); Zaid, en cambio, se escuchó a sí mismo entre las páginas del Quijote cuando tuvo que enfrentarse en París a la soledad: “la novela era yo”.

            Hacia el final del primer texto de esta antología (“¿Cómo leer en bicicleta?”), Zaid lanza una pregunta escalofriante: “Pero si leer no sirve para ser más reales, ¿para qué demonios sirve?”. Y aun así, vincular la realidad con la lectura es ya, en sí misma, una tarea escalofriante. Zaid menciona que se lee para enriquecer la vida, para ensanchar el mundo y hacerlo más habitable, para expresar lo que nos desoprime; quien no logra conectar lecturas y experiencias es un “viviente convencional”, un “Gesticulador teórico”, un ser fraccionado. Valdría la pena añadir que alcanzar semejante grado de integración no es una tarea sencilla: eventualmente, una de las dos (la literatura o la vida) puede terminar por superarnos. Baste recordar lo que George Steiner ha puesto de relieve sobre Flaubert: “mientras él moría como un perro sobre la cama, esa zorra de Emma Bovary, su criatura, nacida de unas letras sin vida garabateadas en una hoja de papel, continuaba viva”. A Flaubert lo había sobrepasado su personaje: estaba enfermo de ficción, intoxicado de literatura. Entrar en el mundo de la lectura es, ciertamente, adentrarse en un laberinto, pero en el otro extremo, limitarse únicamente a lo que ofrece la vida es, como señala Zaid en la “La efectividad poética”, repetir “un círculo infernal” (“es igual que casarse para tener hijos que se casen para tener hijos”). Desde esta perspectiva, la enfermedad de Flaubert resulta menos aterradora: la literatura se vuelve entonces una travesía con riesgos, pero en todo caso preferible “al reino de la vida cotidiana, más temible que el desastre, la locura o la muerte”.

            Esta antología contiene algunos de los ensayos más memorables de Gabriel Zaid. Además de “¿Cómo leer en bicicleta?”, podremos hallar: “Los libros y la conversación”, “La novela soy yo”, “Organizados para no leer” y “Conectar lecturas y experiencias”, entre otros. Llama la atención que se incluyan también sus ensayos sobre microeconomía y administración cultural, como “El modelo Vasco de Quiroga” o “Cómo repartir en efectivo”. No debe resultarnos extraño. Fernando García Ramírez subraya que la lectura, para Zaid, es conversación, y la conversación es otra forma de lectura que incluye aspectos que van más allá del libro. Leer para leerse, para leer a los demás, para deshacerlo todo y crearlo de nuevo. Es probable que el criterio de selección de los ensayos para esta antología haya sido éste: de la literatura a la realidad y viceversa. Lo único que habría que lamentar son las numerosas erratas que presenta la edición. Tratándose de un autor tan escrupuloso como Zaid, uno esperaría que se hubiese llevado a cabo una revisión igualmente minuciosa, proporcional a la calidad de los textos elegidos.

            El último ensayo, “Curriculum vitae”, es de una precisión y una limpidez extraordinarias. Para efectos de esta antología quizá sea el texto más atractivo de la selección, pues nos permite descubrir a un Zaid que es, ante todo, un lector sintiente. Desde las emociones que le despertaron sus primeros libros (pirañas y vacaciones incluidas) hasta el terror que experimentó ante los gritos de su padre, que lo condenaba a una suerte de pesadilla borgeana (“Me salí a leer, con el libro muy cerca de los ojos. ¡Te vas a quedar ciego, como yo!-me dijo para prevenirme. Pero yo lo escuché como una maldición. A veces siento que estoy viendo lo que no hay que ver, que cometo algo horrible contra el cielo, que voy a perder la vista”), el ensayo es una aventura, una expedición por la vida de Zaid como lector. La oración final podrá parecer, en primera instancia, una súplica (“Señor, no me castigues por haber leído”), pero encierra sobre todo la gratitud de quien ha descubierto el vértigo y el goce que conlleva leer la vida. Ojalá nosotros, como lectores, podamos también llegar un día ante san Pedro y pedirle de rodillas el paraíso de leer sin interrupciones.

  • Bladimir marzo 12, 2013 at 8:03 pm / Responder

    Me encanta el texto. No conozco la obra de Gabriel Zaid, pero este trabajo está logrado.

  • Fernando García Ramírez mayo 2, 2013 at 2:06 pm / Responder

    Estimada Liliana: Le agradezco muchísimo su reseña. Saludos, afectuosos, de Fernando García R.

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