Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Pascal Quignard, Las lágrimas, Sexto Piso, México, 2019, 156 pp.


* La lectura de Las lágrimas nos cautiva (seduce y apresa) con una voz que si algún día mudó hoy se mantiene férrea. Pascal Quignard (Verneuil-sur-Avre, 1948) escribe con la determinada determinación de no parar hasta llegar a contener tantas voces y silencios como le venga en gana.

* “No hay una pasarela directa entre música y literatura, sino entre música y lectura. Un buen libro, por su entonación, su ritmo, es música. Cuando se lee, se escucha”. La prosa movediza (musical) de Quignard hunde e ilumina. Este autor ejecuta, con su escritura, una obsesiva danza de derviche; un continuo y estimulante subibaja.

“Intento escribir un libro que me haga pensar al leer. He admirado sin reservas lo que Montaigne, Rousseau, Stendhal y Bataille intentaron. Mezclaban el pensamiento, la vida, la ficción y el saber como si se tratase de un solo cuerpo”.

* Dos décadas después de haber redactado el párrafo anterior (Vida secreta, 1998), Pascal Quignard gesta en su escritorio (una mesa de disección sobre la que reposa la lengua y sus estribos) su Frankenstein particular, su exquisito monstruo literario, Las lágrimas.

* ¿Quién es este Pascal Quignard que escribe sin freno –más de sesenta libros publicados– y lo hace, como los ángeles o como los demonios, con una individualidad encarnizada? He aquí los datos recurrentes que aparecen en todas sus notas biográficas: sufrió dos episodios de autismo durante su infancia y adolescencia (el último, a los dieciséis años); nació en el seno de una familia de gramáticos y músicos; fundó el Festival de Ópera y Teatro Barroco de Versalles; durante años trabajó como perspicaz lector de Gallimard; y abandonó todos sus cargos públicos en 1994 para dedicarse de lleno a escribir. Alentado por Paul Celan, se dedicó también a traducir; especialmente, del griego.

* “Traducir es ayudar a los muertos”. La literatura da un nuevo aliento: revive.

* De cómo Primo Levi condenó la escritura hermética de Paul Celan: “Escribir es transmitir, no cifrar el mensaje y tirar la llave en los arbustos”.

* De cómo Pascal Quignard desenvainó la pluma para defender al maestro: “Primo Levi se equivocaba. Escribir no es transmitir. Es llamar. Tirar la llave es todavía otra forma de llamar a una mano que busque después de uno, que escarbe entre las piedras y las zarzas y los dolores y las hojas mojadas (…). Y cifrar el mensaje es todavía llamar a la vista, requerir un saber que transmita lo que se ha perdido”.

* En Las lágrimas, Pascal Quignard arroja muchas llaves desde los fondos abisales de su erudición desbordada y, también, desde su más tímida capacidad de juego. Empaliza su mundo literario y lo bordea de razón y de prodigios. Entonces, brota la esperanza: los lectores aún estamos a tiempo de resolver enigmas, cualesquiera que estos sean.

* El autor reflexiona sobre la estructura de sus Pequeños tratados (escritos entre 1977 y 1980 y publicados once años más tarde): “Perdónenme si hablo aquí como músico. Es como una suite barroca, una serie de pequeñas danzas que no están ligadas entre sí y en las que lo único que se conserva es la emoción”. ¿Las lágrimas es otra suite barroca? ¿Variaciones de un tema que se imita en subtemas? ¿Cut-ups?

* (“Cut-up. Lo moderno como ausencia de ligadura. Como rechazo de ligadura. Como rechazo del lazo –incluso el social. El rechazo de colmar los huecos. El rechazo de la unidad, de la completud. La anticostura”).

* Pascal Quignard se define a sí mismo (“Soy un cortocircuito. Me gusta unir cosas que se inflaman”) y señala a Matsuo Bashō (1644-1694) como una de sus influencias: “Un viejo estanque:/salta una rana ¡zas!/chapaleteo” (traducción de Octavio Paz).

* Por Las lágrimas transitan ranas cuyo croar podría confundirse con el canto de las sirenas.

* “Me detengo en las confusiones, en las imágenes poco afortunadas y en los cortocircuitos más que en pensamientos completos afianzados por un sistema premeditado que los sustenta” (La lección de música, 1987).

* Existe vida antes del logos, antes del lenguaje; antes incluso del nacimiento. Las lágrimas yapataleaba en la bolsa amniótica” de las primeras obras de Quignard. En su ensayo Sacher-Masoch, El ser en balbuceo encaramos (tediosa su lectura) a un “proto-Quignard”, de apenas veinte años, que ya pintaba maneras: “El motor de las obras de Masoch es la repetición, la metáfora, la dialéctica de esa presencia diferida, de esa ausencia suplida (…) Lo que pasa las páginas en los textos de Masoch es el aguardar (…)”.

* “Las lágrimas es una novela sobre el origen (…) ante todo, sobre el origen de la lengua”. Esta promesa, apuntada por los editores de Sexto Piso en la contraportada del libro, no se manifiesta con claridad hasta la página 83 del mismo. El lector ha aguardado hasta más allá de la mitad de la novela para comenzar a vislumbrar el cumplimiento de esa promesa. Sin embargo, pocos lamentarán la demora: a estas alturas, Pascal Quignard ya nos ha encadenado y cautivado, como Sheherezade al sultán, con un puñado de leyendas, poemas, historias de la Historia, oráculos, pensamientos y cuentos que, en apariencia, nada tienen que ver con el nacimiento del idioma francés. Claro que la niebla no deja ver lo que está sucediendo en el trasfondo de la escena.

* “Fue entonces, el viernes 14 de febrero de 842, en medio del frío, cuando una extraña bruma se alza de sus labios./ Llaman a eso el francés”.

* El lector se adentra como espeleólogo en la caverna natural que es la historia (quignardiana). Cada quien decide si prefiere hacer escalada libre o se asegura con cordada (el árbol genealógico de Carlomagno y una cronología con los principales hitos de Europa en la Alta Edad Media).

* (Definición de novela para Milan Kundera: “Una gran forma de prosa en la que el autor, mediante egos experimentales, examina hasta el límite algunos de los grandes temas de la existencia”).

* Las luchas fratricidas de los nietos de Carlomagno (los hijos de Luis I El Piadoso: Lotario, Carlos El Calvo y Luis El Germánico) desembocan en la batalla de Fontenoy-en Puisaye (“Inmenso fue el botín, inmensa la masacre”).

* “Pero es verdad que escribir no consiste en levantar la mano hacia el cielo. Escribir no consiste para nada en bendecir. Escribir es bajar la mano al suelo o a la piedra, o al plomo, o a la piel, o a la página, y es anotar el mal”.

* Los vencedores (Luis El Germánico y Carlos El Calvo) hacen un juramento de paz, Sacramenta Argentariae. Otro nieto de Carlomagno (Nithard) “anota finalmente en las tres lenguas (latina, alemana, francesa), en su libro, el juramento que ha sido pronunciado solemnemente”.

* “De tal modo, un día de invierno, un viernes, el francés y el alemán se encuentran uno junto al otro, a la vez en una llanura de Alsacia y dentro de una crónica que por su parte está redactada en latín, por la pluma de ganso de Nithard, el secretario palatino, sobre una piel de ternero cuidadosamente depilada y raspada. Es la piedra de Rosetta trilingüe de Europa”.

* Frente a los hermanos en gresca, Pascal Quignard prefiere detenerse en los gemelos Nithard y Hartnid  (nacidos de la unión de Berta, hija de Carlomagno, y de Angilberto, padre abad de Saint-Riquier). Las lágrimas describe sus destinos opuestos: Nithard, volcado en las letras; y Hartnid, en el viaje. Este último abandonó su hogar en la adolescencia para errar por el mundo y encontrar a la mujer cuyo rostro había pintado en la arena y de quien se había enamorado. Quizá esto no sea más que una excusa: vagabundea para huir de las carnicerías fratricidas y fortalecer, en la distancia, las “solidaridades misteriosas” que solo se dan entre hermanos.

* Si no hay Dios, hay maestros. La figura del maestro aparece una y otra vez en la obra de Pascal Quignard. De sus Todas las mañanas del mundo a Villa Amalia; incluso en la extraordinaria y diferente, La frontera, los maestros deambulan por sus páginas e imprimen huella. En Las lágrimas nos conmueve frater Lucius, escriba y maestro de latín y griego de Nithard y Hartnid. Frater Lucius “se había enamorado de un gato totalmente negro” y “había constatado que los humanos que no amaban a los gatos, sentían todos, sin excepción, aversión por la libertad”.

* La erudición de Quignard se confabula con una inefable y ríspida ternura. Ambos extremos se balancean y estallan en un aumento de tensión (literaria) que produce un universo propio.

* Séneca se asoma a esta novela: “El hambre, el sueño, el deseo, tal es el círculo en el que giramos”.  Añade Quignard: “Es la vida en estado puro, sencillísima, de los gatos que circulan y duermen y corren”. Si agregásemos al círculo de Lucius Seneca “la lectura”: ¿Nos estamos complicando la vida como le sucedió a “El niño con rostro color de la muerte”? (“Toma el color de la muerte. Lee hasta que tu rostro tome el color de estas páginas”). En tal caso, bendita complicación. Bendita lenta muerte.

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