Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Juan Villoro, La utilidad del deseo, Anagrama, Barcelona, 2017, 388 pp.


Leer es un acto placentero que, algunas veces, se confunde con obligación o imposición. Son pocas las personas que quedan enganchadas, se vuelven lectoras y eventualmente entienden que es una actividad que se mueve por el deseo y la curiosidad. Con el paso de los años, no es imposible que el lector comience a escribir y aparezca la impertinente pregunta: ¿y qué utilidad tiene eso que haces? Contra todo pronóstico, dictado por el desinterés colectivo, el asiduo leedor continúa dialogando con las letras y, de manera casi instintiva, desea compartir sus lecturas.

La utilidad del deseo, el más reciente libro de Juan Villoro, concentra algunos de sus mejores ensayos de crítica literaria, con una relectura fresca y una mirada personal. El único objetivo del autor es contagiar la pasión por la literatura: “estamos ante un objeto, una ‘cosa libro’ de tinta y papel, que se transforma en poesía o narrativa gracias a la lectura. Curiosamente, ese proceso no acaba en el lector; exige una posdata: el comentario sobre lo leído. Nadie disfruta en silencio absoluto. El deseo debe contagiarse” (p. 10). Villoro dista de ser un autor desconocido y, si bien su obra abarca los terrenos del cuento, la novela, el teatro, la crónica, el ensayo y la literatura infantil, también hace apariciones en eventos culturales, televisión y ferias del libro. Si agregamos que el escritor posee un gran carisma y facilidad de palabra no es raro que sea uno de los escritores más admirados y reconocidos por todo tipo de públicos. En los ensayos que encontramos en De eso se trata, Efectos personales y La máquina desnuda, el autor comparte sus recuerdos de un idioma extranjero, el exotismo fabricado de América Latina o el ensamblaje de la narrativa. La utilidad del deseo está dedicado únicamente a la literatura en diferentes manifestaciones: la literatura infantil, la traducción y una aproximación a la medicina desde las letras.

El libro comienza con un despliegue de razones para pensar en el lenguaje, la lectura y el oficio de comentar la literatura: “¿De qué autoridad dispone el ensayista? En un oficio que depende del deseo, la principal acreditación es el entusiasmo, el imperativo de compartir pasiones. Las posibilidades que se tiene de ser escuchado son exiguas en un mundo que no parece muy ávido de comentaristas de libros. Sin embargo, la pasión se convence a sí misma de que la compañía surge de tanto desearla” (p. 11).  El libro obedece a una distribución geográfica que corresponde también el vaivén cultural que ha tenido el autor a lo largo de su vida. Por ejemplo, en “La orilla Europea” se exploran autores como Daniel Defoe, Gógol, Dostoievski, Karl Kraus y Peter Handke, pero se hace un estudio que no solo toca la obra, sino la vida de los autores. Villoro recorre los textos literarios desde una perspectiva biográfica y alejada completamente de la monotonía académica.

Rusia solo puede ser exuberante, grande y temida. Villoro recuerda el comentario de Borges acerca de que la creación de personajes sumamente contradictorios es casi una fórmula para escribir novelas o cuentos en ese país; no obstante, el escritor mexicano agrega: “ciertamente, la mesura no ha sido un sistema de medida ruso” (p.71). Un poco más al oeste, encontramos la literatura alemana y austriaca, que han sido un pilar en la vida de Juan Villoro, ya que aprendió a leer en alemán antes que en español.

Alguna vez me dije en unas vacaciones de verano que la contemplación se me había vuelto un vicio y tal vez fue por esta razón que me interesé de inmediato en el ensayo de “Peter Handke: la vida de la mente”. El género del ensayo, tanto en Villoro como para Handke, es una reflexión profunda acerca de cierto tema; da igual si en la cotidianeidad parece absurdo y común, el escritor encuentra la forma de desentramar temas que jamás hubiéramos encontrado a simple vista. Así es como el escritor mexicano entiende e interpreta lo que no podríamos asimilar en una traducción. Un elemento importante en la obra de Handke, menciona Villoro, es la soledad y el silencio “Handke busca una soledad incómoda pero no se asume como un mártir de las ideas originales; no es un eremita en pos de la revelación sagrada, aunque su contemplación se acerque a lo inefable” (p. 145). Los autores que desmenuza de alguna u otra forma están relacionados con él y algunas de sus obras lo reflejan: “Handke propone una Odisea al revés donde lo importante consiste en descubrir la extrañeza en la propia casa” (p. 152). En el caso de Villoro, algunos temas recurrentes como la ciudad y el agua se transforman para generar una sensación nueva que parecía perdida en la monotonía del concepto. Tal es el caso de la novela corta Llamadas de Ámsterdam, donde los sucesos ocurren en una calle conocida de la Ciudad de México o Conferencia sobre la lluvia, donde su obsesión más grande, el agua, es objeto de las reflexiones de un bibliotecario. Villoro no sale de casa para escribir, transmuta lo familiar para crear.

Aunque James Joyce y Ramón López Velarde están en aguas distintas, Villoro encuentra puntos de intersección que verdaderamente tienen sentido. La tercera parte del libro nos despide de Europa para trasladarnos a Jerez, Zacatecas. Ensombrecido entre la lectura religiosa y un falso nacionalismo, Ramón López Velarde, personaje y escritor, encuentra lectores en el siglo XXI gracias a la novela El testigo. El ensayo “Históricas pequeñeces. Vertientes narrativas en Ramón López Velarde” es muestra de la investigación previa, de la concepción del poeta “más y mejor leído de México” (p.157) a los ojos de Villoro, y un fantástico ejercicio de análisis comparado entre el escritor irlandés y el poeta zacatecano. Con un cuidado devoto y un entusiasmo que caracteriza al orador que recién ingresa a El Colegio Nacional, el ensayo despliega declives donde corre libremente la admiración a un poeta por medio de una prosa puntual. Uno de los puntos más intrincados, pero lleno de sentido, es cuando Villoro argumenta que claramente el elemento que conjuga a James Joyce y a Ramón López Velarde es el lenguaje disfrazado de agua: “Joyce señala en una carta que su literatura es ‘un intento de subordinar las palabras al ritmo del agua’ ” (p. 176) Con ritmo y cadencia, propia de los cuerpos de agua, el poeta escribe y, por medio del flujo de conciencia, el novelista navega.

Al entrar por completo al territorio latinoamericano, nos encontramos con ensayos acerca de autores que han practicado la dramaturgia, el cuento, la crónica y la columna periodística, géneros en los que Juan Villoro también ha incursionado. Rodolfo Usigli, Carlos Monsiváis, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y Jorge Ibargüengoitia son los protagonistas de esta tercera parte. Después de leer gran parte de la obra de Villoro, es posible entrever lo que aprendió de cada uno de los autores que desarma y es digna de admirar su facilidad para cambiar de registros lingüísticos, técnicas narrativas y no parecer una fábrica que produce textos sin sentido. Juan Villoro escribe con descaro consciente acerca de lo que nadie ha escrito, desde complejas novelas hasta crónicas de futbol.

Finalmente, el retorno a la naturaleza nos remite a la infancia y a la libertad. En la última parte del libro, el lector regresa al bosque donde comenzó la travesía. El ensayo está dedicado a Francisco Hinojosa, escritor de literatura infantil que ha acompañado la trayectoria del Dr. Zipper y Juan Villoro. A veces considerada un género menor, la literatura infantil ha sido desdeñada y poco apreciada por la crítica, por las instituciones, por las editoriales e incluso por los mismos niños. El ensayo profundiza en la filosofía que explica la relación entre adultos e infantes y en las razones que tiene la historia para considerar a los niños como unos seres subordinados y por lo tanto poco dignos de una historia interesante que narrar. Entre recuerdos de experiencias pueriles y sus propios libros infantiles, Villoro defiende la libertad lectora, el derecho a tener lecturas malas y, sobre todo, la utilidad del deseo.

 

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