Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


José Agustín, La tumba. Edición 50 aniversario, Debolsillo, México, 2014, 139 pp.


De “ingenua pedantería” tachó Emmanuel Carballo a La tumba de José Agustín (Acapulco, 1944) tras su aparición en 1964. En el marco de su 50 aniversario, Debolsillo publicó el año pasado una edición especial que “¡incluye fotos y documentos inéditos!”, como efusivamente anuncia la contraportada.

     El México convulso de los 60’s estuvo marcado por un ánimo político exacerbado que se reflejaba en la crítica social de sus propuestas literarias. Para la segunda mitad de esta época surge una nueva narrativa: la literatura de la Onda, como célebremente la bautizó Margo Glantz. Un reducido grupo de escritores conformaron esta corriente subversiva: José Agustín, Gustavo Sainz (Gazapo, 1965) y Parménides García Saldaña (Pasto verde, 1968), entre otros. Estos autores buscaban romper con los paradigmas sociales de un México conservador y tradicionalista a través del lenguaje y la incorporación de temas tabú. Pero, si algo caracterizó a estas novelas, fue que el protagonismo que se le dio a la figura del adolescente.

     La tumba condenó a José Agustín a ser invariablemente asociado con la Onda a pesar de la prolífica obra que lleva a cuestas tras cinco décadas de su aparición: “Yo nunca he estado de acuerdo en la idea de la literatura de la onda. Ni remotamente fue una corriente literaria, y si lo fue habría que replantearla y redefinirla […] Como Burroughs o Ferlinghetti, que nunca aceptaron ser beats, yo tampoco acepto la idea de Margo Glantz”. Etiquetas aparte, lo cierto es que este primer libro del mexicano supuso una renovación tanto generacional como cultural. Frente a la gravedad de Fuentes y la melancolía por el pasado de Rulfo, surge esta propuesta: una novela urbana que revoluciona la idea de la idiosincrasia mexicana adoptando un conjunto de valores más propios de la cultura norteamericana.

     La tumba  –inspirada en “La infancia de un jefe”, cuento de Jean Paul Sartre– relata las vicisitudes de Gabriel Guía, hijo de una familia de clase media acomodada de la Ciudad de México. Pedante, algo cínico, pesimista: el estereotipo del adolescente rebelde. Y si esto no lo hace suficientemente insoportable,  el púber de 16 años –17 en el transcurso de la historia– es, además, un artista incomprendido, el poeta renegado con una visión decadente de la vida, el prosista dotado cuyos cuentos podrían pasar por los del mismo Chéjov.

    El narrador de Agustín encarna al prototipo de protagonista de la Onda: joven inconforme con su realidad y con los convencionalismos sociales que encuentra refugio en aquello que supone un desafío a la norma;  es decir,  el rock and roll, el arte pop, la filosofía existencial, la literatura Beat, el sexo como terapia para el sinsentido y la angustia. Si en la década anterior se buscaba conjugar lo nacional con lo universal, la historia con el presente –pensemos en Casi el paraíso de Luis Spota (1956) o La región más transparente (1958) de Carlos Fuentes–, estas cuestiones no podrían ser más irrelevantes en La tumba. Composiciones de Strauss, Stravinski, Ravel; canciones de Elvis Presley y Duke Ellington; referencias a Rimbaud, Pound, Nietzsche, Kierkegaard, plagan la novela. La cultura de Gabriel y compañía se cimienta en lo extranjero; esto se acentúa con el uso constante de otros idiomas en las conversaciones cotidianas: “Dora cantó La marsellesa a tutti volumen”; “al preguntarle por el origen de su kissin’ way, solo dijo: –Es mi estilo”; “Mira, chérie, ésa es una pregunta vulgar…”.

     Si bien la experimentación no era algo nuevo en el panorama literario mexicano, los esfuerzos se habían decantado por la forma (Pacheco, por ejemplo) más que por las temáticas (seguían predominando el nacionalismo, la política, etc.). El lenguaje fue uno de los elementos de los que se valieron los autores de la Onda para separarse de la narrativa nacional del momento. Éste fue tachado de soez, su literatura de bajo nivel –Margo Glantz, de nuevo–. José Agustín hace evidente que sus obras más tempranas, sobre todo La tumba y De perfil (1966), tienen la intención de echar abajo lo normativo de la lengua y del quehacer literario. Su escritura buscaba lectores capaces de desentrañar la inventiva de sus voces narrativas. El lenguaje de La tumba apuesta por el ingenio y lo lúdico, recupera el registro coloquial y lo reinventa: “el señor Noimporta su nombre”, “Una arcaica película de Galán-apuesto-traje-pipa-gabardina”, “compañebrio”, “francesita”, “chulito”, “no seas payaso”. Incluso el uso de las barras oblicuas para dejar diálogos inconclusos reitera la intención del autor de que se su escritura se asemeje a una conversación, inconexa, con pausas y saltos: “–claro, me acosté con él /”, “Y quise dormir. Pensar, pensar, tal vez meditar / -Una tumba / me dormí.”

     La tumba, más que una oposición a la cultura, es una alternativa a lo tradicional y sistemático. En la novela se da una renovación temática que desafía el discurso de lo moral. Para Gabriel Guía el sexo es la unidad de medida de sus emociones. Gabriel, depresivo, desquiciado con el clic, clic que inunda su cabeza, construye su persona desde la trinchera de la palabra; su forma de hablar, su escritura, la lectura, son las pautas que dan sentido al caos cuando los acostones con cuanta mujer atractiva –tías incluidas– se le cruce no bastan. La revolución sexual de los años 60 tardó en penetrar en la mentalidad mexicana, el carácter transgresor de La tumba no vine el tratamiento abierto del libre ejercicio de la sexualidad de los adolescentes, ni del incesto y el aborto, sino cómo es tomado. Elsa termina embarazada de Gabriel y la primera solución de ambos es abortar: “La observé: estaba contenta porque todo se había resuelto. ¿Resuelto? Qué va, era solo una estupidez, una linda estupidez”.  En la novela de José Agustín no hay lugar para la gravedad ni la seriedad, el cinismo de Gabriel hace que toda circunstancia quede reducida a una eventualidad irrelevante. Hasta su supuesto epitafio es otro más de sus juegos: “Porque mi cabeza es un lío / Porque no hago nada / Porque no voy a ningún lado […]  Sepan pues que moriré / Adiós adiós a todos / Y sigan mi ejemplo […] Clic, clic, clic, clic…”.

    La tumba es también una sátira de la clase media alta de la época; es, ante todo,  la conjugación del hastío y el nihilismo manifiesto de una generación asfixiada por los modelos clasistas, la moral conservadora y el discurso nacionalista reciclado. Pero, tanto esta novela como De perfil son obras que aparecieron en un periodo muy particular, retratan la crisis “existencial-guadalupana” de un México en el que modernidad y tradición convergían en un mismo escenario. La tumba es una novela iniciática que “seguirá siendo leída por distintas generaciones por su intacto espíritu rebelde, desencantado y mordaz”, como reza la infame contraportada de esta edición. Y esa es la cuestión: se trata de una obra auténtica, válida por su carácter trasgresor en tanto que testimonio de su tiempo.

  • Floresta Luminosa diciembre 5, 2015 at 3:00 am / Responder

    Deberían hacer una reseña de «Cerca del fuego», es también de José Agustín y vale mucho la pena.

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