Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Andrea Zanzotto, La muerta tibieza de los bosques y El (necesario) mentir, Vaso Roto, México-Madrid, 2011 y 2012.


Andrea Zanzotto (1921-2011) es uno de los más grandes representantes de la poesía del siglo XX y, hasta hace poco, su obra era difícil de conseguir en nuestro idioma. La editorial Vaso Roto ha tenido el acierto de publicar una antología en dos volúmenes a cargo de Giampiero Bucci: La muerta tibieza de los bosques, que hace un recorrido por el corpus poético de Zanzotto, y El (necesario) mentir, una selección de prosa en la cual se pueden encontrar fragmentos narrativos, entrevistas y reflexiones en torno al quehacer poético.

     La Italia del siglo XX fue tierra fértil para los poetas. Entre ellos, Zanzotto ocupa un lugar especial, ya que su obra, decididamente experimental, ha sido tildada más de una vez de oscura, hermética. En El (necesario) mentir se plantea, si no una explicación, sí una muestra de un poeta que reflexiona sobre su oficio, y resulta un acompañamiento valioso para el que desee emprender la travesía por los paisajes geográficos e imaginarios que se evocan en La muerta tibieza de los bosques. Es gracias a este segundo volumen que se nos revelan ciertas constantes en la obra de Zanzotto; pensemos en la evocación de los lugares de la infancia, la lingüística, el lenguaje científico, los dialectos, e incluso el psicoanálisis lacaniano.

     La otra acusación, que el tiempo ya ha desmentido, ha sido la de los críticos que señalaban una falta de compromiso en la obra de Zanzotto, arguyendo que en un siglo tan convulso la única poesía posible sería la comprometida, la que encara la historia y denuncia las miserias de un mundo moralmente agotado. Los poemas de Zanzotto responden de manera oblicua; en vez de sucumbir ante el lenguaje del desconsuelo o de recurrir al escapismo, su obra es muestra de una pulsión de vida que no busca ni describir al mundo ni recrearlo, sino circundar los lindes de lo inefable para engendrar poesía que nos hace sentir la proximidad de algo que nunca nos es revelado. En Zanzotto hay compromiso con el origen, con aquello que contiene las contingencias.

     Pasan las modas intelectuales y las tragedias de la historia, quedan los poemas y el acto presente de la lectura. Los dos volúmenes de la obra selecta de Zanzotto son difíciles, pero gozosos. Las traducciones de Giampiero Bucci, Mara Donat y Eduardo Montagner Anguiano hacen justicia a las particularidades sintácticas, los neologismos y referencias tanto cultas como populares que caracterizan al poeta. La selección de poemas presenta una trayectoria congruente que comprende de 1938 a 2009 y en la cual se atestigua la congruencia de una vocación poética auténtica, fiel a los mismos paisajes espirituales a los que Zanzotto vuelve una y otra vez. Esta edición debiera ser referencia e inspirar un rescate de los grandes poetas del siglo pasado que aún permanecen poco traducidos y mal distribuidos en nuestra lengua y que están, ocultos, a la espera de sus lectores.

     De entre los poemas de Zanzotto que conforman esta antología, los que mayor impacto me han ocasionado y que de cierta manera funcionan mejor como puerta de acceso a su poesía son “Al mundo” y “La Pascua en Pieve di Soligo”. En el primero, Zanzotto pareciera reconocer la cualidad indecible del mundo, asumiendo la propia ingenuidad del que creyó posible pensarlo semejante al hombre: “Yo pensaba que el mundo concebido así / con este súper-caer súper-morir/ el mundo así fracturado / fuese solo un yo mal desembojado / fuese yo indigesto mal fantaseante / mal fantaseado mal pagado / y no tú, guapo, no tú «santo» y «santificado» / un poco más allá, de lado, de lado…”.

     A esto agrega una impronta para asumir al mundo más allá del lenguaje: “«Haz de (ex-de-ob etc.) –sistir / Y más allá de todas las preposiciones notas e ignotas, / date algún chance, / haz buenamente un poco; /que el mecanismo tenga juego. /Anda, guapo, anda.”

     En La Pascua en Pieve di Soligo, en cambio, encontramos la faceta más abarcadora de la poesía se Zanzotto. Estructurado en torno al alfabeto hebreo, este poema se sirve de diversos imaginarios para aproximarse a lo sagrado: “arroja el coup de dés que desconecta y apuesta / el ello y el yo, tu ello y tu yo, Dios, fuera de las series abyectas, / fuera volumen, fuera cosa y cosas, fuera furores / y normas, en un parto que cada ducto suyo devore…”.

     Zanzotto se sirve de los recursos de la intertextualidad, la fragmentación lingüística y la intersubjetividad, pero nunca como un mero juego proyectado sobre el vacío, sino como una manera de penetrar en ese algo más que, citando a Octavio Paz, “es inexplicable por el lenguaje, aunque sólo puede ser alcanzado por él”.  Leyendo La muerta tibieza de los bosques uno se encuentra con poesía que es alabanza del mundo en cuanto a su existencia independiente de la subjetividad humana, pero también con el reconocimiento de que esa subjetividad es la que nos hace posible la experiencia del mundo y, por esto, resulta una lectura esencial.

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