Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Samanta Schweblin, Kentukis, Literatura Random House, México, 2019, 224 pp.


La contraportada de Kentukis, la más reciente novela de Samanta Schweblin, me puso a pensar en mis relaciones con la ciencia-ficción, género que no leo demasiado. Sin embargo, me di cuenta que en un mundo permeado por la tecnología, como el de hoy, la ciencia-ficción ya no es tal. Las redes sociales no solo relacionan y acercan personas; también son ventanas a la vida, antes privada, de los otros. No es ciencia-ficción porque, bien lo ha dicho la autora, “esto es ahora”.

La escritora argentina se ha consolidado como una de las mejores cuentistas y novelistas en los últimos años. Recientemente fue finalista del Premio Man Booker International. Su formación en cine tiene gran influencia en su manejo de la tensión y el ritmo de las narraciones. En sus libros anteriores explora la psicología de los personajes, juego de voces y construye una ambientación que se mueve entre lo espeluznante y el suspenso. Sin embargo, es hasta ahora que incursiona en temas relacionados con la tecnología. En sus obras pasadas la locura, la enfermedad y las obsesiones eran protagonistas y normalmente ocurrían en círculos familiares.

En Kentukis se plantea la complicada relación que tenemos con la tecnología y cómo nos lleva a exhibirnos frente al mundo entero. La novela está constituida por más de veinte capítulos que alternan historias que ocurren en diferentes partes del mundo: Oaxaca, Berlín, Barcelona, Tel Aviv y demás. Por medio de criaturas electrónicas es posible observar la vida de los otros a toda hora y en directo, pero no es posible establecer una comunicación oral o escrita, aunque algunos usuarios crean sus propios métodos.

Samanta Schweblin construye una narración que, de entrada, pareciera ciencia-ficción por el simple hecho de centrar sus relatos en un objeto tecnológico inexistente. La identidad de los kentukis se devela con cautela en cada fragmento. En el primer capítulo se explica la anatomía de la criatura: “La cámara estaba instalada en los ojos del peluche, y a veces el peluche giraba sobre las tres ruedas escondidas bajo su base, avanzaba o retrocedía. Alguien lo manejaba desde algún otro lugar, no sabían quién era”. Conforme se avanza en la novela se conoce cómo se relaciona el kentuki con su entorno, cómo llegan a comunicarse, cómo cada “amo” crea una conexión especial con cada criatura y finalmente cómo desconectarlo para siempre.

La desconexión normalmente está acompañada de una escena terrorífica donde el usuario ahoga, tortura o corta los cables del kentuki. Nunca me hubiera imaginado que se pudieran desatar tantos conflictos a costa de un monigote, pero Samanta Schweblin logra construir relaciones y personajes sumamente crueles y verosímiles, por ejemplo, el francés, Jean-Claude, que se da cuenta de la comunicación que ha logrado establecer el kentuki y decide “asesinarlo”: “En su pantalla de Beijing, el living de Lyon se sacudió violentamente, y en los parlantes sus propios chillidos sonaban histéricos y metálicos. Jean-Claude luchaba con el destornillador para abrir la base del kentuki. Cheng Shi-Xu movía las ruedas para un lado y para el otro, pero sabía que no había nada que pudiera hacer”. El usuario se da cuenta de su propia “muerte”; finalmente, detrás de cada kentuki hay en realidad una persona.

El ritmo de cada relato es ágil, comienza con una oración que provoca una apertura de posibilidades de cada personaje. La edición de cada capítulo permite hacer cierres que no alteran la tensión; sin embargo, hay historias que esperas que tengan continuidad y terminan pronto. Los kentukis son humanos con un disfraz que oculta su identidad, tampoco pueden comunicarse, lo único que hacen es seguir a sus amos. Hay historias que se desarrollan en lugares comunes porque contienen un panorama que ya se ha visto: la extorsión a adolescentes para mostrar su cuerpo a cambio de dinero o la obsesión de los usuarios con la vida de los otros.

A pesar de ser relaciones que hoy en día están ocurriendo, Samanta teje sus historias para llevar al lector al filo de la tensión, abre y cierra un hilo. Posiblemente la historia que más destaca es la del kentuki que logra rescatar a una muchacha que está secuestrada al otro lado del mundo. Con un gran detalle configura escenas llenas de incertidumbre y logra unificar los propósitos de los personajes, a pesar de las barreras lingüísticas. Los kentukis al quedarse sin pila pierden su conexión para siempre; con esta regla en mente se juega para mantener al lector al pendiente de si llegará o no a su base de carga.

En las narraciones podemos encontrar toda clase de relaciones amo-kentuki. Desde ancianos desesperados y abandonados que desean tener contacto con alguien hasta un niño que tiene como objetivo conocer la nieve y dejar la marca de sus ruedas. También se desarrollan toda clase de fenómenos sociales: pornografía con kentukis, movimientos de liberación de kentukis o la reglamentación de la privacidad.

Existe una suerte de voyeurismo entre los usuarios de los kentukis y, regresando a la vida cotidiana, también entre las personas que utilizan las redes sociales actuales. Se busca saber qué hace el otro, en dónde está, con quién está, con la única meta de satisfacer el morbo, por un lado; y por otro, la exhibición de la los espacios íntimos. El placer por observar al otro es el hilo conductor de la premisa narrativa.

La escritora también juega con diálogos en un contexto digital y tal vez esa es la flaqueza más grande de la edición que presenta Random House. La disposición de ciertos diálogos pudo haber tenido una implementación creativa. Al tratarse de una historia donde se jugaba con el tema de la tecnología y los nuevos medios de comunicación, un diseño diferente de los paratextos pudo haber sido una decisión acertada. Adicionalmente, el diseño editorial está descuidado. Con el tamaño del libro, la mancha tipográfica se extiende y se realzan los errores ortotipográficos. Esto distrae al lector de su tarea principal, además de que existen algunos gazapos ortográficos.

Samanta Schweblin pone sobre la mesa los usos extremos de la tecnología en un futuro no tan lejano y explora los diferentes escenarios sociales que podrían ocurrir. Con una maravillosa destreza logra transmitir la esencia de un posible porvenir y logra cuestionar a su lector si ese momento espeluznante ya es hoy.

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