Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Reiner Stach, Is that Kafka? 99 finds, New Directions, New York, 2016, 313 pp.


Hace poco tuve una experiencia con cierto matiz kafkiano: debido a un problema con mi estado de cuenta de la universidad que me impedía inscribirme a clases de verano, me vi sumida en una pesadilla que me llevó a recorrer múltiples departamentos y oficinas, pasar hasta treinta minutos pegada inútilmente al teléfono esperando a que alguien me contestara al otro lado, redactar decenas de correos que nadie iba a leer y, a pesar de corajes y súplicas, nunca poder dar con la autoridad correcta que resolviera mi problema. Cuando creía que finalmente me referían con la persona adecuada, obtenía respuestas como “la persona encargada no se encuentra ahora” o “mejor envíe un correo, pero tome en cuenta que el tiempo de respuesta es de 24 a 48 horas” (tiempo que, por supuesto, yo no podía esperar).

     ¿Y qué es lo kafkiano después de todo? En primer lugar, es una condición, sobre todo, de la vida moderna. Es sentirse asfixiado y aplastado por el peso de un sistema burocrático y jerárquico que nos aliena; ser subyugado por un poder superior que difícilmente llegaremos a comprender. Son las pesadillas de Gregorio Samsa o Joseph K. que continúan persiguiéndonos. La vigencia de Kafka es incuestionable porque el oscuro mundo presente en sus historias –el mundo que el propio Kafka vivió y sufrió– es el mismo que nos toca vivir ahora: lo kafkiano lo experimentamos de primera mano en el día a día. La metamorfosis o El proceso son relatos que nos parecen escalofriantes en la medida en que confirmamos nuestra propia realidad en ellos.

     Reiner Stach emprendió la laboriosa tarea de escribir la que desde ahora probablemente será la biografía más completa del escritor checo, publicada en español por Acantilado el año pasado. En Is That Kafka? 99 Finds, Stach se propuso deshacer el retrato arquetípico de Franz Kafka: el del escritor obsesivo, neurótico, socialmente retraído, sexualmente frustrado. Como el título lo sugiere, a través de documentos oficiales, manuscritos, testimonios, cartas, fotografías y garabatos, la selección de Stach presenta una perspectiva sobre Kafka poco conocida (en ocasiones, impensable): la de un hombre encantador, cálido, amistoso, querido y admirado por familiares y amigos, e incluso con un peculiar sentido del humor. Sí, Kafka también podía bromear, especialmente de sí mismo: siendo él una persona peligrosamente consciente de su vulnerabilidad, hipocondriaco, también era capaz de encontrarle un lado cómico a lo trágico (como a la tuberculosis que finalmente le quitó la vida): “When that time came, the doctor who treated him wanted to open the door. But the doctor didn’t want the patient to think he was leaving him alone, so he stood up, saying: “I’m not leaving.” “But I am,” Kafka answered, and breathed his last.” (p. 245).

     Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos de Stach por esconder aquellos atributos que usualmente giran en torno a Kafka, a ratos el escritor angustiado y frustrado se asoma entre líneas. En enero 18 de 1922, por ejemplo, escribe en su diario: “S. [sex] crushes me, it torments me day and night, I’d have to overcome my fear and shame and probably sadness too in order to satisfy it” (p. 59). De hecho, no solo su vida sexual lo atormentaba, también los ratones: “My feeling toward the mice is flat-out fear… Their smallness in particular accounts for an important part of the fear, e.g. to imagine that there might be an animal that would look exactly like a pig, i.e. amusing in and of itself, but that was as small as a rat and came grunting out of a hole in the floor –that is an appalling image” (p. 155)

     No cabe duda de que tras leer las historias de Kafka es imposible no sentir curiosidad por el hombre detrás de la pluma (no asombra, pues, que se haya construido todo un mito alrededor de quien fuera capaz de imaginar a otro individuo convertido en un insecto). ¿Quién era Kafka? Georg Langer quizá dio en el clavo al afirmar que: “He, Kafka, simply did not want to “reveal” himself, that is, he did and he didn’t want to, and he succeeded at both… He really was an unusual person” (p. 243). Precisamente los textos recogidos por Stach tienen el efecto de hacernos sentir más cercanos al verdadero Kafka (desde intentar descifrar el color de sus ojos –que, por cierto, no hay un acuerdo sobre este rasgo– hasta conocer su canción favorita o que hizo trampa en una evaluación de griego) y, a la vez, de dejarnos perplejos. ¿Es ese Kafka? Sí, sí lo es.

     A lo largo de todo el libro de Stach hay evidencias aquí y allá (y es quizá el mejor y más importante aspecto de esta compilación) de que la vida de Kafka estuvo, ante todo, hecha de literatura. Stach ofrece la imagen de un individuo que encontró una salida a su angustia en el arte, la literatura y la escritura, quien sólo en la ficción, “in the truth of fiction” (p. 193), encontraba un cierto orden del que la vida real carecía. Destaca de entre la selección un conmovedor episodio en el que Kafka, caminando en Steglitzer Park junto a Dora Diamant (su compañera durante sus últimos meses de vida), se encontró con una niña que lloraba la pérdida de su muñeca. Para consolarla, Kafka le explicó que la muñeca estaba de viaje y que se comunicaba con él a través de cartas. La niña, sin tragarse por completo la historia de Kafka, pidió ver las pruebas materiales de las que el escritor hablaba. Fue así como durante tres semanas Kafka le leyó diariamente las cartas “escritas” por la muñeca, donde narraba su ingreso a la vida adulta y las responsabilidades que ello conllevaba, hasta que se casó y se despidió definitivamente de su joven dueña. Kafka, a través de su genio artístico, supo reparar el mundo trastocado de la niña, ¿y no es acaso también el propósito de Gregorio Samsa y Joseph K.? ¿Buscar sentido en el sinsentido, un cierto orden en el caos? Y es también, en todo caso, la finalidad de la literatura. La lectura, para Kafka, era también un refugio: “I hadn’t been so deeply and inexplicably unhappy in a long time. As long as I’m reading I have something to hold onto –even if it isn’t meant to help unhappy people” (p. 57). Kafka fue un hombre que apostó todo a su creación literaria, que descubrió en la escritura una necesidad vital, una forma de autoconocimiento: “The burning lightbulb, the quiet apartment, the darkness outside, the last waking moment entitle me to write, even if it’s the most wretched stuff. And I hastily make use of this right. This is just who I am” (p. 87). Y si bien Kafka raramente se topaba con motivos para llorar, sus propias historias (el destino de seres totalmente ficticios) lo provocaban hasta las lágrimas: “Only once in many years have I cried… it happened at night, and the cause was a passage in my novel” (p. 41).

     En el obituario a Kafka, Milena Jesenská escribió: “He himself was an extraordinary and deep world” (279). Is That Kafka? 99 finds es una mirada a ese ser complejo: al Kafka risueño, al colérico, al reflexivo y, sobre todas las cosas, al lector y escritor. Si la literatura fue para Kafka la forma de descifrar el mundo, de entenderse a sí mismo, solo ella puede ser para nosotros el medio para desentrañarlo a él.

 

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