Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Cristina Fallarás, Honrarás a tu padre y a tu madre, Anagrama, Barcelona, 2018, 224 pp.


“Honra a tu padre y a tu madre, para que seas feliz y se prolongue tu vida sobre la tierra”. Incansablemente se repiten estas líneas a lo largo de la novela, exhortándonos a enaltecer y respetar a nuestros antecesores. Por siempre venerando a quien estuvo antes, incluso si todo lo que compone su imagen es el vacío de una memoria robada y el silencio de una familia incapaz de recordar. En Honrarás a tu padre y a tu madre el acto de conmemoración de nuestros antepasados se pone en entredicho y nos lleva a preguntarnos: ¿cómo venerar los huecos que componen nuestra historia familiar?

La novela corre en dos planos temporales paralelos, alternando entre el pasado lejano que engloba la realidad del coronel Pablo Sánchez (Juárez) Larqué y Félix Fallarás Chico a comienzos del siglo XX, y el presente de Cristina Fallarás situado en la época actual. Se trata del rastreo de las ramas y hojas que componen el árbol genealógico de Cristina, mismo que se encuentra irremediablemente marcado y mutilado por la dictadura franquista en España. Desde la primera línea, la obra nos revela su personalidad, pues comienza hablando no de sí misma, sino de su misión en esta aventura: “He salido a buscar a mis muertos. Caminando. Buscar a mis muertos para no matarme yo. ¿Para vivir? No estoy segura. Convocarlos, dialogar con ellos”.

Los personajes que componen la obra forman opuestos que, sin darse cuenta y por aparentes azares del destino, confluyen en la existencia de Cristina. Por su lado materno, se cruza con una historia de triunfo repleta de privilegios: sus abuelos, el coronel Pablo Sánchez (Juárez) Larqué y María Josefa, mejor conocida como La Jefa, son individuos de clase alta que, gracias al parentesco del coronel con el ex presidente Benito Juárez, no reparan en necesidades económicas. En el otro extremo, por el lado paterno, Cristina no tiene más que una historia a la mitad de personas de clase obrera que han dedicado su vida a cuidar las propiedades de alguien más, aprendiendo a obedecer antes de reflexionar y buscando, sobre todo, mantenerse con vida. Ambas familias convergen en Cristina, dando origen a una crisis de identidad que la orilla a cuestionarse a dónde pertenece realmente y qué es aquello que la historia le depara: “Cabe la posibilidad de entender cómo después de toda una vida siendo de nadie, uno anhela ese ser de, y tiene todo el derecho a hacerlo, a desearlo”. Ansía sentir que su genealogía le pertenece y verse reflejada en sus antepasados, mas los vestigios familiares que la componen son insuficientes para indicarle su posición dentro de la historia que ha heredado para sí misma.

Además de los personajes y sus testimonios, los lugares son un referente infalible para conocer la historia familiar de Cristina. Grand Oasis Park es uno de los sitios a los que arriba luego de lanzarse a la nada en busca de respuestas. Este, a manera de restos de guerra, cuenta transparentemente el relato de quienes lo habitaron en el pasado, en un tiempo lejano para ella, pero en el que se resguardan sus respuestas: “Esta historia, todo esto, el dolor del que arranca mi  diálogo con los muertos, empieza en una de esas primeras doce casas, cuando la Gran Oasis Park tiene ya medio centenar de viviendas”. Al llegar, Cristina no encuentra más que escombros y vidrios rotos de lo que solía ser una comunidad de élite destinada a albergar a la raza pura española. La han destruido; la historia misma que le dio fundamento terminó por derrumbarla y dejarla deshabitada. Al igual que en la memoria familiar, Grand Oasis Park carece de información, mas en ella se encuentran manchas y golpes que no se pueden borrar, que se han impregnado a sus paredes y que dicen a gritos que allí acontecieron los hechos que el silencio ha perdido con el paso del tiempo: “Todavía conserva restos de la pintura blanca, como escamas de algo que existió y, más que resistirse a desaparecer, permanece para dejar constancia de su final”.

Dentro de las cosas que Cristina cree recordar se encuentran los vestigios de un pájaro que quedó atrapado en su casa en Grand Oasis Park treinta años atrás, y al cual no recuerda haber visto libre. Al regresar, la reciben los restos de las extremidades del ave. Efectivamente, nunca salió, y la historia que le han contado sobre cómo sobrevivió no es más que una ejemplificación de los mecanismos de su memoria familiar, la cual se empeña en discriminar entre los hechos, alterando y conservando solo aquello que parece más adecuado, habitual, aceptable. El resto, lo que la memoria no desea contener, se va llenando de silencios hasta convertirse en una canción sin melodía ni letra, en algo que simplemente se desintegró con el pasar de los años sin razón aparente: “Me llamo Cristina y esta es la historia de una familia y sus silencios. La historia de cómo el silencio contagia, atraviesa generaciones y fermenta. Esta es una historia en descomposición”.

A lo largo de la obra se va construyendo una perspectiva diferente de lo que significa nuestra existencia, la cual deja de ser un suceso accidental y aislado para convertirse en el resultado de una serie de acontecimientos que se prolongan por siglos y siglos. Cristina lo sabe: se encuentra convencida de que en la historia no hay huecos ni imágenes vacías; sin embargo, pronto descubre que en la memoria no hay elementos que abunden más que ellos: “Si la construcción de nuestra memoria es una reelaboración que jamás podrá ser probada ni, por lo tanto, refutada… ¿Con qué piezas de Lego nos manejamos, criaturas, para montar aquellos recuerdos que nos hurtaron?” Se revela, en este sentido, que lo que verdaderamente heredamos al nacer en el seno de una familia es una memoria colectiva, a medias y descalza, pero que aun así brinda cierta luz sobre nuestra procedencia: “Luminosa, dolorosa, cruel o flotante, nuestra existencia física es instante, mota en el tiempo, nada. Nuestra existencia es memoria. Solo finalmente, en la idea que queda, recuerdo”. La protagonista, Cristina, se ha cansado de cuestionar su memoria familiar y terminar lanzando preguntas al aire que nadie se atreve a responder, por lo que se ha aventurado en la búsqueda de sus familiares difuntos, los que ya no hacen más que rondarla y esperar, para conocer de su viva voz cuál es la realidad, su realidad.

La historia que comprende esta novela no es más que un reflejo de las costuras que constituyen nuestros relatos familiares, los cuales, por más inacabados y maltrechos que se encuentren, siguen dotando a nuestra existencia de sentido, revelando que nada ha sido mera casualidad. Fallarás, en Honrarás a tu padre y a tu madre, nos introduce a la batalla de lo que significa ser el último eslabón de una línea de sucesión que no parece tener un inicio conciso y de la que resulta imposible prescindir. Así, pues, ante la pesadez de la incertidumbre, no queda más que lanzarnos al vacío persiguiendo el rastro de nuestros muertos, exhortándolos a que hablen y confíen una vez más, para así, finalmente, ser merecedores de nuestra honra y memoria.

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