Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Rainer Maria Rilke, Historias del buen Dios, Universidad Veracruzana, Xalapa, 2019, 141 pp.


Que un libro, reeditado en el siglo XXI, porte la palabra Dios en su título, puede evocar cierta reticencia por parte de los lectores promedio. La crisis de los grandes relatos ha teñido de desencanto a la religión y, sobre todo, ha puesto en duda la concepción de la divinidad: “Dios ha muerto”, predicaba Nietzsche, y quizá la obra de Rainer María Rilke sea una respuesta a la agonía del “buen Dios”: correspondencia de un momento espiritual de quiebre y reflexión.

Historias del buen Dios es un libro compuesto de trece relatos enmarcados, cuyo hilo articulador es el narrador, un joven escritor, quien de la misma manera que Scherezada, cuenta pequeñas parábolas a los pobladores de un lugar anacrónico. Sin una marca totalmente explícita de espacio o ubicación temporal, esta serie de narraciones entrelazadas no muestra una repetición de los lugares comunes de la religión, sino por el contrario, exhibe una profunda reflexión teológica. Rilke en sus historias nos brinda la imagen de un dios equívoco, frágil y gentil, ausente y al mismo tiempo cotidiano como un dedal o una brisa, un dios en parte niño: confundido, confuso, terrible, pero ante todo un dios demasiado humano.

El poeta austríaco, gracias a los silencios o espacios en blanco, da cuenta que Dios, más que una figura, es una experiencia: presentimiento de un abismo, cuya profundidad se abre de manera ineludible, Dios “Tú eres el inconsciente oscuro / de eternidad a eternidad”. Al tratarse de parábolas, en las historias encontraremos tanto un lenguaje simple, como un argumento accesible; a pesar de la aparente simpleza, cada relato posee una contundente carga simbólica, condensando un sentido hermético: misterio divino. Los episodios se encuentran marcados por finales repletos de frases dubitativas: “¿es eso cierto?” “tal vez”, “no lo sé”. Se trata de historias libres de pretensión, ninguna intenta alcanzar una conclusión cerrada, intento vano de verdad absoluta. En realidad, nos hallamos ante relatos abiertos a la interpretación del receptor y lector, cuya apertura los transforma en una invitación al cuestionamiento de la experiencia de lo divino.

Con menor popularidad que la obra lírica de Rainer María Rilke, veremos que en Historias del buen Dios se exhibe gran parte de la poética del autor; al igual que en Canción de amor y de muerte del Corneta Cristóbal Rilke (1904), El libro de horas (1905), Elegías de Duino (1923), y Sonetos a Orfeo (1923) se utilizan el silencio, el símbolo y la alegoría como recursos para reflexionar sobre la naturaleza de lo divino, de tal manera la poesía y en este caso la prosa ―¿prosa poética?― nos expone a descubrir que la experiencia de lo sagrado puede ser encontrada incluso en un grano de arena, como mantenía William Blake. Asimismo, se hace visible otro de los síntomas que dieron origen a la época posmoderna: la crítica a las instituciones; en las historias veremos que son estas quienes tergiversan los conceptos trascendentales para obtener beneficios; el narrador funge como un Virgilio para sus escuchas, guía poético que los lleva a descubrir una nueva visión de la realidad cuya marca será la duda.

In principio erat Verbum, et Verbum erat apud Deum, et Deus erat Verbum.” Rilke nos conduce por un recorrido hacia al punto origen: en el principio Dios era verbo, palabra y silencio, el caos terminó mediante un sonido sordo; Dios se hizo carne y habitó en el interior de cada creación, dios creador, dios artista, ¿dios poeta? De tal forma, se nos revela otro de los puntos a resaltar: el tópico del dios creador o Dios como un artista; a lo largo de la obra rilkeana, existe una inclinación del poeta austríaco a abordar este concepto, la reflexión con tintes sacrílegos gira en torno a la cuestión: si Dios es como un artista, el artista, entonces, ¿es como Dios? No obstante, no se detiene ahí, también aborda el cuestionamiento sobre la creación, la obra de Dios y la obra de arte, siempre presentándola como una creación incompleta, una imperfección fecunda, insatisfactoria para el autor, y susceptible al cambio, a la muerte, la metamorfosis, al movimiento doble: del logos a la materia y de la materia al logos, en fin una demostración de la vida.

Y en medio de esta demostración de la vida, los niños significan una síntesis. El narrador siempre expone su principal deseo “haga saber esta historia a los niños”, pues son ellos quienes disfrutan más del misterio del buen dios, o probablemente, sean ellos el público para quien resulta más sencillo comprender la esencia de lo divino, debido a que se encuentran en un estado cercano a la pureza, la sabia ceguera de poseer una mirada sin filtros, o prejuicios. Gracias a la sacralización de la infancia que hace Rilke, el lector se contagia de melancolía: nostalgia por los tiempos perdidos, el estado natural del sabio y el poeta, fuente origen de la sensibilidad, la reflexión y la imaginación.

En la edición que hace la Universidad Veracruzana, además, contamos con el prólogo hecho por Alfonso Colorado, quien posee una cualidad para dotar al discurso histórico de tintes literarios. Colorado, mediante un breve pero fructífero prólogo, nos brinda la imagen del poeta, aquel joven místico que renunció a la vida profana para elegir la poesía como modus vivendi. Rilke terminó por construirse a sí mismo como una leyenda, cuyo arquetipo coincide con el artista del hambre que retrata Franz Kafka en alguno de sus relatos. Orfeo, Virgilio, Rimbaud, Rilke… ils croient à tous les enchantements, y se convierten en los guías del infierno. Gracias al contexto histórico que muestra Alfonso Colorado es posible entender el horizonte desde el cual Rilke emite su discurso.

Que un libro en pleno siglo XXI porte la palabra Dios como parte de su título causa cierta reticencia, es cierto; no obstante, gracias a los ojos del poeta, podemos siempre adentrarnos en la esencialidad de la materia. El arte, según su principio de extrañamiento, es aquel instrumento que nos permite renunciar a un estado de automatización, significa el abandono de la monotonía, el despertar mediante una fractura del sentido cotidiano, observar a los objetos desde una perspectiva diferente, subversiva. Historias del buen Dios es un volumen de relatos poéticos que nos invitan a pensar, a mirar distinto, un concepto tan acuñado y tergiversado en la conciencia colectiva como lo puede ser el de Dios. La filosofía, la ciencia y el arte son disciplinas que nos conducen hacia la verdad profunda de las cosas, adquirir conciencia es un camino doble: un devenir hacia el desencanto, catábasis: descenso a los infiernos, para desde ahí erigirse hacia la libertad.

  • Hyperion junio 10, 2021 at 7:25 pm / Responder

    No sobran palabras, encajan como encaja una estrella en el cielo, que como para los perdidos guía y alimenta de esperanzas. Saludos

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