Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Giorgio Van Straten, Historia de los libros perdidos, Pasado & Presente, Barcelona, 2016, 156 pp.


He trazado, en los últimos años, mi peculiar recorrido por el ensayo: desde El idioma materno de Fabio Morábito hasta El viajero, la torre y la larva de Alberto Manguel, desde La escuela del aburrimiento de Luigi Amara hasta El rostro y el alma de Francisco González-Crussí, he sentido que busco a ciegas algo que no sé qué es. En el camino, he encontrado libros que hablan sobre otros libros, libros que hablan sobre la lectura, sobre la vocación literaria, sobre la escritura y su relación con el yo, sobre la literatura y la vida. Historia de los libros perdidos, de Giorgio Van Straten (Florencia, 1955), trata sobre libros que no podré encontrar jamás: libros “que existieron y ya no existen. No son los libros olvidados que, como sucede a la mayoría de los hombres, desaparecen poco a poco del recuerdo de quien los ha leído […]. Yo entiendo por libros perdidos aquellos que el autor escribió, aunque en alguna ocasión no llegó a terminarlos; son libros que alguien vio, tal vez incluso leyó, y que luego fueron destruidos y nunca más se supo de ellos” (p. 10).

En este sentido, el de Van Straten es también un viaje. Un viaje que no es vano porque no se sepa a dónde conduce, sino porque se sabe, de antemano, que no conduce a ninguna parte: el autor busca “las huellas de ocho libros perdidos, libros míticos como las minas en la fiebre de oro: todos los buscadores están seguros de que existen y de que serán ellos quienes las encuentren, pero en realidad nadie tiene pruebas fiables de su existencia ni caminos seguros para llegar a ellas. En mi caso, las señales también son débiles y las esperanzas de encontrar esas páginas, escasas. Pese a todo, el viaje vale la pena” (p. 9). El manuscrito de Il viale de Romano Bilenchi, las escandalosas Memorias de Byron, los primeros experimentos narrativos de Hemingway, El Mesías de Bruno Schulz, la segunda parte de las Almas muertas de Gógol, la monumental In ballast to the White Sea de Malcolm Lowry son algunos libros de los que Van Straten da cuenta en este ensayo.

Con humildad, con sencillez, pero también con amor y entrega, Van Straten lleva a cabo una labor casi espeleológica: su afán no es el del erudito obsesionado con el conocimiento, tampoco el del historiador que busca desentrañar la verdad acerca de algún suceso. Más bien, lo impulsan una alegría casi infantil, una inteligencia aguda, un entusiasmo genuino: “Cada vez que en mi vida me he encontrado con un libro perdido, he tenido la misma sensación que me invadía cuando de pequeño leía novelas que hablaban de jardines secretos, teleféricos misteriosos, castillos abandonados; la ocasión de una búsqueda, la fascinación de lo que se escabulle y la esperanza de ser el héroe capaz de resolver el misterio” (p. 12). Así, Historia de los libros perdidos es una reflexión sobre el destino de ciertas obras literarias, pero también sobre la fragilidad del libro como objeto. Porque, más que las maletas extraviadas, las guerras mundiales o los cónyuges que toman decisiones por los muertos, “lo que se repite con inquietante frecuencia es el fuego. La mayoría de las páginas perdidas de las que hablamos fueron quemadas” (p. 14).

Giorgio Van Straten escribe desde la nostalgia de lo que ya no existe, pero, sobre todo, desde la pasión que acompaña a toda causa perdida: “¿Y si fuese justamente el riesgo de una imposibilidad lo que justifica esa mezcla de impulso y melancolía, de curiosidad y fascinación, que crece al pensar en algo que ha existido, pero que ya no podremos tener entre nuestras manos?” (p. 15). Quizá por esa razón, al recorrer estos textos nos invade una sensación ambigua: el deseo de tener algo que no podemos poseer y, al mismo tiempo, la posibilidad de mantener ese deseo vivo, latente.

Historia de los libros perdidos reúne una serie de ensayos íntimamente ligados a la vida personal de Van Straten. No porque haya conocido de primera mano a los autores –Romano Bilenchi es la excepción–, sino porque se ha involucrado a profundidad con las páginas que ha leído. Porque leer, para Van Straten, es entablar una relación de amistad, un diálogo inteligente con los escritores y con sus obras: es leer al otro, pero sobre todo leerse en el otro. Ya en “El libro que leí (y no fotocopié)”, el autor relata “la historia del libro perdido del que puedo dar testimonio directo, porque soy una de las cuatro o cinco personas que lo leyeron antes de que fuese destruido” (p. 19). Se trata del manuscrito incompleto de Il viale, la novela inédita de Romano Bilenchi, escritor italiano, amigo y maestro de Van Straten. Hago aquí una aclaración: cuando el autor reflexiona sobre algún libro, no describe únicamente el modo en que desapareció o las circunstancias de la pérdida. No. Lo que Van Straten hace es escribir desde la experiencia: su propio vínculo con el libro, el tipo de relación que el escritor guardaba con su obra, el papel que jugaron los involucrados en la desaparición, la concepción que tenía aquel autor de la literatura. En el caso de Bilenchi, “era un escritor sobrio, con un lenguaje maravilloso y escueto, que nunca utilizaba un adjetivo de más. En cambio, como fabulador era extraordinariamente elocuente, y las historias que narraba se modificaban a menudo con el tiempo, se embellecían y se convertían en literatura” (p. 23). Plenamente dedicado a la labor periodística, Bilenchi no publicó nada entre 1941 y 1972. Por ello, para Van Straten, aquella novela inédita tiene diversos motivos de interés: se sitúa en el centro de treinta años de silencio, narra una historia de amor entre el autor y su segunda esposa, Maria, cuando la primera mujer del autor aún vivía y, por último, confluyen en ella el tiempo de la escritura y el tiempo real, cosa inusual en la narrativa de Bilenchi. Así, aunque el autor no publicó nunca el manuscrito, tampoco lo destruyó y, a pesar de eso, Maria Bilenchi decidió, hacia el final de sus días, quemar la novela. Y, aunque “Bilenchi tenía una idea tan alta y absoluta de la literatura que no podía ni pensar en escribir algo que no le convenciera plena y totalmente” (p. 22), no sabremos nunca, como lectores, si lo que lo impulsó a aquel silencio fueron motivos personales o más bien literarios.

Los ensayos que conforman este libro encierran, ante todo, una declaración de principios: un modo –intenso y apasionado– de leer. Por ello, antes de relatar alguna historia, Van Straten nos invita a conocer al autor, a situarnos en el lugar de los hechos, a tratar de descifrar el núcleo de su obra, a leerlo no de forma aislada sino en compañía de sus otros textos. Cuando habla de Double exposure, la novela “iniciada e interrumpida” de Sylvia Plath, extraviada por su marido Ted Hughes, lo que menos parece importar es el libro perdido: Van Straten llena el vacío con la imaginación, contagiándonos su entusiasmo por la vida y la obra de Plath, narrándonos lo que contienen las páginas que no se perdieron y sí podemos leer: “Hay mucho de Plath en la protagonista de La campana de cristal, en el recorrido doloroso de la depresión al intento de suicidio, a la ‘cura’ del electroshock. Y precisamente en estas páginas se percibe la maraña inextricable entre el dolor y la culpa que fue el eje de su vida y de su poesía, como si el dolor fuese fruto de la responsabilidad de quien lo sufre y a la vez el instrumento para llegar a la verdad de la escritura” (p. 129).

Para Van Straten, un libro perdido nunca desaparece del todo: ya sea a través de la memoria de aquellos pocos que pudieron leerlo, ya a través de quienes escribieron sobre aquella obra, o de quienes, impulsados por su desaparición, escribieron otras historias, el libro pervive indirectamente. Eso sucede, por ejemplo, con El Mesías, de Bruno Schulz: “su vida y su libro desaparecido han inspirado a muchos escritores. Además de a Grossman, a Cynthia Ozick, que escribió una novela justamente sobre El Mesías y sobre su misteriosa reaparición en Estocolmo…y también a un escritor italiano, Ugo Riccarelli, en su obra Un uomo che forse si chiamava Schulz” (p. 68). Y es que, muchas veces, el libro perdido nos devuelve también a las circunstancias de la desaparición: no solo se han extraviado una serie de ideas, un estilo, una historia, una idea de la literatura. También lo ha hecho un fragmento de la Historia: “Schulz se había dedicado a escribir una novela que llevaba por título El Mesías, novela que consideraba la obra decisiva de su vida y que desapareció con él aquel mes de noviembre de 1942, en el corazón de Polonia, a consecuencia de una estúpida venganza entre oficiales alemanes” (p. 67). No es la única obra extraviada durante la guerra: el caso de Walter Benjamin, relatado en “Una pesada maleta negra”, es también paradigmático. Quizá porque se trata de una de las grandes mentes del siglo pasado; quizá porque la misteriosa maleta negra que llevaba consigo la noche de su suicidio –y que contenía un manuscrito del que no sabemos nada– es el recordatorio de una doble pérdida, nos abruma, y a la vez nos intriga, pensar en lo que pudo haber desaparecido para siempre: “Creo que Benjamin es una figura absolutamente excepcional, porque me resulta difícil encontrar a otra persona que haya unido a la erudición enciclopédica, a la enorme afición por la acumulación de materiales e informaciones…una gran capacidad de innovar, de interpretar el mundo bajo una luz distinta, captando los movimientos, aunque solo iniciales, de las transformaciones históricas que nos aguardaban” (p. 110).

Tras la lectura de este libro, he llegado a un callejón sin salida: sigo sin saber qué es lo que busco, pero acaso en esto mismo resida el placer del viaje. De cualquier manera, todos los caminos me han conducido siempre a una concepción vital y optimista de la literatura. Como la mía, la de Giorgio Van Straten ha sido también una búsqueda feliz: “al final del viaje me he dado cuenta de que los libros perdidos tienen algo que todos los demás no poseen: nos dejan a nosotros, los lectores, la posibilidad de imaginarlos, de contarlos, de reinventarlos” (p. 16). Historia de los libros perdidos es, de esto último, el mejor testimonio.

 

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