Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Nick Hornby, Funny Girl, Anagrama, Barcelona, 2016, 408 pp.


En su libro El punto ciego, Javier Cercas sostiene la tesis de que las buenas novelas son aquellas que se construyen alrededor de una pregunta y cuya trama es la búsqueda de una respuesta; mientras más numerosas y complejas sean las formas de abordar la pregunta, más rico será el texto. Siguiendo este procedimiento narrativo, Funny girl, el libro más reciente de Nick Hornby, autor de la memorable Alta fidelidad, hurga sobre la eterna disyuntiva en la discusión cultural: solo la alta cultura es válida para proveer enriquecimiento intelectual y espiritual, o también la llamada cultura pop, más bien dirigida al entretenimiento, es capaz de confrontarnos con conflictos y valores cuya tensión y resolución nos permitan conocer la condición humana. O, dicho de otra forma, la cultura y el entretenimiento son excluyentes o, por el contrario, pueden complementarse. O quizá, visto desde otra perspectiva, quienes consumen bienes culturales tradicionales son de alguna forma mejores personas que quienes consumen entretenimiento, o son simplemente unos pretenciosos que se atribuyen cierta superioridad moral e intelectual.

Para plantear el dilema, no necesariamente para responderlo tajantemente, la novela nos cuenta la historia de Sophie Straw, una chica de una ciudad del norte de Inglaterra, quien migra a Londres para probar fortuna en la actuación y que, eventualmente, se convierte en una celebridad al protagonizar, durante los años sesenta, una sitcom de la BBC titulada Bárbara (y Jim). Sin embargo, más que la historia de Sophie, podríamos decir que la novela trata de la concepción, el diseño, el desarrollo, el apogeo, la decadencia y el desenlace de la serie. Si bien ella es el personaje principal, vemos las entrañas de la producción del programa en cinco ejes, que son los cinco personajes principales: Sophie, Clive el co-protagonista, Tom y Bill quienes son los escritores, así como Dennis, que se encarga de la dirección y producción general.

Para ello, vemos el ejercicio de definición de los personajes, el diseño de la trama general de la serie y de los capítulos concretos, el tono y el tema. Los escritores querían que hubiera una adecuación total a los tiempos que se vivían en el Reino Unido, pero también buscaban la manera de introducir elementos que rompieran con los esquemas tradicionales de hacer televisión. Por su lado, el director apuntaba a un producto que, además de lo anterior, fuera atractivo para el público en general pues, a fin de cuentas, aunque se trate de la BBC, el rating es lo que determina si un programa sigue o se va. Finalmente, los protagonistas querían encarnar a personajes que, por un lado, pudieran ser reflejo del británico medio, pero también que le hiciera ver a éste las transformaciones sociales que estaban sucediendo a su alrededor y de las que, quizá, no estaba tan consciente.

Paralelamente, se cuentan las batallas que tuvo que librar la producción, principalmente por conducto de Dennis, en contra de una doble y contradictoria amenaza que ponía en riesgo su permanencia al aire. Por una parte, los ejecutivos consideraban que era una serie demasiado audaz en cuanto a su planteamiento político y social, lo cual podría comprometer la neutralidad de la BBC, además de provocar cierta animadversión en los televidentes. Por la otra, los intelectuales y analistas políticos que aparecían en otros programas del mismo canal, menospreciaban el contenido de Bárbara (y Jim) al considerarlo ligero, vulgar y dirigido a una masa inculta que no tiene aspiraciones de superarse intelectualmente.

A través de esta historia de egos (los artistas e intelectuales resultan ser seres extraordinariamente egocéntricos), Hornby riza el rizo de la pregunta que atraviesa todo el libro: ¿la cultura y el entretenimiento son incompatibles? ¿El entretenimiento es inculto por definición? ¿Si la cultura es entretenida, pierde profundidad y valor? Javier Cercas señala que las grandes novelas de la historia de la literatura son aquellas que no dan una respuesta clara y contundente a la pregunta sobre la que giran, pues a través de esa ambigüedad, el punto ciego, es que se cuela el juicio del lector y, con él, toda la complejidad y la contradicción humana. Funny girl no es, como las denomina Cercas, una novela del punto ciego, puesto que el autor sí adopta una postura clara frente a esta disyuntiva. No lo hace de forma expresa y textual, pues no es un manual o un tratado sobre el valor cultural del entretenimiento, por lo que deja espacio a que el lector saque sus propias conclusiones.

Bárbara (y Jim) tiene un éxito sin precedentes en la televisión en el Reino Unido, no únicamente porque fuera divertida, sino porque se atreve a plantear conflictos, a través de la relación de los personajes principales entre sí y con su entorno, de una manera innovadora, que confrontan a los británicos con el tiempo que viven y los cambios que sufre su sociedad. Hornby parece hacer una reivindicación, no solo de quienes producen entretenimiento inteligente (el calificativo, en este caso, es fundamental), sino también del espectador promedio que lo consume, este espectador que, si bien no tiene una preparación intelectual especializada, está al tanto de lo que sucede a su alrededor. La postura que adopta Funny girl pudiera sintetizarse en que también la cultura pop es capaz de plantear conflictos humanos complejos y que la gente común es capaz de comprenderlos; es cosa, nada más, de encontrar la manera correcta de proponérselos.

Además de bordar sobre esta discusión, la cual es muy pertinente en esta época en que la televisión tiene un lugar preponderante en la generación de entretenimiento de alta calidad intelectual, Funny girl es una novela relevante pues es una encarnación, por llamarlo así, una puesta en práctica, del argumento que defiende. La prosa puede calificarse de sencilla, transparente y asequible para cualquiera, además de que sus diálogos son ágiles y vívidos, lo cual la dota de una ligereza de lectura muy agradecible. Sin embargo, a través de una trama no demasiado complicada se dibuja una época, los sesentas en el Reino Unido; además de que, por conducto de sus personajes, los cuales están extraordinariamente bien definidos, se nos cuenta cómo la sociedad británica se definió sobre diversos temas, los cuales marcaron su transición del conservadurismo de la posguerra hacia la modernidad de finales del siglo XX.

Por ejemplo, los dos guionistas de Bárbara y (Jim) son homosexuales, en una época en que era un delito en la Gran Bretaña. Bill decide retraerse y esconder su sexualidad, para luego incorporarse, cuando los tiempos lo permitieron, a la lucha por los derechos de la comunidad gay. Por su parte, Tony nunca se acepta a sí mismo y decide casarse y formar una familia tradicional, con la esperanza de desterrar de sí esas pulsiones que le causaban conflicto. Aunque las leyes los proscribieran, sus compañeros de equipo los aceptaban sin prejuicios y únicamente los valoraban por la calidad de su trabajo. Esta actitud de la sociedad fue la que logró el cambio legal que dejó de criminalizar la homosexualidad.

Otro más, quizá el más evidente: la escena inicial es el concurso de belleza de Blackpool, la ciudad natal de Sophie, quien resulta la ganadora. Este galardón le auguraba un matrimonio con algún comerciante prominente de la localidad, para convertirse en un ama de casa que cuidará de sus hijos, lo cual, dicho sea de paso, era a lo más que aspiraban las chicas provincianas en una sociedad todavía muy machista y conservadora. Sin embargo, decide renunciar a la corona y se embarca en su aventura londinense para convertirse en un ejemplo de perseverancia y éxito. Incluso estando ya en Londres, se le plantea la disyuntiva entre limitarse a sacar provecho de su belleza o bien luchar para demostrar su talento, inteligencia y esfuerzo. Su decisión se ve recompensada y se convierte en la primera gran estrella femenina de la comedia británica.

Algunos pasajes de Sophie y de Clive nos dejan ver el cambio paulatino de perspectiva hacia el ejercicio libre de la sexualidad, sobre todo en las mujeres. Bárbara (y Jim) es un reflejo, y su éxito una consecuencia, de una época en la que la sociedad británica comenzaba a soltarse el chongo y a aflojar el cuerpo, después de la dura reconstrucción de su país después de la Segunda Guerra Mundial. Como sostiene Dennis, la ligereza no equivale a simplicidad, ni el humor excluye la densidad intelectual, contrario a lo que sostienen, en la vida real, un montón de pseudointelectuales que, de quitarse un montón de prejuicios, podrían disfrutar de una amplísima oferta de entretenimiento inteligente y conocer nuevos caminos para analizar la condición humana. Funny girl puede ser una buena puerta de entrada, por lo que valdría la pena recomendársela a nuestro intelectual de cabecera.

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