Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Isaac Rosa, Feliz final, Seix-Barral, Barcelona, 2018, 344 pp.


Con Rosa, un autor de profundo compromiso social, las cosas nunca son lo que parecen: siempre tiene otras lecturas. En esta historia de amor y desamor hay mucho más: en ella desnuda y analiza cómo el deterioro de nuestra vida sentimental se debe al mundo que nos ha tocado vivir, a esta sociedad de consumo y de hedonismo instantáneo. Profundiza en conceptos como la obsolescencia aplicada a la pareja, el miedo constante a estarse perdiendo otra cosa, la necesidad de acumulación, el tiempo acelerado y la insatisfacción personal, fruto del imaginario romántico que hemos chupado desde niños en la ficción cinematográfica y en los spots publicitarios. Bien podría haberse titulado Amar en tiempos precarios, “Te lo conté y te gustó la idea; escribiste ese artículo ‘Cuando el autónomo Harry encontró a la mileurista Sally’” (p. 127). Pero es que además saca a colación temas que, de tanto centrarnos en nuestras miserias, olvidamos y nunca deberíamos olvidar, como el horror que sufrió Lidia Falcón a manos de Billy el Niño y Roberto Conesa o la tragedia de los inmigrantes que mueren ahogados, a veces a tan solo veinte metros de la costa. El desmoronamiento de la pareja protagonista es metafórico, un reflejo de una sociedad que se derrumba, en la que los buenos momentos, o los buenos recuerdos, no bastan para salvar una grieta que se ha abierto y que acabará no por destrozar, sino por finiquitar su relación sentimental.

Rosa da voz, por partes iguales, a Antonio y Ángela, los dos integrantes de la pareja, y construye una historia de amor a partir de su separación. Ahí radica su originalidad: la historia está contada hacia atrás: partimos de la ruptura sentimental, desde el mismo momento en que se cierra una puerta para siempre, y retrocedemos en el tiempo hasta llegar al inicio de la relación. La novela empieza por el epílogo y acaba en el prólogo. Una estructura que tiene también algo de palindrómica, pues al final del libro los jóvenes Antonio y Ángela se encuentran con una pareja de mediana edad, una pareja que sabremos entonces que son el Antonio y Ángela, cuarentones y cansados, que viajaban en el metro al principio de novela: “Quizás eran viajeros del tiempo, quizás éramos nosotros mismos venidos del futuro” (p. 292) . La pareja se reencontrará en otros momentos de la novela, viajamos de la mano de los protagonistas al pasado que dejaron atrás y que siguen habitando en su recuerdo.

Toda la obra está escrita en un curioso diálogo, o más bien, dos monólogos. Siempre en primera persona, se intercalan los capítulos en los que el narrador es Antonio con los de Ángela. Llama la atención que en esta estructura de flash-back, a medida que avanzamos en la trama, más curiosidad sentimos por los hechos que llevaron a la pareja a la situación en la que está. Un cliffhanger en el que lo que queremos saber no es lo que va a suceder inmediatamente después, sino lo que ocurrió antes, en el pasado reciente. No se trata de originalidad, sino de talento.

Rosa lleva la metáfora a otro nivel, a un nivel físico, tipográfico. En el capítulo 4 confluyen los dos discursos, el de Ángela y el de Antonio, separados en dos columnas, lo que nos da la idea del pozo en que cada uno se ha sepultado. Dos pozos paralelos, uno al lado del otro, que están cerca pero con una pared que impide todo contacto. Dos pozos a los que se alude en el texto, símbolo de los dos mundos separados en los que habitan los protagonistas. Las diferencias irreconciliables que desembocan en el final de esas dos columnas, paralelas, que nos hablan de la misma convivencia desde puntos de vista muy distintos, el “Yo no podía seguir así. Yo quería parar” de Ángela frente al “Yo tenía que seguir. Yo no podía parar” de Antonio (p. 210).

Feliz final es un libro brutalmente cercano. Todos los que hemos sufrido rupturas sentimentales (prácticamente todos) nos sentimos identificados, ya sea porque hemos iniciado la ruptura o porque la hemos sufrido involuntariamente. Y más aún si además se ha padecido un ERE, un concurso de acreedores, una espera de FOGASA, la pérdida de la estabilidad profesional y el aterrizaje forzoso en el mundo del freelanceo, sin seguridad ni contratos ni vacaciones ni horarios. Rosa, como antes hiciera en El país del miedo, y también en La mano invisible o La habitación oscura, antepone el mensaje al entretenimiento, utiliza la ficción para denunciar injusticias, para desenmascarar a nuestros enemigos. En El país del miedo describió ese temor impreciso ante lo imprevisto que nace de la gradual pérdida de la seguridad y de la fragilidad de la posición social que caracteriza a la sociedad capitalista. En La mano invisible aborda los cambios recientes en el mundo laboral y el deterioro que sufren cada vez más trabajadores. La habitación oscura trata del duro despertar de una generación que, esperando alcanzarlo todo, se ha encontrado con nada. Mediante todas sus obras, Rosa se cuestiona, y nos hace cuestionarnos a todos, el mundo en el que vivimos. Pero es que además sabe hacerlo de forma tremendamente interesante, es capaz de convertir su discurso político en lectura adictiva, en una novela demoledora sobre la condición humana.

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