Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Elisa Díaz Castelo, El reino de lo no lineal, Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 2020, 69 pp.


Sesenta y nueve años antes de que Elisa Díaz Castelo viera la primera luz de su vida, el 25 de enero de 1917 nació en Moscú un bebé que, a la postre, se convertiría en físico, músico y químico. Esas actividades no parecen tan extrañas, o no me lo parecen a mí, pues mi padre fue físico, químico y músico. Pero mi padre no ganó el premio Nobel e Ylia Prigogine, sí. Considerado el padre del caos, Prigogine llamó a la vida el reino de lo no lineal y la vida, dijo, “es el tiempo que se inscribe en la materia”. Así, la disipación, el caos, el desorden y lo irreversible parecen sumergir al organismo en una flecha del tiempo, una flecha lineal, pero ¿qué pasaría si revertimos esa flecha y damos a eso que nos parece la vida —aquél naces, creces, te reproduces y mueres—, la posibilidad del caos o la multiplicidad? ¿Qué ocurre si concebimos la vida desde la analogía y su ritmo, esa otra forma de vida y multiplicidad? Tendríamos, entonces, el libro de Elisa Díaz Castelo, El reino de lo no lineal.

No crean que soy muy conocedora. Solo me dejo llevar por las señales. A lo mejor me equivoco en la apuesta y acabo en un vertedero, pues toda interpretación es eso: una apuesta. Yo no creo, nunca he creído, en las interpretaciones inamovibles, mucho menos en aquellas que se piensan desde el corralito donde queremos atrapar a la poesía y, ella, por supuesto, se escapa porque, si cabe en el corral, debe dudar de sí misma. Por otro lado, cada quien lee lo que puede y, sobre todo, lo que quiere.

Ya había leído Principia, su primer libro, varios poemas más y traducciones de Elisa antes de leer este hermoso y tristísimo libro. Y cuando digo tristísimo quiero hacer un elogio. El caso es que cuando lo leí —y fiel a mi costumbre— fui anotando versos y palabras que me llamaban la atención. También, cadencias, es decir, música.

Llegué así a una parte donde Elisa escribe: “Vida: el reino de lo no lineal: Prigogine”. Era claro el guiño y me fui a buscar quién era Prigogine. Pero también, en otro de los poemas en prosa que van apareciendo a lo largo del libro, leí “Vida: abiogénesis” y ya sabemos que Aristóteles pensaba que la generación espontánea, o abiogénesis, era posible; de modo que plantas y animales podían nacer de materia sin vida. Entonces me pregunté, ¿las letras son, estrictamente, esa materia sin vida de la que nace y se reproduce todo? No, porque las letras cantan, cuando se ayuntan. Son otra representación de la vida, aunque vayan solitas, como onomatopeyas del alma.

Ya sé que el alma no existe o eso dicen. Yo he visto el alma de los muertos en las letras de Elisa, y a esos mismos muertos, de regreso, convertidos en Lázaros domésticos. Los he visto, pues, en su intimidad, en su agobio, en su miedo. Elisa propone también muchas definiciones de vida —esa sala de espera, ese entreacto. Al final del libro nos avisa que las secciones en prosa donde las escribe “reproducen textualmente algunas frases de Wikipedia, del diccionario de la RAE y de otros diccionarios.” Muchas de ellas me gustan porque siempre quise ser bióloga y porque me encanta Wikipedia, esa otra forma de nuestra vida, esa metafórica pero también real “vuelta a la página”.

Pero ¿por qué en un libro donde lo que oímos —nueva Comala— es a los muertos, su historia y pesadumbre, pero también su regreso, Elisa nos recuerda a cada tanto qué es la vida? El libro empieza con una sección que se llama “Vuelta” —donde escuchamos las voces de los Lázaros— y luego aparece la “Ida” —donde nos sumergimos en el horror cotidiano de la vida cuando falta el ser amado. Y ¿por qué la “Ida” inicia con un intento de suicidio, con Perséfone aburrida y la historia de un beso atrás de un Rotoplás? Me gusta también pensar que, en la idea de Prigogine, este reino es la flecha del revés, la que permite la proliferación, el desorden de la vida, incluyendo a la muerte, porque quien habla dice que “la muerte es un arte / que no ha perfeccionado”.

Y, ya hablando en plata poética, ¿no es esa proliferación el pensamiento analógico? Esto es aquello, ya lo sabemos, pero aquí lo vemos cocinando la escritura y la vida. También la muerte: su cara en el reflejo.

Quien ha querido matarse es Orfelia. No Ofelia, la loca enamorada de Hamlet, la loca porque su padre ha muerto y, en mi deseo, se suicida, no se cae en un lago; tampoco es Orfeo, el que una vez volvió del inframundo con las manos vacías, sin su Eurídice. Es Orfelia. No voy a contarles el libro, pero sí necesito apuntar que Orfelia, según los títulos de los poemas —es decir, de su viaje, si la queremos Orfeo— “no encuentra un comprobante de domicilio”, “escoge fruta en el mercado”, “borra viejas fotografías de su celular”, “encuentra la garantía del refrigerador”, “apunta lo que él subrayó en los libros”, etcétera. Ya en la primera parte, “Vuelta”, Elisa ha echado mano de nuestros dichos, nuestras voces de todos los días, porque la poesía es eso: no el artificio y al mismo tiempo, el artificio de lo que sabemos nuestro y canta.

El reino de lo no lineal es una canción a varias voces. Ya sabemos que la poesía cuenta y canta, pero ahora, por no sé por qué desgracia de la que espero salgamos pronto, se ha creído que no debe cantar. El lirismo es un pecado, dicen. Me reiría como loca si no fuera porque ese virus ha destruido la poesía y es curioso que los mismos que proclaman la muerte del lirismo, aplaudan, como deben, este libro de Elisa. Creo que, además de no saber escribir, tampoco saben leer.

A lo mejor, Elisa misma me daría un puntapié al escucharme. De todos modos no lo creo, porque en su libro oímos todo el tiempo endecasílabos, alejandrinos, octosílabos que se juntan y bailan y forman ritmos; no sonsonetes, como creen los que abominan de la música o los que, al defenderla, no encuentran otro ritmo que el de la abulia y la repetición. La ignorancia es atrevida y sufro lo indecible al leer cientos y cientos de versos horrorosos. Aquí, logro escuchar la música que va cantando Orfeo mientras llora o camina y así conocemos también lo que pasó.

Historia de la depresión ante la pérdida del amor, o así quiero leerla, Orfelia no fue por su amado al inframundo, pero los subrayados son otra forma del camino que lo lleva hasta él, con “la doctrina de la reminiscencia” y bajo “los desmanes de la melancolía: a sotavento: a pie juntillas”.

En “Orfelia desvaría con Las metamorfosis”, otro de sus múltiples guiños a ese antiguo y hermoso mundo de Ovidio, dice Elisa: “Solo quiero mover a los muertos con mi voz” . También movió a los vivos y a mí me dio algo que hoy es oro molido: esperanza, fe en la poesía, reconciliación.

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