Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Guadalupe Nettel, El cuerpo en que nací, Anagrama, México, 2011.


Desde el epígrafe de Ginsberg advertimos que el tema de la novela será el retorno al cuerpo originario, la vuelta a la semilla (“I always wanted, / to return / to the body / where I was born”). Sin embargo, Nettel no profundiza en la noción de cuerpo, propiamente dicho; sólo al final de la obra comprendemos que el “cuerpo” abarca los “rasgos más distintivos, esos tatuajes y cicatrices que con nuestra personalidad y nuestras convicciones le vamos añadiendo”. Por tanto, se trata de una regresión a los acontecimientos más determinantes de los primeros años de vida. ¿Qué es lo que motiva esta regresión?, ¿qué hace que la protagonista desee volver, de forma imaginaria, a su infancia? Previsiblemente, un ejercicio psicoanalítico.

El recurso del psicoanalista ausente al que constantemente apela es un “guiño” –como la misma Nettel lo afirma– a Philip Roth y su doctor Spielvogel de El mal de Portnoy. No obstante, éste resulta demasiado artificioso para El cuerpo en que nací, pues la narración, tan ágil y natural, se ve de pronto interrumpida para insertar las reflexiones de la protagonista: “Quiero que me diga, doctora Sazlavski, si un ser humano puede salir indemne de semejante régimen. Y si es así, ¿por qué no fue mi caso”. No sería del todo equivocado pensar que estas preguntas fungen como una especie de guía de lectura: ponen sobre la mesa las más obvias interrogantes, anticipan conclusiones, desentrañan los elementos clave que el personaje acaba de relatar. Dichas reflexiones parecen querer justificar la personalidad de la protagonista, como si los eventos transcurridos durante la infancia fueran los verdaderos culpables de las obsesiones del personaje. Comparémoslas, por ejemplo, con la novela de Roth: “Ésta es mi vida, doctor Spielvogel, ésta es mi vida; y resulta que toda ella pasa en un chiste de judíos. Soy hijo de un chiste de judíos, ¡pero sin ser ningún chiste! Por favor, ¿quién nos ha dejado así de tullidos? ¿Quién nos hizo tan morbosos y tan histéricos y tan débiles?”. Al contrario del personaje de Roth, en quien encontramos la capacidad de mofarse de sí mismo, la protagonista de Nettel se considera víctima de las circunstancias: “¿Por qué a nadie se le ocurrió responder, doctora Sazlavski, que las relaciones sexuales se tienen por amor y que son una forma alternativa de demostrarlo?”. Tratándose de un relato sobre la aceptación, resulta un poco contradictorio el hecho de que el personaje principal esté constantemente achacando a sus padres (o a las circunstancias) la culpa de sus conflictos.

Al lector termina por cansarle que el personaje esté recordando, una y otra vez, su condición de outsider, de lectora incomprendida, de visionaria capaz de observar aquello que pasa desapercibido, como cuando señala que “no había dejado de ser marginal, pero esa marginalidad ya no era opresiva” o que “ellos y yo sabíamos que entre nosotros había varias diferencias y nos segregábamos mutuamente”. La novela funcionaría mejor si la autora dejara que la ficción hablase por sí misma; el significado de las anécdotas es ya lo bastante evidente como para que se ofrezca una explicación didáctica del mismo.

Debo hacer, sin embargo, una excepción. De todos los eventos que narra la protagonista de El cuerpo en que nací, me parece especialmente pertinente el episodio de Ximena, la niña chilena que se prende fuego. Este pasaje está dotado de la misma fuerza que posee el que considero el mejor cuento de la autora: “Pétalos”. El personaje de este relato es un cazador de olores que un día descubre el aroma de la Flor en el retrete de un restaurante; ésta,  no obstante, se arroja de un puente sin conocer la identidad del hombre que la acecha. Lo mismo sucede en El cuerpo en que nací, en donde la protagonista relata el vínculo imaginario que establece con Ximena antes de su suicidio, antes incluso de que pudieran intercambiar palabras. Nettel conduce al personaje hacia una posible salvación y cuando ya está próximo el encuentro con el ‘otro’ que es capaz de comprenderlo, éste desaparece de forma trágica e irreversible.

Páginas: 1 2 3

  • Sonny Díaz septiembre 13, 2017 at 9:58 am / Responder

    Y que gran salto dio con Después del invierno. Anoche terminé El cuerpo en que nací, la lectura sencilla y con una capacidad de absorción que solo los grandes escritores logran. Son los únicos dos libros que he leído de la autora. Iré hoy mismo por más. Muy buena reseña.

Publicar un comentario