Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Francisco Hernández, Diario sin fechas de Charles B. Waite, Almadía , Oaxaca, 2013, 91 pp.


Diario sin fechas de Charles B. Waite se suma a la lista de poemarios de Francisco Hernández que responden a esa vena ya muy desarrollada de su obra: los poemas que surgen de inspiraciones artísticas concretas, a veces a manera de homenaje, otras solo a manera de ejercicios imaginativos. Octavio Paz, Mark Rothko, Wislawa Szymborska, Andy Warhol, Thomas Bernhard, Olga Orozco, George Trakl, Juan Carlos Onetti, Rainer Maria Rilke, son algunos de los artistas cuyas obras han sido objeto de los poemas del veracruzano. Asumiendo la máscara de otro creador, Hernández se convierte, en sus propias palabras, en “poeta ventrílocuo”: deja que el otro hable a través de él, y su propia voz, a su vez, se funde con la del homenajeado. Este libro —editado por primera vez en 2005, con el que ganó el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines— es el diario imaginado del fotógrafo norteamericano Charles B. Waite, que en el siglo XIX recorrió México de punta a punta, dejando tras de sí un vasto testimonio visual del país.

     El interés del poeta por la fotografía no es nuevo. En esta línea particular de su obra encontramos las poetografías, poemas inspirados en fotografías que pretenden hacer un retrato poético del personaje en cuestión. En esta ocasión, Hernández imagina las historias detrás de cada imagen al mismo tiempo que disfraza su voz con la del fotógrafo. Sin embargo, creo que, a diferencia de lo que sucede con las poetografías, la relación fotografía-poesía trasciende la inspiración y el tema de este libro. Esta relación permea la manera en que están escritos los poemas.

     Hernández pretende que el poema diga lo que la fotografía silencia. Para ello, traduce características de la fotografía a la página. Por ejemplo, abundan los versos breves que contienen imágenes simples y que, concatenados con otros similares, recuerdan inevitablemente a los disparos rápidos de la Hansen: “El campo árido. / El campo cegador con polvo alado. / El campo de visión.” La musicalidad trunca de estos versos obliga al lector a detenerse, como cuando se observa una fotografía, en cada una de las imágenes. Otro recurso que surge de la conversación entre ambas disciplinas: las metáforas que juegan con términos propios del arte fotográfico (las placas, los marcos, el ácido). Para el fotógrafo norteamericano, México es un conjunto de “laboratorios volcánicos y pantanosos”, un gran cuarto oscuro, en el que se interna como observador. Antes que él revele sus fotos en el laboratorio, el mundo se revela ante su cámara. Waite, capturando imágenes y rostros de un mundo tan distante, se descubre a sí mismo: “Sus rostros dibujarán, sin límites, / mi cara de alma en pena fuera de foco. / Su atraso será mi adelanto. / Sus ruinas serán mis fortificaciones”.

     No siempre estos juegos poéticos funcionan dentro del poema. En algunos de ellos, la insistencia de hermanar fotografía y poesía cansa al lector, pues da la impresión de que la voz poética solo puede expresarse en términos de su arte (o de forma más general, visuales), resultando en conceptos forzados y más bien estériles. Se extrañan las metáforas transparentes, de gran fuerza expresiva que dominan otras obras del autor. Un ejemplo entre varios: llamar a Dios “el amo y señor del Álbum de la Vida”. En los momentos débiles del libro, el Waite fotógrafo —el que recurre siempre al símil fotográfico— termina opacando al Waite hombre.

     El tono mismo de la voz también coincide con la representación de lo que es un fotógrafo para Hernández. Al inicio, Waite se dibuja como un extranjero —perdido, incomunicado, desencajado en un lugar tan distante de su natal Ohio— cuya única herramienta para asir esta nueva realidad es el lente. “Llegar temprano a este país de amaneceres. / Aspirarlo antes de cuestionarlo. / Encuadrarlo antes de confundirlo”, escribe Hernández apenas en la segunda entrada del diario. Desde aquí adivinamos la concepción de la fotografía que se desarrolla a lo largo de la obra: el fotógrafo es un observador y su arte es el testimonio desnudo, sin distorsión, ornato o juicio, del mundo. El tono que predomina en los poemas es contenido y moderado, como el de un espectador cauteloso. Gran parte de los poemas es más, como anuncia el epígrafe, “un cuaderno de notas” que un discurso articulado de lo fotografiado.

     Hay momentos particulares en el texto en que se revela un Waite que, aunque no alcanza a ser del todo intimista, es más complejo. En su diario puede imaginar las posibilidades que su cámara no le da: “Sin importar hacia dónde enfoquemos la cámara, / siempre haremos retratos de un mundo callado.” De esta preocupación se desprende una serie de poemas escritos en forma de lista de pendientes, en las que el fotógrafo fantasea con fotografiar lo imposible: “fotografiar a los cinco sentidos”, “el sonido del viento, sus ráfagas” o “a nadie como nadie”. Igual que para Hernández, también para Waite resultan complementarias las dos artes. Allí donde la cámara es insuficiente recurre a la palabra.

     Algo más distingue a este poemario de la obra anterior de Francisco Hernández. Aquí, no solo cada poema constituye una exploración en verso de la imagen, sino que el encadenamiento de éstos construye un hilo tan claro que desemboca, imagen a imagen, en un gran poema narrativo sobre la estancia de Waite en México. Es por esto que la sonoridad de los versos oscila entre la de la prosa y la del verso, lo cual deviene en una musicalidad sumamente irregular, pero que es, en general, monótona, sin grandes sorpresas ni riesgos.

     La historia comienza con la llegada de Waite a tierras mexicanas, maravillado por el mundo fantástico y, particularmente, el rostro y los cuerpos de los indígenas. Se descubren veladamente personajes anónimos a quienes fotografía, así como su relación con su colega y compatriota, Winfield Scott. Como si hojeáramos un álbum o una pila de postales, recorremos poemas muy diversos que versan sobre festividades religiosas, imágenes desoladoras de la pobreza, cuerpos desnudos de mujeres y niñas indígenas, posibles amantes y notas dispersas sobre fotografías que desea tomar. El hilo narrativo alcanza su clímax con su encarcelamiento, después de haber sido acusado de perversión por fotografiar niñas desnudas.

     Los poemas finales son paulatinamente más oscuros. Waite comienza a enfermar, a tener pesadillas, está “ciego sin su cámara”. Escribe Hernández: “No ha empezado a llover, pero ya el viento sopla / colmado de gotas invisibles. / El fotógrafo se detiene, sujeta su sombrero / y ve hacia el cielo muerto de miedo […] / Sin pensar en su cámara, el gringo corre a protegerse del diluvio”.

     El mundo idílico que retrababa al inicio se vuelve en su contra y su cámara cobra vida propia. En estas últimas entradas del diario adivinamos la dirección que toman todos los retratos de ese México decimonónico pobre y olvidado. Waite, sin saberlo, ha presagiado, a través de su cámara, el futuro del país: la Revolución y el caos. Y Hernández, por su parte, ha agregado un velo de significado que permite una lectura más profunda de las fotografías.

     Francisco Hernández es un poeta que ha encontrado su voz buscándola en la de otros. Esto conlleva evidentes riesgos —la imitación, el pastiche, la disolución de la voz propia— que, al menos en lo que Diario sin fechas de Charles B. Waite se refiere, son sorteados con éxito: el lector termina convencido de que estos textos imaginados hubieran sido posibles. A diferencia de otros poemas suyos que se inspiran en obras concretas, aquí el autor afecta la obra que dio origen al libro. Dialogando directamente con el acervo de Waite, lo reinterpreta a nivel individual al imaginar la intimidad detrás del lente a la vez que lo llena de sentido histórico. En cuanto a esto, hago una protesta acerca de esta edición: la ausencia de las fotografías de Waite (y la presencia de otras que no agregan nada a los textos). Para quien no conozca a Waite, este enriquecimiento mutuo —la mayor virtud de estos poemas— quedará definitivamente incompleto.

 

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