Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Joaquín Peón Íñiguez, Ciudad Pantano. Parodias y esperpentos, Paraíso Perdido, Guadalajara, 2017, 168 pp.


Toda parodia rinde una suerte de homenaje. En Ciudad Pantano, de Joaquín Peón Iñiguez, las parodias (pero también los esperpentos) que lo conforman son deferencias, unas más oblicuas que otras, pero todas siempre críticas, de otros integrantes del gremio literario, de otros “colegas” del autor. Algunos de los aludidos en los catorce textos incluidos en esta breve colección, publicada recientemente bajo el sello Paraíso Perdido, resultarán para el lector más o menos evidentes, como el eco latente en “Del coronel y otros demonios” y su protagonista, Tranquilino Buendía; o, bien, se pueden identificar con alguna expresión o muletilla estilística, o hasta con una frase, manera en la que arranca “El laberinto de la socialización”: “a todos, en algún momento, se nos ha revelado nuestra existencia como una secuencia particular, intransferible, de compromisos forzados” (p. 31). Pero García Márquez y Paz no son los únicos en desfilar bajo la mirada diligente del autor; en las páginas también se perfilan Del Paso, Parra, Sabato y Rulfo, Borges, Vallejo y Bolaño, el cuerpo de los afamados becarios y hasta el propio autor (“Epílogo. Crítica al presente libro”, p. 166). La identidad de todos y cada uno de los escritores parodiados quizá solo sea desentrañable por un lector erudito; uno que, en suma, traiga consigo una fina lupa estilística. O quizá solo la conozca el autor. A propósito, y para no delatar más mi ignorancia, traigo a colación estas líneas que aparecen en las últimas páginas del libro: “la mayoría ni siquiera atinan a concretarse como parodias. ¿Saben cuál es el peor chiste? El que se tiene que explicar. Alguien hágaselo saber al autor” (p.167).          Y es que, al final, tener en mente a los sujetos parodiados, si bien fortalece cierta comunión entre el autor y su lector, dista de ser un requisito para disfrutar de Ciudad Pantano y zambullirse en su peculiar y esperpéntico universo. Así, creo que uno se puede acercar a esta obra por dos vías: buscando rastrear, de manera incesante, las claves parodiadas, descifrando códigos lingüísticos, atendiendo pautas estilísticas e identificando a los personajes extraídos de otras lecturas; o, bien, brincándose esta pretensión y echándose un clavado por los mundos y submundos pantanenses y los escondites de una ciudad distópica, un mundo al revés donde un decapitado es el hombre perfecto puesto que no tiene cabeza. Entre el homenaje y la parodia no hay un gran trecho, dije, pero en este caso, en esta otra lectura a la que aludo, ese trecho sale sobrando.

Independientemente de cuál de esos dos lectores se quiera ser –o se sea–, Ciudad Pantano es una promesa lúdica y cautivadora, una propuesta interesante y retadora, cuya columna vertebral es la risa. “A Mercedes, esposa de Gabriel García Márquez. He notado que los libros dedicados a ella tienen muy buena recepción”. Así versa la dedicatoria, lo primero que uno ve al abrir el libro, y me parece la mejor forma de ilustrar, cuidando no quemar la trama, el guiño constante del autor en su obra. Y lo mismo sucede con la serie de glosas al pie esparcidas por las páginas; para muestra, esta “notra apropié”: “el mundo fue el primer planeta en darle una vuelta completa a Fernando de Magallanes (1519-1522)”.

Joaquín juega con las palabras como si fueran plastilina. Cuando Chuchofedrón, quien se autoproclama una “Chuchobelleza” en “Changos chinos rechiflados” y hace las veces de guía en Ciudad Pantano, lanza la pregunta “las parodias son esos chistes para-odiar?”, su interlocutor le responde: “No, amigo, te confundes, las parodias son para-días de fiesta, parodiar es para-dar un bofetón al mito, para-orar a lo pagano, para otra el sarcasmo, para-osar el contrasentido y para-obviar el valor. Son para desentonar el canto y los himnos” (p. 16).

Su escritura es un jugueteo constante en distintos niveles, comenzando por el léxico, y no por ello se trata de una lectura predigerida. No es una lectura sencilla, pero esto no significa que en ella no quede patente la crítica que encierra. Al hablar del escritor satírico, como es el caso de nuestro autor, Rey Álvarez subraya que este se caracteriza por poseer una “voluntad de denuncia”. En Ciudad Pantano, la crítica subversiva se vale de la risa, acaso el vehículo idóneo para poner el dedo en la llaga, ridiculizar e hiperbolizar lo que está ahí pero nadie dice; porque “el mundo no funciona […] Casi nada es lo que aparenta ser” (p. 25). Y de esta no se escapa nadie, ni los tacos –aunque sería más atinado decir que el que los prepara, como se ve en ‘Contra el taquero’ –, ni los calcetines, ni los tuiteros, ni los inocentes emoticonos; ni siquiera la pobre de “Shâk Irä [sic], desconocida poeta árabe que escribe siempre colgada de cabeza de un árbol” (p. 148).

Los catorce textos que conforman esta breve colección presentan distintas aristas de ese enigmático –por no decir mítico– lugar denominado Ciudad Pantano. En conjunto, lo entretejen y perfilan, pero tras la lectura de cada uno de estos cachitos del lugar, no cabe duda de que uno puede comprobar que “Ciudad Pantano no es tanto un lugar, sino un trastorno psicótico” (p. 65). Sin importar a qué género pertenezcan los relatos, ni si su forma es el ensayo, el cuento, el diario, la lírica o son un híbrido, estos son también microuniversos que pueden ser apreciados de manera sólida al extraerlos y disfrutarlos de manera independiente. Es más, debido a esto y a que su lectura no es llana, como he dicho antes, sugeriría embarcarse en su lectura por partes. Al final, y sobre todo después de encontrarse con ese precioso epílogo, uno se queda con ganas de más. Y yo, en lo personal, me quedo con ganas de más, y de más notas a/al/de pie/tapié/copié/apropié.

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