Revista de Crítica ISSN 2954-4904
Literatura


Luis Jorge Boone, Bisonte mantra, CONARTE, Monterrey, 2016, 63 pp.


Debo confesar, primeramente, que una de las tendencias más vigorosas en la poesía mexicana reciente, el poema extenso o libro temático, no termina de convencerme. Aunque hay varios ejemplos magistrales, en la mayoría de los casos estos libros no logran sostener la calidad a lo largo de toda la obra. Una de las razones, creo, es la premura con la cual se gestan esas mismas obras. Consideremos uno de los casos más emblemáticos del poema largo latinoamericano: Altazor. A su autor –y vaya que no hablamos de cualquier poeta- le tomó once años escribirlo, además de que contaba con varios poemarios publicados y que gozaba de la generosa “beca” de la familia García-Huidobro que le permitía no solo residir en Europa, sino estar en contacto con buena parte de los protagonistas de la vanguardia europea. Si tomamos en cuenta dichas circunstancias difícilmente podremos esperar que alguien en el rango de lo que ahora se considera como “poeta joven” logre escribir un gran poema extenso en un lapso de un año. Me queda claro que no todos los poemas extensos habrán de escribirse en las mismas condiciones que Altazor. Gorostiza pasó por condiciones muy distintas al escribir Muerte sin fin. Pero lo cierto es que resulta poco probable que alguien termine un buen poema extenso en el lapso que dura una beca. Hay, claro está, ejemplos excepcionales, de libros temáticos de poesía como los de Karen Villeda, pero, a mi juicio, el balance que se puede hacer de los diversos poemas largos que se han publicado recientemente termina por ser negativo. Hay grandes poetas contemporáneos que nos dejan de ofrecen buenos poemas en su intento por publicar libros completos en torno a un solo tema. En otro momento, abundaré en ello, pero por lo pronto, me centraré en Bisonte Mantra, un poema extenso que considero entre los logrados de la poesía mexicana reciente.

El principal acierto de Bisonte Mantra reside en el hecho de proponer al lector un de juego de signos textuales que no termina por cuajarse en significado, sino que logra encauzarse en sentido. Este libro convoca a encarar el lenguaje y, a través de las distintas secciones en las que se subdivide, nos encamina en un proceso de búsqueda de un significado que hábilmente se esconde. El poema hace honor a su título: se plantea un mantra, pero no desde el punto de vista de la repetición verbal o fónica, sino desde la ruptura con los modos cotidianos de comprensión. Es un poema surgido de inquietudes espirituales, pero que tampoco se puede situar en alguna corriente o tradición en específico.

Otro aspecto de esta obra que también se puede asociar con otra tendencia muy vigente en la poesía contemporánea –tendencia que sí admiro– es el entrecruzamiento de géneros literarios. La narrativa se presenta a lo largo de todo el texto, y de hecho en ciertos momentos también el ensayo. Bisonte Mantra inicia desde la cotidianeidad, para orientarse a la reflexión y acaso la antireflexión y el silencio, es decir, la contemplación. En una sección introductoria la obra se plantea como un poema viaje: “Hace dos años acampamos junto al agua. / Siete mil años de progreso quedaron reducidos a escasas invenvciones”. Pero pronto el viaje se convierte en experiencia de percepción “Callé para escuchar / la vida hablaba”. Posteriormente el viaje, y sobre todo el intento de regreso, se transforma en introspección. Y digo intento porque uno de los aspectos principales de un libro como este, y de hecho de la mayoría de los libros que abordan temas espirituales, lo constituye la transformación. De una vivencia espiritual verdadera no se regresa siendo el mismo.

El desglose de la experiencia se convierte entonces en un viaje a través del lenguaje que sitúa al lector ante la errancia. La búsqueda introspectiva va desde el desierto hacia la ciudad. Principalmente la descripción es la de un viaje en carretera, pero poco a poco la descipción se convierte en instrospección. El poema que constituye este libro está dividido en secciones en torno a distintos modos de experiencia entrelazados temáticamente. Hay secciones enfocadas a la descripción visual del paisaje y el mundo exterior (realizada por un pasajero siempre en tránsito). Otras a la introspección y otras más a la reflexión sobre la escritura. Pero al final lo que destaca es el entrecruzamiento de las mismas secciones que se plantea. De ahí la trasendencia del título de este libro. Es decir, la descripción se convierte en un acto contemplativo, en el sentido espiritual de la palabra: no es una admiración del paisaje, sino que se busca expresar una ruptura de las categorías de sujeto y objeto. Y, en este caso específico, se pretende romper también con las categorías de experiencia y reflexión. El paisaje permite al sujeto exteriorizarse, contemplarse a sí mismo en lo externo, pues recordemos que la contemplación consiste también en verse a sí mismo desde afuera: desde lo otro, lo que no podemos definir. En esta obra resurge constantemente la incompresión, la imposibilidad de aprehender y expresar la experiencia que se atestigua. Pero conforme se avanza en el libro, esa incapacidad de definir se erige como uno de los principales motivos de esta obra: “El mundo pierde definición en sus contornos. / La borradura se acerca. / Esta nada tiene la forma de las nubes la aparente / inmovilidad del agua que desciende. / Señales de humo con las que el cielo / apaga la sed de las preguntas.” Es decir, esa incomprensión del mundo y a veces, del mundo a nosotros, poco a poco se tranforma en perperplejidad: la incomprensión se consolida en confianza, se constituye en camino.

El viaje del poema se dilata en momentos reflexivos, en preguntas y afirmaciones que rescatan esa certidumbre en lo inaprehensible: “Ocultas detrás del miedo están las formas de salvarnos.” Fragmentos como este logran mantenernos en la vía de la ausencia del significado, pues este poema es también una reflexión sobre la necesidad del hombre de configurar sentidos: “Pagamos tributo cada vez / que nuestra mirada se pierde en la distancia. / Cada que el cielo nos ofrece un misterio y deponemos / la razón por una historia.” En otras palabras, a lo largo de esta obra se plantean constantemente las actitudes del hombre ante lo que desconoce. O que logra conocer sin poder definir.

La reflexión sobre el mundo y sobre la pertenencia del mundo late entre las páginas del libro, así como el descubrimiento de la belleza en el desierto: tema recurrente en la mística y la simbología religiosa de la antigüedad. Pero en este caso no se trata de un desierto mítico (o no solamente), se trata de uno más cercano al que conocemos en México: plagado de espinas y atravesado por carreteras.

No se trata un libro que se ofrezca fácil al lector, cabe aclarar. Como los mantras, este poema adquiere sentido a fuerza de repetición. Es solo tras varias lecturas que uno puede acostumbrarse a la manera de configurar sentidos que el autor propone en este texto. Además, cuenta con diversas referencias culturales que van desde la pintura tradicional japonesa hasta la obra literaria de Leonard Cohen.

La reflexión no se agota agota en ningún momento. No es posible contestar al final las preguntas que se hacen. Pero como mencioné en un principio, la ausencia de significado no representa una ausencia de sentido. Pues aunque no se consigue aclarar el poema en una una interpretación unívoca, sí se nos orienta como lectores a rasgar las categorías con las que conocemos y definimos. En suma, Bisonte Mantra rescata bien el entrecruzamiento entre poesía y pensamiento y con ello rescata una de las funciones originarias de la poesía: ser, al mismo tiempo, pensamiento, plegaria y canto.

 

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